Estamos sordos, mudos y lo más triste es que no percibimos estos problemas
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de
Irapuato |
I Reyes 11, 29-32; 12,19: “Israel
se separó de la casa de David”
Salmo 80: “Israel, yo soy tu Dios: cumple mis mandatos”
San Marcos 7, 31-37: “Hace oír a los sordos y hablar a
los mudos”
¿Has experimentado algún
día esa sensación de llegar hasta los extremos y querer taparte los oídos para
no escuchar más? ¿Te has sentido decepcionado y has prometido no volver a
abrir la boca pues todo parece inútil? Es curioso que en la época de las grandes
comunicaciones, de los medios extraordinarios para hablar, para escuchar y para
ver al otro, tengamos que admitir que estamos quedándonos sordos y mudos.
La soledad es una de las enfermedades más
actuales. La incomunicación es uno de los problemas que más nos hacen sufrir.
Estamos sordos, mudos y lo más triste es que no percibimos estos problemas.
Entonces se agrava mucho más la enfermedad porque no aspiramos a tener
curación. Hoy tendríamos que acercarnos a Jesús y pedirle que
meta sus dedos hasta lo profundo de nuestros oídos para que se abran y sean
capaces de escuchar el grito doloroso de nuestros hermanos, que podamos
percibir los silencios resentidos de nuestros familiares, y las protestas
angustiosas de nuestros cercanos.
Hemos perdido la capacidad de escuchar lo que sale del corazón del otro.
Preferimos estar atentos a las noticias
intrascendentes, al estado del tiempo, a las novedades de la política o
de los deportes… pero no tenemos tiempo de escucharnos en familia, de percibir
los latidos del corazón adolorido, de que llegue hasta nosotros el clamor de
los que viven en la miseria. Señor Jesús,
mete tu dedo profundo muy adentro de nuestros oídos para que se abran, para que
se limpien, para que se purifiquen y sean capaces de escuchar tu palabra y las
palabras de nuestros hermanos. También
tenemos necesidad de hablar, no de superficialidades sino de lo que es
verdaderamente importante. Necesitamos decir tu Palabra, es urgente que alcemos
nuestra voz por los que están sufriendo, es necesario que nuestras palabras
abran un diálogo con los cercanos, con los tímidos, con los que se esconden…
Tu saliva es señal de tu espíritu y nosotros necesitamos
tu Espíritu para hablar, para romper hielos, para abrir caminos de
reconciliación, para denunciar injusticias… Señor Jesús, toca
con tu saliva nuestra lengua endurecida y encallecida por tantos silencios.
Señor, abre nuestros oídos, abre nuestra boca, abre nuestro corazón.
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