Este 27 de marzo la Iglesia Católica celebra el Cuarto Domingo de Cuaresma. El Evangelio del día corresponde a la lectura de Lucas 15, 1-3.11-32.
A continuación puede leer el Evangelio y la homilía
del Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile), Mons. Felipe Bacarreza
Rodríguez:
EVANGELIO DEL DÍA LUCAS
15, 1-3.11-32
1Todos los
publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle,
2y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a
los pecadores y come con ellos.»
3Entonces les dijo esta parábola.
11Dijo: «Un hombre tenía dos hijos;
12y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de
la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda.
13Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un
país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
14«Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel
país, y comenzó a pasar necesidad.
15Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país,
que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
16Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los
puercos, pero nadie se las daba.
17Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi
padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!
18Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el
cielo y ante ti.
19Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros."
20Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos,
le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó
efusivamente.
21El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya
no merezco ser llamado hijo tuyo."
22Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor
vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
23Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una
fiesta,
24porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba
perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta.
25«Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a
la casa, oyó la música y las danzas;
26y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
27El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el
novillo cebado, porque le ha recobrado sano."
28El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
29Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y
jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para
tener una fiesta con mis amigos;
30y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda
con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!"
31«Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo
mío es tuyo;
32pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano
tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido
hallado."»
HOMILÍA DE MONS.
BACARREZA:
Las tres “parábolas de la misericordia” –la
oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo- se agrupan en este capítulo
XV de Lucas, porque tienen en común revelarnos la alegría que se produce en el
cielo –se entiende en Dios- por la conversión de un pecador. Las dos primeras
tienen una conclusión que resulta incomprensible a la lógica humana: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión”
(Lc 15,7.10). Es la lógica divina que consiste en la misericordia y la
gratuidad. En la parábola del hijo pródigo, que leemos en este IV Domingo de
Cuaresma, la conclusión, repetida a modo de estribillo, insiste en lo mismo: “Celebremos una fiesta, porque este hijo mío (este
hermano tuyo) estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,24.32).
DIOS,
RICO EN MISERICORDIA (LUCAS 15, 1-3. 11-32)
Semana IV del Tiempo de Cuaresma - 27
de marzo de 2022
Las tres “parábolas de la misericordia” –la
oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo- se agrupan en este capítulo
XV de Lucas, porque tienen en común revelarnos la alegría que se produce en el
cielo –se entiende en Dios- por la conversión de un pecador. Las dos primeras
tienen una conclusión que resulta incomprensible a la lógica humana: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión”
(Lc 15,7.10). Es la lógica divina que consiste en la misericordia y la
gratuidad. En la parábola del hijo pródigo, que leemos en este IV Domingo de
Cuaresma, la conclusión, repetida a modo de estribillo, insiste en lo mismo: “Celebremos una fiesta, porque este hijo mio (este
hermano tuyo) estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,24.32).
Para comprender la misericordia divina es necesario haberla
experimentado. San Pablo, que la experimentó abundantemente, la reconoce
admirado: “Dios, rico en misericordia, por el gran
amor con que nos amó, estando nosotros muertos a causa de nuestros pecados, nos
vivificó juntamente con Cristo –por gracia habéis sido salvados- y con él nos
resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2,4-6).
Este proceder de Dios con los “muertos a causa del
pecado” se explica porque él es “rico en
misericordia”. Pero él nos mostró “la
sobreabundante riqueza de su gracia en Cristo Jesús” (Ef 2,8). El
Evangelio de hoy nos ofrece esa muestra. Allí está expresada esta verdad no en
una formulación general, como hace San Pablo, sino de manera viva, en el
proceder de Jesús, y de manera dramatizada, en sus parábolas. Por eso es
importante observar la circunstancia en que expone estas parábolas.
“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a él
para oírlo, y los fariseos y escribas murmuraban diciendo: ‘Éste acoge a los
pecadores y come con ellos’”. ¡Bendita murmuración que nos describe tan
exactamente la conducta de Jesús! ¿Quién no se siente consolado al escuchar, de
boca de sus opositores, que él “acoge a los pecadores”? Cada uno conoce su pecado y sabe que, si Jesús no acogiera a los
pecadores, estaríamos irremediablemente perdidos. El Evangelio dice que “todos” los publicamos y pecadores se acercaban a
Jesús. El evangelista incurre en esta aparente exageración para insinuar que “todos” somos pecadores y necesitados de
salvación: “Todos pecaron y están privados de la
gloria de Dios” (Rom 3,23).
En la parábola del hijo pródigo es evidente que el hijo menor ha pecado
contra el padre y lo reconoce: “Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti”. Este es el caso de los publicanos y
pecadores que se acercaban a Jesús. El hijo mayor, en cambio, no se reconoce
pecador: “Jamás dejé de cumplir una orden tuya”. Él
critica al padre que acoge al hermano pecador; él está en la situación de los
fariseos que murmuran contra Jesús. Esta es la actitud que San Pablo se
reprocha de haber tenido antes de su encuentro con Cristo: “En cuanto a la ley, fariseo... en cuanto a la justicia
de la ley, intachable” (Fil 3,5.6). Pero, después que experimentó la
misericordia de Dios, considera esa conducta anterior y se define “el primero de los pecadores” (1Tim 1,15). En este
sentido el hermano mayor es más pecador que el menor. En efecto, éste con su conversión
da al padre más alegría que aquél con su cumplimiento. Ese cumplimiento se
revela calculador, frío y carente de amor hacia el padre. El cumplimiento solo
no salva, sólo “el amor cubre multitud de pecados” (1Pet
4,8).
Felipe Bacarreza Rodriguez
Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile)
Redacción ACI Prensa
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