¿Dónde quedaron aquellas promesas de amor eterno? ¿Es que realmente el amor verdadero puede acabarse?
Por: Máximo Alvarez Rodríguez |
La semana pasada tuve la oportunidad de
compartir con más de una docena de parejas ilusionadas, a punto de casarse,
algunas reflexiones sobre el matrimonio y la vida familiar.
Pero siempre queda un resquicio para la duda, en el sentido de que tal como
está la vida siempre hay miedo de que un día puedan fracasar, a pesar de la
ilusión que ahora tienen.
Hay una frase que se oye con cierta frecuencia cuando se rompe un matrimonio y
que da mucha pena oir: es que se acabó el amor. ¿Dónde quedaron aquellas promesas de amor eterno? ¿Es
que realmente el amor verdadero puede acabarse?
Quizá para poder responder habría que dar primero una definición del amor. Y
hay que reconocer que bajo esta hermosa palabra se esconden a veces
significados muy diversos e incluso contradictorios.
Se puede llamar amor a una sensación placentera y en el fondo egoísta o a la
entrega más generosa y desinteresada.
Por eso los griegos, que eran muy listos empleaban tres palabras diferentes
para hablar del amor: eros, filos y agape. Y
pensamos que para que el amor matrimonial sea perfecto deben estar presentes
las tres modalidades.
En el primer caso con la palabra eros se hace referencia al
amor físico, a la atracción corporal. No deja de ser algo imprescindible como
motor de arranque. Si no existiera esta dimensión del amor, el matrimonio se
haría muy poco apetecible y un poco cuesta arriba. Pero evidentemente esto no
lo es todo e incluso a veces resulta muy engañoso, de tal manera que si sólo
existe este tipo de amor, una vez que se acaba esta emoción parece que se acaba
todo.
Hay una segunda modalidad, el filos o la filia que
añade el componente de la amistad. Es imprescindible que los esposos sean
buenos amigos, que les guste hablar, dialogar, conocerse, ayudarse. La
verdadera amistad tiende siempre a ser bastante más duradera que la mera pasión
física. Casi nada, ser buenos amigos. Por eso todo esfuerzo en cultivar la
amistad será poco si se quiere que el amor matrimonial sea duradero.
Pero hay una tercera palabra para hablar del amor que no podemos olvidar de
ninguna manera y que en griego se dice ágape y traducido al castellano caridad. Quizá alguien pueda pensar que caridad es
solamente algo así como dar una limosna o compadecerse del necesitado y que
tiene poco que ver con el amor de pareja. Pero la verdadera muerte del amor
matrimonial es cuando desaparece la caridad con el otro miembro de la pareja;
cuando uno ya no es capaz de amar sin esperar nada a cambio, cuando uno no es
capaz de perdonar, de entregarse, de sufrir por la otra persona. Es el
verdadero amor cristiano, como diría San Pablo, semejante al que Cristo siente
por su Iglesia hasta dar la vida por ella. Por cierto que aquí no puede uno
dejarse llevar simplemente por un impulso instintivo, sino por un acto de
voluntad, solo posible en la medida en que exista calidad humana y espiritual
en la persona.
Sin duda la lectura, meditación y asimilación del capítulo 13 de la primera
carta a los Corintios es un buen alimento para fortalecer este amor. Como
aperitivo transcribimos algún versículo:
El amor es paciente, es afable; el amor no tiene
envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se
exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, simpatiza
con la verdad. Disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta
siempre.
Ojalá todos se quisieran con este amor y así habría que decir que el amor no se
puede acabar nunca.
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