El Papa Francisco habló acerca de la muerte en la Audiencia General de este miércoles 9 de febrero que se llevó a cabo en el Aula Pablo VI del Vaticano.
“Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar
la muerte o ayudar al suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el
derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en
particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados”, señaló el Papa.
A continuación, la
catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
En la pasada catequesis, estimulados una vez más por la figura de San
José, reflexionamos sobre el significado de la Comunión de los Santos. Y
precisamente a partir de ella, hoy quisiera profundizar en la devoción
especial que el pueblo cristiano siempre ha tenido por San José como patrón
de la buena muerte. Una devoción nacida del pensamiento de que José murió
con la presencia de la Virgen María y de Jesús, antes de que ellos dejaran la
casa de Nazaret.
No hay datos históricos, no se ve a San José más en la vida pública,
pero se piensa que murió en Nazaret con su familia y Jesús y María le
acompañaron en la muerte.
El Papa Benedicto XV, hace un siglo, escribía que “a través de José nosotros vamos directamente a María,
y, a través de María, al origen de toda santidad, Jesús. San José y María
nos ayudan a llegar a Jesús”.
Y animando las pías prácticas en honor de San
José, aconsejaba una en particular: “Siendo merecidamente considerado como el
más eficaz protector de los moribundos, habiendo muerto con la presencia de
Jesús y María, será cuidado de los sagrados Pastores inculcar y fomentar [...]
aquellas piadosas asociaciones que se han establecido para suplicar a José a
favor de los moribundos, como las “de la Buena Muerte”, del “Tránsito de San
José” y “por los Agonizantes” (Motu proprio Bonum sane, 25 de
julio de 1920).
Queridos hermanos y hermanas, quizá alguno piense que este lenguaje y
este tema sean solo un legado del pasado, pero en realidad nuestra relación
con la muerte no se refiere nunca al pasado, sino siempre al
presente.
El Papa Benedicto decía, hace pocos días que hablando de sí mismo, que
se encuentra “ante la puerta obscura de la muerte”.
Es bonito. Agradecer al Papa que tenga está lucidez y que con 95 años
diga esto. “Estoy delante a la oscuridad de la
muerte”, un buen consejo que nos ha dado.
La llamada cultura del “bienestar” trata
de eliminar la realidad de la muerte, pero de forma dramática la pandemia del
coronavirus la ha vuelto a poner en evidencia. Terrible…
muertos por todos lados…
Muchos hermanos y hermanas han perdido a personas queridas sin poder
estar cerca de ellas, y esto ha vuelto la muerte todavía más dura de aceptar
y de elaborar.
Me decía una enfermera que estaba delante de una anciana que estaba
muriendo por COVID. Me decía que quería despedirse de los suyos antes de irse.
Y la enfermera, valiente, cogió el teléfono y vio la ternura de ese
gesto.
A pesar de esto, se trata por todos los medios de alejar el pensamiento
de nuestra finitud, engañándonos así para quitarle su poder a la muerte y
ahuyentar el miedo. Pero la fe cristiana no es una forma de exorcizar el miedo
a la muerte, sino que nos ayuda a afrontarla.
TARDE O TEMPRANO TODOS IREMOS POR ESA
PUERTA...
La verdadera luz que ilumina el misterio de la muerte viene de la
Resurrección de Cristo. Escribe San Pablo: “Ahora
bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan
diciendo algunos entre ustedes que no hay Resurrección de muertos? Si no hay
Resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo,
vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe” (1 Cor
15,12-14).
Hay una certeza: Cristo resucitó, Cristo
está vivo, está vivo entre nosotros y esta es la luz que nos espera después de
la puerta obscura de la muerte.
Queridos hermanos y hermanas, solo por la fe en la Resurrección nosotros
podemos asomarnos al abismo de la muerte sin que el miedo nos abrume. No solo
eso: podemos entregar a la muerte un rol positivo. De
hecho, pensar en la muerte, iluminada por el misterio de Cristo, ayuda a mirar
con ojos nuevos toda la vida.
¡Nunca he visto, detrás de un coche fúnebre, un
camión de mudanzas! Nunca lo he visto. Nos iremos
solos, sin nada en los bolsillos. Porque el sudario no tiene bolsillos. Esta es
la soledad de la muerta.
¡Nunca he visto, detrás de un coche fúnebre, un
camión de mudanzas! No tiene sentido acumular si un
día moriremos. Lo que debemos acumular es caridad, es la capacidad de
compartir, de no permanecer indiferentes delante de las necesidades de los
otros. O, ¿qué sentido tiene pelear con un
hermano, con una hermana, con un amigo, con un familiar, o con un hermano o
hermana en la fe si después un día moriremos? ¿De qué sirve? Enojarse,
enojarse con los otros.
Delante de la muerte muchas cuestiones se redimensionan. Está bien
morir reconciliados, ¡sin dejar rencores y sin
arrepentimientos!
Yo quisiera decir una verdad, todos nosotros estamos en camino hacia
aquella puerta, todos.
El Evangelio nos dice que la muerte llega como un ladrón, así dice
Jesús, y por mucho que nosotros intentemos querer tener bajo control su
llegada, quizá programando nuestra propia muerte, permanece un evento con el
que tenemos que rendir cuentas y delante al cual también hacer
elecciones.
Dos consideraciones para nosotros cristianos permanecen de pie. La primera: no podemos
evitar la muerte, y precisamente por esto, después de haber hecho todo lo que
humanamente es posible para cuidar a la persona enferma, resulta inmoral el
encarnizamiento terapéutico (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n.
2278). Aquella frase del santo Pueblo de Dios, déjalo
en paz, ayúdalo a morir en paz…
La segunda consideración
tiene que ver con la calidad de la muerte misma, del dolor, del sufrimiento. De
hecho, debemos estar agradecidos por toda la ayuda que la medicina se está
esforzando por dar, para que a través de los llamados “cuidados
paliativos”, toda persona que se prepara para vivir el último tramo del
camino de su vida, pueda hacerlo de la forma más humana posible. Pero debemos
estar atentos a no confundir esta ayuda con derivas inaceptables que llevan a
matarlo.
Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar al
suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al
cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y
los enfermos, nunca sean descartados. De hecho, la vida es un derecho, no la
muerte, que debe ser acogida, no suministrada. Y este principio ético
concierne a todos, no solo a los cristianos o a los creyentes.
Yo quisiera subrayar aquí, un problema social, real, planificar entre
comillas, no sé si es la palabra correcta, acelerar la muerte de los ancianos.
Muchas veces se ve en ciertas clases sociales a ancianos que no tienen los
medios, les dan menos medicinas de las que necesitan. Y esto es deshumano, no
es ayudarlos, es empujarlos antes hacia la muerte, esto, no es humano, ni
cristiano, los ancianos van cuidados como un tesoro de la humanidad, son
nuestra sabiduría, aunque no hablen, aunque no tengan juicio, son el símbolo de
la sabiduría humana, son los que han recorrido el camino antes que nosotros,
los que nos han dejado muchas cosas bellas, tantos recuerdos, tanta sabiduría.
Por favor, no aislar a los ancianos, no acelerar la muerte de los ancianos.
Acariciar a un anciano tiene la misma esperanza que acariciar a un niño. Porque
el comienzo y el fin con la muerte es un misterio siempre. Un misterio que va
acompañado siempre. Acompañado, cuidado y amado.
Que San José pueda ayudarnos a vivir el misterio de la muerte de la
mejor forma posible. Para un cristiano la buena muerte es una experiencia de la
misericordia de Dios, que se hace cercana a nosotros también en ese último
momento de nuestra vida. También en la oración del Ave María, nosotros
rezamos pidiendo a la Virgen que esté cerca de nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Precisamente
por esto quisiera concluir rezando todos juntos a la Virgen por los agonizantes
y por los que están viviendo este momento de paso, por esta puerta obscura, y
por los familiares que están viviendo un luto. Recemos
juntos.
Dios te salve María...
Redacción ACI Prensa
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