El hijo Pródigo salvó una peligrosa tentación: la de dejarse llevar del miedo a su padre.
No
faltan estadísticas que nos hablan de suicidios de niños por temor a la reacción
de los padres ante unas malas calificaciones.
Hay
muchas conciencias aplastadas por el miedo a Dios, por sentimientos de culpabilidad
ante la presencia del pecado personal.
Carretadas de personas a las que el miedo agarrota la ilusión para
servir a Dios con alegría.
Para
todas ellas no hay más que una exclusiva receta que se escribe con mayúscula: Dios es PADRE…, que siempre espera y siempre perdona porque
siempre ama.
«El
Señor es tan bueno conmigo que me es imposible tenerle miedo» (santa Teresa de Lisieux»
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