Tu alma no puede nutrirse y saciarse de otra cosa que de Dios.
Por: Salvador Canals | Fuente: Ascética meditada
No os acostumbréis nunca a
celebrar o a asistir al Santo Sacrificio: hacedlo, por el contrario, con tanta
devoción como si se tratase de la única Misa de vuestra vida: sabiendo que allí
está siempre presente Cristo, Dios y Hombre, Cabeza y Cuerpo, y, por tanto,
junto con Nuestro Señor, toda su Iglesia.
San Josemaría Escrivá, 28-III-1955.
Un sentido agradecimiento
de partida
Tú sabes de sobra, amigo mío, que Eucaristía: quiere
decir acción de gracias. Y éste es precisamente el primer impulso
espontáneo del alma que se detiene a considerar, a meditar este misterio de fe
que es el Sacramento del Amor. Las palabras que brotan del corazón, ante la
presencia de Jesucristo en la Eucaristía, son palabras de gratitud: Gracias, Señor, por haber querido quedarte en el
tabernáculo. Gracias, Señor, por haber pensado en mí y en todos los hombres
ˆaun en aquellos que habrían de entregarte y que te traicionanˆ en la hora de
la persecución y del abandono, en la vigilia de la Pasión. Gracias, Señor,
porque has querido ser médico para mis achaques, fuerza para mis debilidades y
blanco pan para mi alma hambrienta, pan que da la vida.
Un santo contagio
Tú y yo sabemos por experiencia cuánto bien puede hacer a una persona una buena
amistad: le ayuda a comportarse mejor, le acerca a
Dios, le mantiene lejos del mal. Y si una buena amistad nos liga, no ya
a una persona buena, sino a un santo, los buenos efectos de ese género de vida
se multiplican: el trato mutuo y el intercambio de elevados sentimientos con un
santo dejarán en nuestro propio fondo algo de su santidad: cum sanctis, sanctus eris, si tratas con los
santos, serás santo.
Es una intimidad con Jesucristo
¡Pues piensa ahora, amigo mío, lo que podrá ser la
amistad y la confianza con Jesucristo en la Eucaristía, y qué huella dejará en
nuestra alma! Tendrás a Jesús como Amigo, Jesús será tu Amigo. ¡El ˆperfecto Dios y Hombre perfectoˆ, que nació, que
trabajó y que lloró, que se ha quedado en la Eucaristía, que padeció y que
murió por nosotros! Y... ¡qué amistad, qué
intimidad! Nos nutre con su cuerpo, nos quita la sed con su sangre: Caro mea vere est cibus, sanguis meus vere est potus.
Mi carne es verdadero alimento, mi sangre es verdadera bebida. Jesucristo se
ofrece a nosotros en el misterio de la Eucaristía, completamente, totalmente,
en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Y el alma, en aquel momento de donación y
de abandono, siente que le puede repetir las palabras de la parábola
evangélica: Omnia mea tua sunt, todo lo que es mío es tuyo.
Para que viva en nosotros
El camino de la Comunión ˆy de la Comunión
frecuenteˆ es verdaderamente el camino más fácil y breve para llegar a
la transformación en Cristo, al vivit vero in me Christus, verdaderamente
Cristo vive en mí, de San Pablo. Tu alma tiene necesidad de Jesús, porque sin
E1 no puedes ˆno podemosˆ hacer nada: Sine Me nihil potestis facere, sin Mí no podéis hacer
nada. El desea venir todos los días a tu alma: te
lo dijo y te lo dice con la parábola del gran banquete ˆvocavit multos, llamó a
muchosˆ y te lo repitió y te lo repite en el momento solemne de instituir la
Eucaristía: Desiderio desideravi haec pascha manducare vobiscum, he deseado con
toda el alma comer esta Pascua con vosotros.
Para crecer
Tu alma y la mía tienen necesidad del Pan de la Eucaristía, porque tienen
necesidad de nutrirse, como el cuerpo, para perseverar con fidelidad y buen
espíritu en el trabajo cotidiano, en su esfuerzo para santificarse y para
adelantar, cada día más, en el conocimiento de Dios y en la práctica generosa
de las virtudes.
Lo que el alma merece
Deja que te diga, en confianza, que tu alma no puede nutrirse y saciarse de
otra cosa que de Dios. ¡Tanta es la grandeza y la nobleza del alma en gracia! Si pudiéramos hacernos una idea de ella, no tendríamos ojos
para ninguna otra cosa en el mundo. Piensa que la Fe ˆnuestra
fe cristiana, que da luz a la inteligencia y serenidad al corazónˆ enseña
que el alma ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, que ha sido redimida
por la sangre de Jesucristo, y que debemos alimentarla de su cuerpo y sangre
redentores.
Una necesidad y un deseo
No te dejes seducir por falsas ideas y por falsas humildades: estado de gracia,
rectitud de intención... y, después de haber escuchado el consejo prudente del
sacerdote, acércate, incluso todos los días, a la Santísima Eucaristía.
Me agrada repetirte, a propósito de la Eucaristía, aquellas palabras de Marta a
María, cuando Jesús ˆdespués de la muerte de
Lázaroˆ se acerca a la casa amiga de Betania: ¡Magister adest et vocat te!, ¡el
Maestro ha llegado y te llama! Escucha
su llamada, y aproxímate: acércate a este misterio
de fe con una fe muy grande, acércate con la fe de la madre cananea y de la
hemorroísa, o, por lo menos, con el deseo humilde de los apóstoles: Adauge
nobis fidem!, auméntanos la fe!
Con esperanza y contrición
Acércate con la esperanza firme del leproso, y repite a Jesús sus palabras,
humildes y confiadas: "Señor si quieres puedes
volverme puro" Y si en ese momento te entristece el recuerdo de tus
miserias, puedes volverte a Jesús con las palabras del centurión: Domine, non sum dignus... Señor, yo no soy digno
-pero añade en seguida lo que supo añadir aquel hombre sencillo y saborea la
confiada esperanza que se esconde en la continuación de su discurso: pero di una sola palabra y mi alma será sana.
¡Que nos gocemos con
razón!
Acércate con la caridad de Magdalena, en la casa de Simón el leproso. Sepárate,
como ella; de todo lo que está a tu alrededor, y quédate solo con Jesús y
rodéalo con tus cuidados y ofrécele el fuego de tu alma y el fervor de tu
voluntad. Y no te cuides de respetos humanos, ni de falsas humildades. Él está contigo, y te ama. Aprovecha bien los momentos de tu
acción de gracias: que tu acción de gracias sea como el himno que entonaron los
apóstoles, en el cenáculo, después de la institución de la Eucaristía, mientras
iban saliendo al aire libre. Y sal de la iglesia con el corazón rebosante de
alegría y el alma llena de optimismo. Y renueva muchas veces durante la jornada
tu respuesta al desiderio desideravi de Cristo, tu deseo de recibirlo. La
comunión espiritual es alimento fuerte y letificante para las almas
eucarísticas.
Nuestra Madre
La Virgen es madre del Amor hermoso y de la Fe y de la santa Esperanza: pídele a Ella progresar en estas virtudes para acercarte con
disposiciones interiores cada vez mejores al Santísimo Sacramento de la
Eucaristía.
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