EL SUICIDIO ES SIEMPRE MORALMENTE INJUSTIFICABLE, EN CUANTO TRIPLE DESERCIÓN RESPECTO A DIOS, LOS DEMÁS Y UNO MISMO.
Parece ser que en España está
subiendo el número de suicidas, más de cinco mil al año, de manera más que preocupante, hasta el punto de
ser la principal causa de muerte de jóvenes.
El suicidio consiste en darse
muerte a sí mismo. El suicidio es una falta moral muy grave, pues supone
una triple deserción de las propias obligaciones morales. Es
un pecado contra Dios, que es el Señor de la vida y nos tiene ordenado el
respeto a la vida humana, incluida la propia; es falta contra la sociedad,
porque es deserción de los servicios morales que estamos llamados a rendir a
los otros; y es falta contra nosotros mismos, por lo que supone de
incumplimiento de la realización personal.
El motivo inmediato del suicidio
puede ser la desesperación, pero ésta no es sino la consecuencia de la pérdida
del sentido de la vida. Cuando la vida es sólo éxito, sexo o dinero, el
derrumbamiento de estos ideales determina el hundimiento de los motivos de la
existencia. Por ello el remedio más eficaz contra la
plaga del suicidio consiste en la concepción religiosa de la vida,
en la educación para soportar sus cargas, descubriendo en ellas medios de
purificación y elevación hacia Dios. El suicidio es desde luego un crimen, y
quien lo realiza responsablemente comete una grave falta, porque atenta contra
la vida, que es un don precioso de Dios.
Por ello la condena del suicidio
es clarísima, pero la cosa se complica cuando se trata de condenar al suicida.
El don de la vida es tan grande que parece imposible que nadie en su sano
juicio lo realice por simple desesperación. Incluso cuando es el último paso en
el camino de degeneración moral, cabe preguntarse si todavía sigue existiendo libertad y salud mental. En otros casos se llega al suicidio por
enfermedad mental o nerviosa. El cáncer y el corazón matan, pero también pueden
hacerlo los nervios, y por supuesto sin responsabilidad moral, puesto que se ha
perdido la libertad.
Lo que es muy complicado es el
caso de quienes se suicidan porque esperan beneficiar a los
demás con su sacrificio. No
hablamos del gesto fanático o loco, sino del suicidio realizado con plena
libertad y con la esperanza de obtener algo bueno para el mundo. Más que
juzgarlo, lo que hemos de hacer es renovar nuestra voluntad de vivir para
seguir luchando por los ideales por los que en nuestra opinión merece la pena
sacrificarse. Lo mejor que siempre podemos hacer es dar sentido a la
vida presente y potenciar la fe en la vida futura.
No debemos desesperar de la salvación del suicida. Como dice el Catecismo de la Iglesia
Católica en el número 2283: “No se debe desesperar
de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede
haberles facilitado, por caminos que Él solo conoce, la ocasión de un
arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado
contra su vida”.
En la biografía El
cura de Ars de Francis Trochu leí que una señora fue a Ars a buscar paz
después del suicidio de su marido, tras un revés económico. El cura de Ars, que
no la conocía de nada, le dijo nada más verla: “Señora,
esté usted tranquila. Su marido tuvo tiempo de arrepentirse desde que se tiró del
puente hasta que llegó al suelo”.
Por: Pedro
Trevijano
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