–No se olvide decir que Dios es omnipotente.
–Lo diré, sí, en
este capítulo y en los siguientes. Si no lo fuera, no podría ser providente. No
sería Señor y gobernador de la historia, sino mero Espectador.
Comienzo
por exponer los errores principales sobre la Providencia. Sigo esta vez el ejemplo de
Santo Tomás en la Summa Theologica.
Tratando de la Esperanza, por
ejemplo, muestra primero los errores sobre ella: Videtur
quod spes præcedat fidem. Y los refuta exponiendo la verdad: Sed contra est quod,
etc. (STh II-II,17, 7). Lo blanco resplandece más con fondo
negro.
–LA FE EN
LA PROVIDENCIA DIVINA SE HA DEBILITADO MUCHO, Y ESO PRODUCE CRISTIANOS TRISTES,
AMARGADOS, EXACERBADOS… Y A VECES APÓSTATAS
Ante los males actuales del
mundo y de la Iglesia, quienes han perdido la fe en la
Providencia, y están engañados por sus enormes
falsificaciones, no pueden menos de estar perdidos, defraudados, vencidos, y no
consiguen disimularlo, aunque lo intentan. Se consideran «cristianos adultos»,
que han perdido la fe en la Providencia, como también dejaron de creer en los
cuentos de hadas. Mundanizados, ya no se atreven a predicar el Evangelio, en el
que no creen.
Es
la fe en Dios providente la que fundamenta la esperanza y asegura la paz en los
creyentes.
Vayan las
cosas como vayan en el mundo y en la Iglesia. Y atención a esto: Yahvé manifestó a Israel esta verdad desde el principio
de la Revelación, y con gran claridad y persistencia.
Palabra
de Yavé: «“Lo que yo he
decidido llegará”… Si Yahvé Sebaot toma una decisión ¿quién
la frustrará?» (Is 14,24-27)…. «Lo he dicho
y haré que suceda, lo he dispuesto y lo realizaré» (46,11).
Palabra
de la fe: «Dios es el rey
del mundo, Dios reina sobre las naciones.» (Sal 47,8).
ERRORES ANTIGUOS Y MODERNOS SOBRE LA PROVIDENCIA
DIVINA
Son innumerables. Señalaré
aquí algunos que hoy mantienen mayor vigencia.
1.– MUCHOS NIEGAN LA PROVIDENCIA DE DIOS SOBRE LO
MÍNIMO
Que el conductor de un coche
advierta a tiempo un peligro, que los frenos respondan adecuadamente, que se
produzca o se evite un grave accidente, eso «solo depende» de causas
segundas: es decir, del conductor, de la
resistencia de un material, del cuidado del mecánico que preparó el coche; pero
«no
depende de Dios» en absoluto, y de su gobierno providente.
Nada, pues, tiene que ver la
Providencia divina con que este hombre concreto pase el resto de su vida sano y
activo, o tetrapléjico en silla de ruedas.
Los grandes filósofos de la
antigüedad pensaba que «dii magna curant, parva
negligunt» (Cicerón, De natura deorum 2): los dioses cuidan de los grandes asuntos, pero no de los mínimos.
Gran error. Es imposible que gobiernen lo mayor si no dominan lo menor.
Con un ejemplo clásico. Que
una nación sea durante siglos cristiana o islámica puede decidirse en una gran
batalla. Pero ésta puede depender de que aguante la herradura mal puesta del
caballo de un mensajero que galopa para buscar la ayuda urgente de un ejército
aliado. De la suerte de una herradura puede depender la religión de un
imperio durante siglos. Lo mayor puede depender de lo mínimo.
Si el gobierno providente de
Dios no alcanza a lo menor, no puede tampoco llegar a lo mayor. Es Cristo quien
enseña la verdad, cuando dice a sus discípulos que «no
cae en tierra un pajarito sin la voluntad de vuestro Padre» (Mt 10,29). Deus magna curat et etiam parva.
La moderna teología falsa
considera un notable progreso intelectual su torpe regreso a la antigua
ignorancia de los filósofos. Ya en ella Dios no es el Señor que todo lo gobierna, sino que
es reducido a mero espectador distante e impotente de la historia de los hombres y de los
pueblos.
Por
tanto, ninguna intervención de Dios puede darse –ni debe esperarse o pedirse– en un orden mundano cerrado
herméticamente en sí mismo, es decir, encerrado en el juego de sus causas
segundas. La oración de petición
es, pues, una ingenuidad infantil o senil sin eficacia alguna. La aceptación de
lo que sucede –quizá quedarse en una silla de ruedas– no es una docilidad
a la voluntad amorosa de un Dios providente, sino resignación estoica
a unas circunstancias inevitables. La Biblia y la sana Filosofía enseñan todo
lo contrario.
2.– ALGUNOS CONFUNDEN LO «PROVIDENCIAL» CON LO
«AGRADABLE», Y RECHAZAN RECONOCER LA PROVIDENCIA EN LOS «SUCESOS MALOS»
Si en un gran accidente sale
ileso el conductor, el pobre cristiano ignorante dirá: «providencial:
podría haberse matado«. Pero habría que decir lo mismo si de él
resultara muerto o quedara para siempre tetrapléjico: «providencial».
Hoy es prevalente la
predicación y la convicción de que nada tiene que ver Dios providente con las
cosas malas. Y muy especialmente se rechaza la condición «providencial» y «voluntaria»
de la muerte de Cristo en la cruz. Se recupera el error de los antiguos
paganos.
«¿Cómo calificar
como providencial la muerte de un hijo único, atropellado por un conductor
criminal? Eso no es providencial, eso es criminal. Y si es providencial, es que
Dios o no es bueno –si permite tales cosas–, o no es omnipotente
–si no puede impedirlas–». En tan triste suceso lo más terrible es la negación de la providencia
divina, pues equivale al rechazo y negación del mismo Dios.
Cualquier hecho doloroso –los
horrores de la II Guerra Mundial, el sufrimiento de los niños, el hambre de los
pobres– es suficiente para que no pocos intelectuales pierdan la fe, si la
tuvieron, o se vean reforzados en su ateísmo. Se autorizan a
pensar que Dios o es cruel o es impotente, y que es por tanto inexistente.
Si alguna vez, desde el fondo
de nuestro dolor, nos atrevemos a «preguntar» a Dios sobre
ciertos males,
nuestros o ajenos, no lo hagamos en forma
acusativa, sino con ánimo filial, en la humildad y la confianza incondicionada,
dispuestos a recibir dócilmente la respuesta o el silencio de Dios. No
tiene por qué darnos Él explicaciones sobre cómo gobierna nuestra vida o la del
mundo.
En este sentido, decía San
Pablo: «¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para pedir
cuentas a Dios? ¿Acaso la vasija de barro dirá al alfarero “por qué
me hiciste así?”» (Rm 9,20)… Si de verdad creemos que la cruz de Cristo
es providencial, ya estamos curados de espanto ante todos los males que Él
permita, sean lo que fueren.
−Guardémonos
de acusar a Dios. Ningún problema habría si Dios hubiera hecho al hombre no-libre, sino necesario, como las piedras, las
plantas o los astros; porque, carentes de libertad, cumplen necesariamente las
leyes que el Creador e impreso en ellos: no pueden pecar. Por el
contrario, quiso hacer Dios al hombre a imagen Suya, quiso
hacerlo libre, con todos los riesgos y grandezas que ello
implica, con posibilidad de méritos admirables y de abominables culpas y
crímenes. Pero lo hizo previendo un Redentor que conseguiría que la gracia sobreabundara donde
abundase el pecado (Rm 5,20). Y previendo que «los
padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros» (Rm
8,18).
Así pues, guardémonos bien de
mirar con acusación y amargura la Providencia divina, que es
con nosotros mil veces más suave de lo que nos merecemos.
«No nos trata
como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas; como
se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; como
un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro» (Sal
102,10-14).
–No
intentemos tampoco forzar los planes de la providencia de Dios con oraciones llenas de exigencia, ni con «chantajes»
inadmisibles: «Que baje ahora de la cruz,
para que veamos y creamos» (Mc 15,32)… Los antiguos judíos, sitiados por
los asirios en Betulia, flaqueando en su esperanza, se atrevieron a «emplazar» a Dios: O
nos salvas en cinco días o entregamos la ciudad. Pero el Espíritu divino
suscitó a Judit (100
a.Cto.), mujer llena de
fe y de confianza:
«¿Quién
sois vosotros para tentar a Dios? ¿Al Dios
omnipotente pretendéis poner a prueba?… De ningún modo, hermanos, irritéis al Señor, Dios nuestro, que si no
quisiere ayudarnos en los cinco días, poder tiene para protegernos en el día
que quisiere o para destruirnos en presencia de nuestros enemigos. No pretendáis forzar los
designios del Señor, Dios nuestro, que
no es Dios como un hombre que se mueve por amenazas. Por tanto, esperando la salvación, clamemos a él para
que nos socorra. Y él escuchará nuestra súplica, si
le place hacerlo» (Jdt 8,12-17).
3.– PELAGIANISMO
Y SEMIPELAGIANISMO
Predominan hoy en muchos
ambientes cristianos formas modernas del pelagianismo, o de
su modo suavizado, el semipelagianismo,
que se le asemeja no poco. En ambos casos, no se admite fácilmente que un
plan de Dios providente dirija la
vida del hombre y de las naciones, porque no se cree en la primacía de la
gracia.
Se piensa más bien que la
línea vital de los hombres, de los pueblos, de la misma Iglesia, es aquella que
las opciones libres de los hombres van diseñando. Por tanto, es el hombre,
es «la parte humana», la que en definitiva decide lo que ha sido, lo que es y lo que será la vida
personal, la del mundo y la de la Iglesia. La misma palabra predestinación, tan
importante en la Escritura, en la Tradición y en la teología clásica,
prácticamente ha desaparecido de los textos de teología.
Vuelvo al ejemplo de un accidente de coche. Es posible que hoy un párroco o
profesor de teología diga que si tal persona se accidentó en su coche, y
resultó indemne o quedó parapléjica, nada tienen que ver esas realidades con la
voluntad de Dios y con su providencia divina, sino que se deben exclusivamente
al error o al acierto del conductor o al fallo mecánico. La misma Pasión
de Cristo no es, según eso,
cumplimiento de un plan eterno de Dios, anunciado en las Escrituras. Cristo
murió porque los poderosos de su tiempo lo mataron. Y punto. Fue así su muerte,
como podía haber sido de otro modo.
Estas
teologías anti-cristianas sobre la Providencia no suelen tener formulaciones
sistemáticas y precisas, que chocarían abiertamente con doctrinas dogmáticas de
la Iglesia. Pero han sido repetidas con mucha frecuencia por «teólogos
reconocidos», en instituciones y centros de formación católicos con
«indudable prestigio» y amplificados en libros y artículos de «lectura obligada» para católicos
–seminaristas, sacerdotes, religiosos y seglares– desde hace tal vez
cincuenta o sesenta años. Describiré esos grandes errores en el próximo
capítulo.
Por ejemplo, en el Dictionnaire de Spiritualité, iniciado por eminentes jesuitas
(Beauchesne 1937), que durante muchos decenios mantuvo en sus producciones una
alta calidad, tanto en sus voces históricas como en las doctrinales, ya
en la voz Providence, expuesta por Pierre-Juan Labarriére, nos ofrece
una teología sumamente débil e imprecisa, por no decir falsa (Beauchesne, París
1986, 12, 2464-2476).
Tratando
de la Providencia divina, reduce a unas pocas líneas la fundamentación bíblica, ignora
prácticament el Magisterio apostólico, y al parecer «l’intuition
centrale de Teilhard», liberté en genèse, le convence más que las
doctrinas de San Agustín o de Santo Tomás: «on
parlera alors de synergie croisée, c’est-a-dire telle qu’existe entre Dieu et
l’homme un réel échange de determination»… Libertad en génesis, sinergia
cruzada, intercambio de determinación entre Dios y el hombre. No
me pregunten qué quiere decir el autor con esas palabras, porque probablemente
ni él mismo sabría explicarlas.
Viene a negar la fe en la
Providencia, la fe que fundamenta todo el cristianismo. Fundamenta, efectivamente, la
oración de petición, el abandono confiado en Dios, la paz y la esperanza, y es
la que conforta en las mayores desgracias, nos libra de amarguras y
desesperaciones, exige el discernimiento de espíritus, para conocer la voluntad
concreta de Dios en todo momento, viene expresada e inculcada continuamente en
la Liturgia…
Será, pues, necesario que reafirmemos la fe católica en la Providencia de Dios omnipotente, uno de los fundamentos principales
de la espiritualidad cristiana. Pero ¿cómo creerán
los fieles en la Providencia, «¿cómo la creerán… si nadie les predica?» (cf.
Rm 10,14-17). O si positivamente se predica una doctrina contraria a la
ortodoxia católica.
4.– LUTERANISMO
La fe católica contempla
siempre la providencia de Dios como una manifestación de su
bondad misericordiosa y de su poder. «Sabemos que
Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que
según sus designios son llamados» (Rm 8,28). A esa luz entendió siempre
la Iglesia el misterio tremendo de la Cruz de Cristo.
Lutero
vió en la Cruz una justicia inexorable de Dios, ajena a su misericordia. Dio a la Pasión de Cristo
una interpretación cruel, en la que la justicia divina descargaba
sobre Cristo su cólera, estrujándolo en la Cruz con todos los
tormentos, y haciendo de él un maldito, que desciende a los infiernos, experimentando la
más terrible reprobación de los condenados.
Esta visión de la Pasión, que
solo ve en ella una implacable compensación penal por los pecados de los hombres, deja a la
misericordia divina ausente del misterio de la Cruz, cuando en realidad ella es
su manifestación suprema.
En vano citaba algunos textos
de la Escritura para sustentar esta siniestra teología, como: «Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose
por nosotros maldición, pues está escrito: “maldito todo el que es colgado del
madero”» (Gál 3,13). Pero esta teología de la Pasión nada tiene que ver
con la Biblia y la tradición católica. Más relacionada está con las neurosis de Lutero y
con su experiencia personal patológica del peso del pecado. También el tétrico Calvino participa
de esa misma teología.
Otros
hay que, prescindiendo de la Providencia divina, atribuyen simplemente la cruz
de Cristo a la voluntad maligna de los poderosos judíos de su tiempo. Niegan, pues, la
Palabra de Dios, que explica la Pasión de Cristo en la Biblia como el
cumplimiento de un plan de la Providencia divina. «El
Señor reina sobre las naciones» con providencia infalible.
Esta
secularización de la Providencia, iniciada en el campo del protestantismo liberal, especialmente
aplicada al misterio de la Cruz, se enseña hoy en el campo
católico con
lamentable frecuencia; aunque generalmente en términos ambiguos.
Como he dicho, las teologías anti-cristianas
sobre la Providencia no se manifiestan abiertamente, con formulaciones precisas
que nieguen directamente la doctrina católica. Pero se expresan
suficientemente. Y toda negación o falsificación de la Providencia,
destruye la Catedral de la Fe construida por el Espíritu Santo y la
Iglesia. Abandona el cristianismo.
5.– MODERNISMO «CATÓLICO»
La
falsificación teológica del misterio de la Providencia divina causa los mayores
daños cuando trata de la Cruz y de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo,
causa máxima de la glorificación de Dios y de la salvación de los hombres. Por
eso he querido prestar especial atención precisamente a estos errores.
*Olegario González de Cardedal
La publicación de su Cristología en la colección Sapientia fidei de la BAC, promovida por la
Conferencia Episcopal Española (Madrid, 2001), pone en evidencia que ya hace al
menos dos decenios que se difunde ampliamente su errónea interpretación de la
muerte de Cristo. Lo recuerdo ahora en relación a las cuestiones de la
Providencia divina. Este autor afirma, al
parecer, que la muerte de Cristo no es el
cumplimiento de un plan divino, anunciado por los profetas y
por Él mismo.
«Esa muerte no fue casual, ni fruto de una
previa mala voluntad de los hombres, ni un destino ciego, ni siquiera un designio de Dios, que la quisiera por sí misma [sic],
al margen de la condición de los humanos y de su situación bajo el
pecado. La muerte de Jesús es un acontecimiento histórico, que tiene que ser entendido desde dentro
de las situaciones, instituciones y personas en medio de las que él vivió […] Menos
todavía fue […] considerada desde el principio como inherente a la misión que tenía que realizar en el mundo […]
«Su muerte fue resultado de
unas libertades y decisiones humanas en largo proceso de gestación, que le permitieron a él
percibirla como posible,
columbrarla como inevitable, aceptarla
como condición de su fidelidad ante las actitudes que iban tomando los hombres
ante él y, finalmente, integrarla como expresión suprema de su condición de mensajero del Reino»…
(pgs. 94-95).
«En los últimos siglos ha
tenido lugar una perversión del lenguaje en la soteriología cristiana
[…] El proyecto de Dios está condicionado y modelado [sic]
por la reacción de los hombres. Dios no envía su Hijo a la muerte, no la quiere, ni menos la exige: tal
horror no ha pasado jamás por ninguna mente religiosa» (517; cf. ss).
«Sacrificio. Esta palabra suscita en muchos [¿en muchos católicos?] el mismo
rechazo que las anteriores [sustitución, expiación, satisfacción].
«Afirmar que Dios
necesita sacrificios o que Dios exigió el sacrificio de su
Hijo sería ignorar la condición divina de Dios, aplicarle una
comprensión antropomorfa y pensar que padece hambre material o que tiene
sentimientos de crueldad. La idea de sacrificio llevaría consigo
inconscientemente la idea de venganza, linchamiento […] Ese
Dios no necesita de sus criaturas: no es un ídolo que en la noche se alimenta
de las carnes preparadas por sus servidores» (540-541).
Estamos en pleno terrorismo verbal, al
servicio de una ideología teológica falsa. Olegario González –que es, para
muchos, el principal teólogo español del siglo XX–contra-dice sin duda lo que la
Escritura y la Liturgia de la Iglesia dicen con gran frecuencia y claridad.
La
Revelación
bíblica afirma que judíos y romanos, causando la pasión de Cristo, realizaron «el
plan» que la autoridad de Dios «había de antemano determinado» (Hch 4,27-28); de modo que
judíos y romanos, «al condenarlo, cumplieron las profecías» (13,27). En efecto,
«era necesario que el Mesías padeciera» y diera así cumplimiento a lo anunciado
por Moisés y todos los profetas (Lc 24,26-27). En fin, el profesor Olegario
González de Cardedal niega abiertamente aunque con el envoltorio de una mejor
comprensión bíblica, soteriológica, lingüistica, incluso psicológica, lo que
siempre y en todo lugar han enseñado Padres, Magisterio y Liturgia. Creemos en
la condición «providencial» y «voluntaria» de la muerte de Cristo en la cruz: Dios, en su amorosa Providencia, quiso permitir que su
Hijo padeciera hasta morir en la Cruz para salvarnos de la muerte y del pecado.
Y Jesucristo su Hijo aceptó voluntariamente morir en Cruz y así nos amó
hasta el extremo.
*José Antonio Pagola
Sobre su libro Jesús. Aproximación histórica (PPC, Madrid 2007) escribí en mi blog de
InfoCatólica.com varios artículos criticos, los posts (76-79). Especialmente en el (79) muestro los
graves errores que enseña sobre la Providencia y el misterio de su Pasión y Resurrección de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo (27-04-2010). Me limito a dar el esquema que allí desarrollé:
(79) La verdad de las Escrituras –IV. José Antonio
Pagola. –La
última cena ni es pascual, ni instituye la Eucaristía. –Cristo no
pre-conoce su muerte, ni la entiende como un sacrificio de expiación. –La
muerte de Cristo no es voluntad de Dios providente. –Los relatos
evangélicos de la pasión no son históricos. –Tampoco son históricos los
relatos de la resurrección de Cristo, en cuanto al sepulcro vacío y en cuanto a
las apariciones del Resucitado. –La Ascensión del Señor a los cielos no
es histórica. –El acontecimiento de Pentecostés tampoco.
Como se ve, el Jesús de Pagola
no es una «aproximación histórica» a Jesús;
no es tampoco una «cristología», un estudio
teológico. Es una composición ideológica que acumula herejías
modernistas, y que contradice la Escritura, la Tradición y el
Magisterio, las fuentes de las doctrinas de la fe (Vat.II, Dei Verbum 10).
*AUTORES MENORES
Estos grandes errores sobre la
Providencia y otros temas centrales de la fe han sido
difundidos en los medios de comunicación comunes, haciéndolos aún mayores. Citaré solamente a un
autor, que abandonó la Orden franciscana y también el Orden sacramental. En un
Domingo de Ramos, justamente, escribió en su blog el artículo La cruz no nos salva (21-IV-2011).
–José Arregui. «Hace ya dos mil años que dura el grave malentendido…
Nadie explicó nunca por qué Dios exige expiación, ni quién gana con que el
culpable expíe. Eso hicimos de Dios, ¡pobre Dios!… ¡Maldita cruz!».
La negación
de la Providencia, y la presentación de «la Cruz no providente», son tesis-basura
que pudrieron el nous de no
pocos cristianos, dejándolos amargados, frustrados, distanciados de la Iglesia;
y muchos de ellos fueron a dar en la apostasía. Otros cristianos, que por
gracia de Dios, siendo estos tiempos tan recios, perseveran en la fe, quedaron
sin embargo afectados por una deficiente vivencia de la Providencia
divina, al no ser ésta predicada y vivida suficientemente. Y
por eso sufren tan precariamente los males actuales del mundo y de la Iglesia, con tristeza y
amargura, con agresividad y duros juicios. Necesitan urgentemente conocer más y
mejor las gozosas maravillas de Dios providente. A ellos dedico los artículos
que siguen.
Aunque la higuera no echa
yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los
campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas
en el estable, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi
salvador. El Señor soberano es mi fuerza, él me
da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas (Hab 3,17-19).
José María Iraburu, sacerdote
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