¿Cómo actuaba frente a ellos? ¿Les obligaba a dar todo su dinero a los necesitados? ¿Les aconsejaba lo que debían hacer con sus posesiones?
Por: P. Antonio Rivero, L.C | Fuente: Libro
Jesucristo.
Jesús, al invitar a renunciar a las riquezas, ¿apunta hacia la carencia, incita a ingresar en el vacío
y la nada? Jesús apunta más bien a conseguir una riqueza infinitamente
mayor. Al igual que se entra desnudo en la vida, sólo se entrará desnudo en el
Reino de los cielos, pues, si desnudo se nace, desnudo se renace. Sólo quien se
ha despojado de riquezas, de ambiciones, de poderes, de falsas ilusiones, de
odios y revanchas, podrá entender mejor las riquezas del cielo. Jesús no viene
a empobrecer al hombre, pero sí a sustituir una riqueza pasajera por la gran
riqueza de Dios.
Todos los bienes materiales son regalos de Dios, nuestro Padre. Debemos usarlos
en tanto cuanto nos lleven a Él, con rectitud, moderación, desprendimiento
interior. Al mismo tiempo, son medios para llevar una vida digna y para ayudar
a los más necesitados. Lo que Jesús recrimina es el apego a las riquezas, y el
convertirlas en fin en sí mismas.
Hay expresiones de Jesús en los Evangelios bastante desconcertantes sobre las
riquezas y sobre los ricos: "Hijos, cuán
difícil es entrar en el Reino de Dios para los que confían en las riquezas. Más
fácil es que pase un camello por ojo de una aguja, que un rico entre en el
reino de Dios" (Mc 10, 24).
O aquella otra frase: "No podéis servir a
Dios y a Mammón" (Mt 6, 24;
Lc 16, 13). ¿Jesús desprecia las riquezas, las
condena? ¿Excluye de su Reino a los ricos?
1. JESÚS ANTE LOS BIENES
MATERIALES
Jesús era una persona pobre. Nace de una familia sin grandes recursos y en
condiciones pobres. Incluso no pudieron ofrecer un cordero, por falta de
recursos (cf. Lc 2, 24).
No almacena bienes y sabe vivir de la Providencia de su Padre (cf. Mt 8, 20; Lc
9, 58). Es más, las cosas son para Jesús una obra del Padre. Brotaron de la
mano amorosa y providente de su Padre (cf. Mt 6, 26ss).
Y cuando llama bienaventurados a los pobres (cf. Mt 5, 3), está llamando
felices a quienes son desprendidos interiormente, aquellos que ponen toda su
confianza en Dios, porque todo lo esperan de Él. Pobre es sinónimo del que
tiene el corazón vacío de ambiciones y preocupaciones; de quienes no esperan la
solución de sus problemas sino de solo Dios. Y pobreza en la Biblia es sinónimo
de hambre, de sed, de llanto, de enfermedad, trabajos y cargas agobiantes, alma
vacía, falta de apoyo humano.
Jesús era pobre en ese sentido: apoya su vida en
Dios, su Padre. Gracias a esa libertad interior, Jesús puede disfrutar de los
bienes moderada y alegremente. Es tan libre que está por encima de las
apetencias, ansiedades y vanidades. Por eso sabe gozar de las cosas y, a la
vez, prescindir de ellas para seguir su misión y su preferencia por Dios Padre.
Goza de un banquete (cf. Lc 7, 36-49; Jn 2, 1-12), pero también se priva de lo
material cuando se lo pide su misión (cf. Jn 4, 31-32). Disfruta preparando un
almuerzo a sus íntimos (cf. Jn 21, 9-12); les defiende cuando los fariseos les
acusan de arrancar espigas, pues tenían hambre (cf. Mt 12, 1-8).
Pero no vive en la miseria. Tiene su vida asegurada, pues en el grupo de los
apóstoles había una bolsa común (cf. Lc 8, 1-3; Jn 12, 6). Compraban alimentos
(Jn 4, 8) y se hacían limosnas con parte de los bienes (cf. Jn 13, 29). Es
decir, Cristo tiene bienes y los administra. Participa en banquetes y fiestas y
sabe cooperar con vino generoso en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1 ss). Y estos
mismos goces sanos los desea para los demás. De ahí su hermoso y gratuito gesto
de la multiplicación de los panes y peces (cf. Mt 15, 15 ss; Jn 6, 1-15).
Acepta regalos, incluso costosos (cf. Jn 12,
1-8).
Y, sin embargo, Cristo alcanza con su gloriosa resurrección la máxima riqueza
que va a distribuir a todos (cf. Mt 28, 18). Sigue siendo pobre porque no posee
las riquezas materiales, sino las de Dios.
¿Cuál fue, entonces, la postura de Jesús frente a
los bienes materiales? La enseñanza central de Cristo en lo económico es
ésta: relativización del dinero. A Jesús le
interesa mucho más cómo se usa lo que se tiene que cuánto se tiene y, sobre
todo, le importa infinitamente más lo que se "es" que lo que se tiene. Jesús quiere dar a entender
que la verdadera riqueza es la interior, la del corazón. La riqueza material
nos debe ayudar a ser ricos en generosidad, desprendimiento y solidaridad.
Al decir que Jesús consideraba las riquezas como relativas, no significa que
Jesús fuera un adorador romántico de la pobreza, en sentido material. No es que
Jesús quiera la pobreza material, que se convierta en miseria. No. Por eso, su
mensaje es bien claro: todos somos hermanos y
debemos compartir lo que tenemos, para que nadie sufra esa pobreza material. Si
no tenemos caridad no somos nada (cf. 1 Cor 13, 1 ss).
La postura de Jesús frente a las riquezas es de una gran libertad interior.
Jesús no está apegado a ellas, no está esclavizado a ellas, no está obsesionado
por ellas. Vive la pobreza como ese desapego interior de todo. Por eso, Jesús
insiste en que lo material es perecedero y lo sobrenatural es eterno. Así se
entiende por qué no toma posición ante quien le pide juicio sobre lo material
(cf. Lc 12, 14).
La cruz descubre profundamente el valor que Jesús concede a las cosas
materiales y terrenas. Para salvar a los hombres y cumplir la misión confiada
por su Padre, dio todo cuanto tenía. Jesús en la cruz es pobre de cosas, pero
es rico en amor, perdón, misericordia, obediencia. De su costado abierto brotó
la Iglesia, los sacramentos, el regalo de su Madre.
2. JESÚS ANTE LOS RICOS
Cuando decimos que Jesús prefiere como amigos a los pobres no estamos diciendo
que excluya a los ricos. Jesús, enemigo de toda discriminación, no iba Él a
crear una más. En realidad, Cristo es el primer personaje de la historia que no
mide a los hombres por lo económico sino por su condición de personas.
Es un hecho que no faltan en su vida algunos amigos ricos con los que convive
con normalidad. Si al nacer eligió a los pastores como los primeros
destinatarios de la buena nueva, no rechazó, por ello, a los magos, gente de
recursos y sabia. Y si sus apóstoles eran la mayoría pescadores, no lo era
Mateo, que era rico y tenía mentalidad de tal. Y Jesús no rechaza invitaciones
a comer con los ricos; acepta la entrevista con Nicodemo, cuenta entre sus
amigos a José de Arimatea, tiene intimidad con el dueño del cenáculo, gusta de
descansar en casa de un rico, Lázaro, y, entre las mujeres que le siguen y le
ayudan en su predicación figura la esposa de un funcionario de Herodes. Tampoco
rehúsa el ser enterrado en el sepulcro de
un rico.
Jesús ama a todos: pobres y ricos. Conocemos
su relación con Simón, el fariseo (cf. Lc 7, 36), y con Nicodemo, doctor de la
Ley (cf. Jn 3, 1). El rico José de Arimatea es mencionado expresamente entre
sus discípulos (cf. Mt 27, 57). En sus viajes le seguían "Juana, mujer de Cusa, procurador de Herodes, Susana
y otras muchas que le servían con sus bienes" (Lc 8, 3). Por lo que podemos juzgar, sus
apóstoles no pertenecían a las más bajas clases sociales, sino como Jesús
mismo, a la clase media.
Más que a las riqueza en sí o a los ricos, Jesús combate la actitud de apego
frente a esas riquezas. Jesús veía en la mayor parte de los fariseos y
saduceos, representantes de la clase rica y dirigente del país, las funestas y
alarmantes consecuencias del culto a Mammón. Lo que les impedía seguirle,
manteniéndoles alejados del reino de los cielos, no era la riqueza en sí, sino
su egoísmo duro, su orgullo, su apego a ella, a sus privilegios.
Cuando Jesús llama la atención a los ricos es porque el rico, apegado a las
riquezas, no siente necesidad de nada, pues lo tiene todo y no desea que
cambien las cosas para seguir en su posición privilegiada. A quien le falta
siente nostalgia de Dios y le busca.
Es un hecho que Jesús frente al pobre y necesitado lo primero que hacía era la
liberación de su problema o dolencia, y sólo después venía la exigencia de
conversión. Mientras que, frente al bien situado y rico, lo primero que le
pedía era la exigencia de conversión y, sólo cuando esta conversión se
manifestaba en obras de amor a los demás, anunciaba la salvación para aquella
casa (cf. Lc 19, 1-10).
Por eso Jesús no condena sin más al rico, ni canoniza sin más al pobre. Pide a
todos que se pongan al servicio de los demás. Para Jesús el verdadero valor es
el servicio. Por lo mismo, la salvación del pobre no será convertirle en rico y
la del rico robarle su riqueza, sino convertir a todos en servidores, descubrir
a todos la fraternidad que cada uno ha de vivir a su manera.
3. JUICIO DE JESÚS SOBRE LAS
RIQUEZAS
No obstante lo dicho, Jesús anuncia del peligro y riesgo de las riquezas. Aquí
la palabra de Jesús no se anda con rodeos. Para Jesús la riqueza, como vimos,
no es el mal en sí, pero le falta muy poco. La idolatría del dinero es mala
porque aparta de Dios y aparta del hermano. Así se explican las palabras de
Jesús: no se puede amar y servir a Dios y a las
riquezas (cf. Mt 6, 24; Lc 16, 13); la preocupación por la riqueza casi
inevitablemente ahoga la palabra de Dios (cf. Mt 13, 22); es sinónimo de "malos deseos" (cf. Mc 4, 19). El que
atesora sólo riquezas para sí es sinónimo del condenado (cf. Lc 12, 21). Cuando
el joven rico no es capaz de seguir a Cristo es porque está atrapado por la
mucha riqueza (cf. Lc 18, 23).
La crítica de Jesús al abuso de la riqueza se basa, efectivamente, en el poder
totalizador y absorbente de ésta. La riqueza quiere ser señora absoluta de
aquél a quien posee. Por eso, Jesús pone en guardia sobre la salvación del
rico. Será difícil la salvación de aquel que haya vivido sólo para la riqueza,
de la riqueza, con la riqueza, despreocupado del amor a Dios y al prójimo.
Haría falta un verdadero milagro de Dios para que consiga la salvación (cf. Mt
19, 23; Mc 10, 25; Lc 18, 25).
Esta es la razón por la que el rico tiene que "volver
a nacer", como sucedió a
Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10); tiene que compartir, si quiere salvarse, cosa que no
hizo el rico Epulón (cf. Lc. 16, 19-31); tiene que aceptar la invitación de
Dios al convite de la fraternidad y no hacer oídos sordos, como hicieron los
egoístas descorteses, que prefirieron sus cosas y por eso no entraron en el
banquete del Reino (cf. Lc 14, 15-24).
¿Se salvará o no se salvará el rico? Si abrimos
san Mateo, capítulo 25, 31-46, podemos concluir lo siguiente: Se salvará -rico o pobre- el que haya dado de comer, de
beber, el que haya consolado al enfermo, el que haya tenido piedad con sus
hermanos. Y se condenará -rico o pobre- el que haya negado lo que tiene,
mucho o poco, a los demás.
CONCLUSIÓN
Es un error pensar que la vida es un ascenso hacia la fortuna material para
gozar de los bienes en el más allá. ¡Qué diversos
son los bienes que nos alcanzó Cristo con su resurrección! Él nos
consigue la verdad, la libertad, la sinceridad, la comprensión, la satisfacción
de no tener ansiedades, la paz, el perdón. Y sobre todo, la riqueza de las
riquezas: el cielo. Y por ese cielo es
necesario vender todo y así comprarlo (cf. Mt 13, 44-46). ¡Es la mejor inversión en vida!
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