El Vaticano ha enviado a los obispos de todo el mundo el texto oficial de la plegaria que pronunciará el Papa Francisco para consagrar Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María.
Este 25 de marzo, en la Solemnidad de la Anunciación del Señor, el Papa
Francisco consagrará a Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María,
respondiendo así al pedido que le realizaron a inicios de marzo los obispos
católicos de rito latino de Ucrania.
En su carta, los obispos ucranianos le pidieron al Santo Padre que
realice la consagración “como lo solicitó la
Santísima Virgen en Fátima”.
El Papa Francisco ha pedido a todos los obispos del mundo unirse a él
este 25 de marzo en la consagración.
A continuación, el
texto completo del “Acto de Consagración al Corazón Inmaculado de María”:
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de
tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces,
nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces
hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la
paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de
las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las
guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de
Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las
esperanzas de los jóvenes.
Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses
nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por
el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades,
alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que
somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común.
Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos
herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y
hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros
mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el
misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas
que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de
perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha
puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad.
Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más
adversas de la historia nos conduces con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros,
tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la
conversión.
En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno
de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo
desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos
nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos
momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro
auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la
intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la
fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3).
Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino
de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad.
Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces
de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda
materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la
guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de
reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al
mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la
fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que
las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que
nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu
oración nos disponga a la paz.
Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso
de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar
sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos
impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo
al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos
encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes
a tu madre» (v. 27).
Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En
esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y
necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti.
El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren
a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a
causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y
consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la
humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania.
Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que
cese la guerra, provee al mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió
las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de
tu Corazón, la paz llegará.
A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las
necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas
del mundo.
Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y
el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí,
sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de
Dios.
Tú que eres “fuente viva de esperanza”, disipa la sequedad de nuestros
corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros
constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por
sendas de paz. Amén.
POR DAVID RAMOS | ACI Prensa
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