CON 19 AÑOS CAYÓ A UNA CALDERA CON AGUA Y LEJÍA HIRVIENDO, ASÍ COMENZÓ SU VIA CRUCIS
SANTA ANNA SHAFFER, MÍSTICA, LLEVÓ MEDIA VIDA EN
CAMA EXPIANDO POR LOS PECADOS DEL MUNDO.
Santa Anna Schäffer (1882-1925) fue una mujer, en cuerpo y alma, llamada
a ofrecerse en expiación por los pecados del mundo. Mística, con visiones y
estigmas, su vida llena de dolores es un auténtico desafío al mundo de hoy más
preocupado por culto al cuerpo y a la salud que por su bien espiritual. Cuando fue canonizada por el Papa Benedicto XVI ya se le habían atribuido
cientos y cientos de milagros, y el Papa mismo pidió “que su intercesión intensifique la pastoral de los
enfermos en cuidados paliativos”.
Anna nació en Mindelstetten, Baviera, Alemania, el 18 de febrero de
1882. Era la tercera de seis hermanos. Su padre era carpintero y falleció
siendo relativamente joven. Su infancia fue feliz, era buena estudiante y se la
describía como “tranquila, modesta y devota”.
UNA EXPERIENCIA TRANSFORMANTE EN SU PRIMERA
COMUNIÓN
Con 11 años recibió su Primera Comunión y en ese mismo día Anna tuvo una profunda experiencia de Dios. Solo años más tarde dio algunas pinceladas de lo
que debió vivir y que califica como el día más hermoso de su vida. En esa misma
jornada también escribió una carta a Jesús, en la que le hacía algunas
importantes promesas: “Jesús mío, hazme holocausto
por todas las deshonras y ofensas que se cometen contra Ti”.
Anna visualizaba su entrega a Cristo como misionera
religiosa
no como más
tarde resultarían las cosas. Dada la pobreza económica de su familia, tuvo que
ponerse a trabajar para conseguir el dinero de la dote para ingresar en la
institución religiosa. Así que con 13 años empezó a trabajar
en labores domésticas y agrícolas en
Ratisbona y más tarde en Sandersdorf y Landshut.
Tres años más tarde, con 16 años, Anna se consagró a la Virgen con una
fórmula en la que se decía: “Yo... te elijo hoy como mi abogada e intercesora, y
me comprometo a no abandonarte nunca”. Y así fue, pues a lo largo de su vida su relación con María
fue íntima y le ayudó a perseverar en su cruz e, incluso, se le apareció en
sueños.
LLAMADA AL DOLOR
En junio de 1898, Anna tuvo una visión en la que Jesús se le apareció
como el Buen Pastor anunciándole un largo y arduo sufrimiento: Jesús tenía un
rosario en la mano, debía rezarlo, y también le explicó “que tendría que sufrir mucho, mucho...”. Al día siguiente, presa del pánico, Anna huyó de
Landshut y nadie pudo convencerla de volver a su trabajo.
En su siguiente tarea se encargaba de limpiar manteles y sábanas. El 4
de febrero de 1901, Anna y otra criada lavaban la ropa en una caldera con agua
y lejía hirviendo. En un momento dado, el tubo de la caldera se soltó y Anna se
encaramó encima para colocarlo correctamente. En ese momento resbaló y se precipitó en la caldera quemándose las piernas hasta las
rodillas. Fue llevada al hospital de Kösching
inmediatamente, pero todos los intentos de tratamiento fracasaron, por lo que
fue desahuciada. Sin embargo, contra todo pronóstico su salud se estabilizó.
Ante la imposibilidad de hacer algo por ella, a los tres meses
fue dada de alta con un dolor por las quemaduras que no cesaba, las heridas de
los pies no sanaban y las llagas seguían abiertas. Las atenciones médicas
de dos hospitales universitarios no tuvieron éxito, y más bien los tratamientos
aplicados fueron especialmente dolorosos.
El hecho es que en mayo de 1902 fue dada de alta definitivamente como
inválida, y solo recibió una pensión de 9 marcos. La gente conocida estuvo
cerca, como su párroco, que casi todos los días le traía la comunión, y entre
él y algunas otras personas la sostuvieron materialmente a ella y a su madre.
EXPIACIÓN
En otro tiempo huyó, pero en la nueva situación Anna vio claro
que su momento había llegado. Así que, fiel a su consagración al amor de
Cristo, decidió que su sufrimiento no fuera en vano, por lo que ofreció su vida
y su dolor al Señor como una expiación por los pecados y desagravio a Jesús. Su vida fue oración, penitencia y expiación.
Años más tarde, el 4 de octubre de 1910 tuvo unas nuevas visiones que
ella llamó “sueños” en los que Jesús le
confirmó su plan: “Te he aceptado para expiación
de mi Santísimo Sacramento”. En la mañana de ese día,
mientras recibía la Sagrada Comunión de manos de su párroco, cinco rayos de
fuego, como relámpagos, golpearon sus manos, pies y corazón: “Inmediatamente comenzó un dolor inmenso en
estas partes del cuerpo. He
podido sufrir este dolor sin interrupción desde octubre de 1910”.
ÉXTASIS, AMOR Y MÁS DOLOR
Con esto, el Señor ennobleció el sufrimiento de Anna uniéndolo
al suyo. Ella misma le imitaba, no en la rebeldía ni en el
cuestionamiento, sino en la entrega, en el espíritu de sacrificio, en el amor,
como Cristo en la cruz: “¡En el sufrimiento aprendí a
amarte!”,
escribió entonces.
Unos años más tarde, el día de san Marcos de 1923,
entró en éxtasis y padeció los sufrimientos del Viernes Santo. Su
salud se deterioró rápidamente: parálisis espástica de las piernas, calambres
severos por una dolencia en la médula espinal y cáncer en los intestinos.
Muchos se preguntan cómo Anna puedía soportar tanto sufrimiento. Pero se pone
aún peor: se cae y sufre lesiones cerebrales, lo
que afecta gravemente su capacidad para hablar. Desde este momento ella también
llevó ocultos los estigmas de Cristo.
"NO QUIERO CAMBIAR MI LECHO DE SUFRIMIENTO POR
NINGÚN OTRO"
La fuerza la obtuvo de la Eucaristía casi diaria: “No hay pluma
con la que pueda escribir lo feliz que soy después de cada Comunión... En estos momentos estoy tan feliz que no
quiero cambiar mi lecho de sufrimiento por ningún otro”. Está claro que el Señor no
solo colocó pesadas cruces sobre ella, sino que también le dio consuelo
celestial.
Anna creció más y más en su amor a Jesucristo, lo que le permitió
dedicarse a las necesidades e intenciones de los demás. De hecho su vida fue conocida y su reputación incluso va más allá de las fronteras
alemanas, llegando a recibir
numerosas cartas de apoyo y de petición de intercesión de Austria, Suiza y
otros países más lejanos. Ella, desde su lecho, también escribió cartas
de aliento, recibió numerosos visitantes y oraba por quien se lo pedía. El 5 de octubre de 1925 murió orando, una
vez más, con sus últimas fuerzas: “¡Jesús, te
amo!”.
CANONIZACIÓN POR EL PAPA BENEDICTO XVI
El Papa Benedicto XVI fue el encargado de canonizarla. En aquella
ocasión, el Santo Padre dijo de Anna Schäffer que, a pesar de no haber podido
ingresar en una congregación religiosa, “la habitación de
la enferma se transformó en una celda conventual, y el sufrimiento en servicio
misionero. Al principio se rebeló
contra su destino, pero enseguida, comprendió que su situación fue una llamada
amorosa del Crucificado para que le siguiera”.
Y continuó el Papa: “Fortificada por
la comunión cotidiana se convirtió en una intercesora infatigable en la
oración, y un espejo del amor de Dios para muchas personas en búsqueda de
consejo. Que su apostolado de
oración y de sufrimiento, de ofrenda y de expiación sea para los creyentes de
su tierra un ejemplo luminoso. Que su intercesión intensifique la pastoral de
los enfermos en cuidados paliativos, en su benéfico trabajo”.
Fernando de
Navascués
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