Cada 8 de octubre celebramos la fiesta de Santa Josefina Bakhita, religiosa africana conocida como la “Madre Moretta” (a veces también la “hermana moretta”), es decir la “madre morena”, en alusión al color de su piel.
Ella nació en Darfur (Sudán) y se nacionalizó italiana. Josefina
vivió en carne propia los horrores de la esclavitud durante gran parte de su
vida. El nombre “Bakhita”, que quiere decir “afortunada”, lo recibió por voluntad de sus
captores -modernos traficantes de esclavos- a los 9 años, mientras que el
nombre “Josefina”, le fue dado doce años
después, al momento de ser bautizada.
"Si volviese a encontrar a aquellos negreros
que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si
no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa", afirma Josefina en uno de los impactantes testimonios recogidos en su
biografía.
Estas palabras hoy, de alguna manera, se han convertido en la carta de
presentación que identifica la belleza de su espíritu y la grandeza de su
corazón, y que la han convertido en un ícono de la historia del cristianismo en
África.
"VIVÍ UNA VIDA MUY
FELIZ Y DESPREOCUPADA, SIN SABER QUÉ ERA EL SUFRIMIENTO"
Sus orígenes no son del todo claros, pero probablemente fue originaria
de Olgossa, un pueblo de Darfur, y pudo haber nacido en 1869. Lamentablemente,
no sabía a ciencia cierta dónde y cuándo nació; como tampoco le era claro su
nombre original. Guardaba, sí, recuerdos de la etapa previa a su secuestro y
venta: "Viví una vida muy feliz y
despreocupada, sin saber qué era el sufrimiento".
Bakhita vivió de esa forma con sus padres y hermanos, hasta el día en
que unos negreros árabes la capturaron en el bosque. La llevaron a una ciudad
llamada El Obeid, donde fue vendida. Josefina tendría entre seis y siete años
en aquel momento. El hombre que la compró ese día sería el primero de un total
de cinco “amos” que la “tuvieron” a lo largo de su vida.
Uno de esos cinco hombres -su cuarto “amo”- fue
especialmente cruel. Con él sufrió las peores humillaciones y maltratos, cuando
tenía solo unos 13 años. Aquel hombre la mandó tatuar –“ejercicio”
por el que le realizaron ciento catorce incisiones en la piel que, para
evitar infecciones posteriores, fueron “curadas” con
sal a lo largo de un mes- y la trató como hoy ya no es posible siquiera tratar
a un animal. Bakhita señaló alguna vez: "Sentía
que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la
sal".
ITALIA, DONDE SE HIZO
SIERVA DE DIOS
En 1884 Josefina llegó a Italia acompañando al que fue su quinto amo y a
un amigo de este, Augusto Michieli. Este amigo se convirtió en su nuevo dueño
posteriormente y la llevó a vivir con su familia.
Bakhita trabajó de niñera en su nuevo hogar y se hizo muy amiga de la
hija de la familia que la acogió, Minnina. Años más tarde, ambas ingresarían al
noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia. Fue gracias a
la generosidad y la caridad de la familia Michieli como Bakhita conoció a Dios
y supo que "Él había permanecido en su
corazón…"siempre, aún en los momentos de mayor dolor, y que Él le
había dado fuerzas para poder soportar tanto maltrato. Por eso, Josefina
completaba su afirmación de esta manera: "...Pero
recién en ese momento sabía quién era".
“JOSEFINA MARGARITA
AFORTUNADA” Y LA LIBERTAD QUE DIOS DA
El 9 de enero de 1890 recibió el bautismo, la primera comunión y la
confirmación. Desde ese momento tomó el nombre cristiano de Josefina Margarita
Afortunada. Con el tiempo la religiosa africana decidió permanecer en
Italia –donde la esclavitud era ilegal– y donde había conocido a Dios, que
sabía que la amaba infinitamente. Junto a Minnina ingresó al noviciado del
Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia y se convirtió en una de las
hermanas de la Orden el 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad.
En 1902 fue enviada a Venecia. En esa ciudad trabajó limpiando,
cocinando y cuidando de los pobres. Sin hacer algo “extraordinario”
-como algún portento o milagro- Bakhita se ganó la fama de santa. Siempre
modesta y humilde, mantuvo una fe firme en su interior, haciendo de la
sencillez de su vida cotidiana algo extraordinario, una ofrenda a Dios.
Por su espiritualidad y fuerza ante las adversidades, San Juan Pablo II
la llamó “Nuestra Hermana Universal”. Bakhita
falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, al norte de Italia, congregando a
miles de personas durante sus funerales.
En 1978 fue declarada “Venerable”, y
San Juan Pablo II la beatificó en 1992, decretando que su fiesta sea celebrada
cada 8 de febrero. Finalmente el mismo Pontífice la canonizó el año 2000,
durante el Jubileo por el segundo milenio, como una forma de honrar al pueblo
africano y a todos los cristianos, hombres y mujeres que sufrieron la
esclavitud.
BENEDICTO XVI Y LA
ESPERANZA DE UNA SANTA AFRICANA
El año 2007, el Papa Benedicto XVI utilizó el ejemplo de vida de Santa
Josefina Bakhita en su encíclica Spe Salvi, para hablar de la esperanza.
En el texto, el Papa Emérito escribió “Bakhita
(...) solo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el
mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario,
oía decir que había un ‘Paron’ por encima de todos los dueños, el Señor de
todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró
de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más
aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el ‘Paron’
supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era
conocida y amada, y era esperada…”
"Incluso más [continua el Papa Emérito]: este
Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la
esperaba ‘a la derecha de Dios Padre’. En este momento tuvo ‘esperanza’; no
solo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran
esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor
me espera. Por eso mi vida es hermosa”.
Benedicto XVI subraya además que “a través
del conocimiento de esta esperanza ella fue ‘redimida’, ya no se sentía
esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando
recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios;
sin esperanza porque estaban sin Dios".
Redacción ACI Prensa
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