GUILLAUME SE ENCONTRÓ DE GOLPE CON LAS RESPUESTAS QUE NO CONOCÍA A PREGUNTAS QUE NO SE HABÍA PLANTEADO.
Cuando Guillaume se levantó el verano pasado, en uno de los
encuentros de la comunidad del Emmanuel en
Paray-le-Monial, para ofrecer su testimonio de
conversión, tenía cerca a Magali, su esposa.
Ella fue uno de los dos pilares que le condujeron al bautismo. El otro, un niño autista a quien hizo
una pregunta absurda.
¿CIENCIA Y FE?
IMPOSIBLE
Esta historia sorprendente nace
para Guillaume al comenzar sus estudios universitarios y abarca su ciclo
completo de licenciatura y de postgrado, hasta la lectura de su tesis doctoral en Física Cuántica. Guillaume tiene ahora 48 años, así que
hay que remontarse treinta años atrás.
En la facultad conoció a una
compañera de clase, Magali, muy creyente y practicante. “Para mí eso era raro”, explica Guillaume, “porque en aquel entonces Dios era para mí una hipótesis
inútil e incluso dañina. La ciencia y la fe no podían estar juntas”.
Él
ni siquiera estaba bautizado, pues creció en una familia no
cristiana.
Eso no impidió que se enamoraran: “Me educaron en los
valores de la tolerancia, así que no me importaba que ella fuese a misa, y alguna
vez incluso la acompañaba. Pero contemplaba todo aquello desde la distancia. No
intentaba comprender realmente lo que ella vivía, ni qué significaba
aquello para ella, aunque era consciente de que era algo enormemente
importante”.
Guillaume no entra en detalles,
pero algo se quebró entre ellos: “Nuestros caminos
se separaron”. Fue entonces, a raíz de esa ruptura, cuando él
empezó a plantearse la cuestión de Dios.
En ese proceso sucedió el hecho
que resultaría decisivo. Fue en el verano
de 1998 y él colaboraba con un asociación de ayuda a niños
discapacitados À bras ouverts [Con los
brazos abiertos], fundada en 1986 por Tugdual
Derville, uno de los portavoces de Manif pour Tous.
CHARLES-ÉTIENNE
Además de un trabajo en grupo con
los niños, los fines de semana lo hacían en binomio, para suscitar en los
pequeños una relación de confianza y "encuentro"
con su responsable. Guillaume empezó esta actividad dos fines de
semana con sendos chicos, Nicolas y Benoît,
y luego llegó el tercero, que como era la festividad de la Asunción de Nuestra Señora, era largo, de cuatro días.
Debía compartirlo con Charles-Étienne, un niño autista de 11 años que causaba bastantes problemas: “Tenía un gran problema de comunicación. Nunca
te miraba a los ojos y rechazaba el contacto físico, salvo que
fuera, como en ocasiones, violento”. Tuvo algún incidente con otros
chicos del grupo y por la noche Guillaume, despertado por el ruido, fue a su
habitación y le encontró tirando todos los objetos por el suelo. Hubo que
vaciar el cuarto.
“Si el fin de
semana hubiese durado dos días, habría sido un fracaso. No hubo ningún
‘encuentro’. Afortunadamente, era de cuatro días”, celebra
Guillaume. Porque en la mañana del tercer día, Charles-Étienne aceptó
que le columpiara: “Fue un momento extraordinario, él estaba
contento”.
A mediodía comieron en un picnic,
tras el cual los demás se echaron a dormir la siesta. Pero no su inquieto y
hosco binomio, así que se fueron a caminar hasta el río.
UNA PREGUNTA ABSURDA
A todo esto, Guillaume seguía
dándole vueltas a la cabeza a sus reflexiones sobre Dios: “Empezaba a cuestionar mis razonamientos tan sabios”,
dice. Pensaba en ello durante aquel paseo cuando llegaron a la orilla: “Allí hice algo que puede parecer completamente increíble,
absurdo desde un punto de vista científico. Nunca lo habría hecho si
lo hubiese pensado cinco minutos”.
Y continúa: “Aunque Charles-Étienne no hablaba, le planteé una
cuestión y quería una respuesta. Le dije: ‘Charles-Étienne, quiero que me digas quién es
Cristo’. Naturalmente, no me contestó. Pero se sentó y yo me senté a
su lado, para reposar un poco. En el fondo de mi ser, yo tenía la certeza de
que iba a responder a mi pregunta. Entonces el Espíritu Santo sopló de nuevo,
le miré y le dije: ‘Escucha, Charlie, no has respondido a mi pregunta. Quiero
que lo hagas’. Y entonces ese niño me miró a los ojos por primera vez, cogió mi
rostro entre sus manos, y me abrazó”.
“Y ahí estaba yo,
impactado hasta un punto al que jamás nadie me había impactado”, añade Guillaume: “Me puse a llorar -¡lágrimas de alegría!- durante veinte minutos. La única
palabra que acertaba a decir era ‘Gracias’”.
APRENDIENDO A REZAR
Tenía la certeza de que aquel
abrazo era la respuesta a sus interrogantes de los últimos meses: “Pero yo soy muy cabezota y lento para las cosas de la
fe, y si en aquel momento me hubieseis preguntado si tenía fe, os habría
respondido que no. El Señor todavía tuvo que seguir acompañándome un poco en
ese camino. Sin embargo, algo había sucedido que yo no podía ocultar”.
Por las tardes, los jóvenes que
acompañaban a los chicos tenían un momento de oración, en el que Guillaume
estaba presente, sin participar. Aquel día, sin embargo, musitó un breve rezo: “Me vinieron de golpe estas palabras: ‘Gracias,
Señor, por el regalo de Charles-Étienne’. En el fondo de mi ser había una alegría que yo quería compartir”.
La semana siguiente quiso hacerlo
con otras personas de su entorno, familiares y amigos, pero no encontró la
acogida que esperaba: “No sabía qué hacer. Entonces
pensé en la oración del sábado anterior”. Acudió a una iglesia y
encendió una vela: “Sentí un
silencio, pero un silencio realmente habitado. Hice la experiencia de la oración”.
UNA FE QUE NACE
Alguien le recomendó entonces
hacer un retiro ese verano con los hermanos de San Juan, precisamente
en silencio y sobre la oración: “Vete, te
conviene”, le dijeron.
Fue “terrible,
muy duro”, porque no estaba acostumbrado. Pero también muy aleccionador:
“Ignoraba que en el silencio hubiese tan
grandes enseñanzas”.
En el retiro también había tiempo
para la formación, donde asimismo se sentía extraño (“¡Y
ya no os hablo del rosario!”, bromea): “Todos los que se sentaban a mi
lado compartían algo, un punto de partida, salvo yo. Y, según un
planteamiento científico, si la hipótesis de partida no es buena, uno puede
razonar todo lo que quiera… pero la conclusión no vale nada”.
Eso sí, Guillaume tenía claro que
“algo había pasado”: “Si algo había en la Iglesia, Charles-Étienne me había
hecho tocar ese tesoro. Y aunque había en la Iglesia cosas que no me gustaban, yo
no podía tirar a Jesús por el desagüe. Me dije a mí mismo: ‘Aunque
ahora no comprendes, quizá un día comprenderás’”.
MAGALI
Decidió retomar su contacto con
Magali, que se encontraba en Israel, en una estancia de fin de carrera. E
iniciaron una relación epistolar, en una época en la que aún no se habían
genaralizado el correo electrónico ni el teléfono móvil: “Le escribí contándole
lo que estaba viviendo, y lo extraordinario es que ella vio lo que yo aún no podía
entender. Comprendió que había pasado algo. Y cuando regresó,
decidimos comprometernos y emprender juntos una preparación para el matrimonio
por la Iglesia”.
Lo hicieron con el sacerdote de
la comunidad de San Juan que había predicado el retiro, a quien fue
planteándole sus dudas cara a cara. El religioso le animaba a bautizarse: “Yo no estaba preparado para el bautismo. Así que nos
casamos sin estar yo bautizado”.
LA HORA DE DAR UN PASO
Pasaron muchas cosas, aclara
Guillaume sin especificar: cosas que, de una forma u otra, le fueron acercando
cada vez más a Dios: “Al cabo de un tiempo, tenía
la impresión de que ya no avanzaba. Miré hacia atrás en mi vida, y empecé
a considerar todos los regalos que había recibido. Me hice este
razonamiento: ‘Sí, Guillermo, está bien, pero no es Navidad todos los días’”.
Había pasado el momento de solo
recibir y había que empezar también a dar: “Durante
la preparación al matrimonio meditamos mucho sobre el compromiso. Ahora
comprendí que me faltaba dar un paso hacia el Señor y comenzar a preparar el bautismo”.
Fueron dos años de
catecumenado de adultos. “Al final, en
la noche de Pascua recibí cuatro sacramentos”, celebra: “Bautismo, eucaristía, confirmación y matrimonio”.
"Has escondido
estas cosas a los sabios, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25)
Guillaume insiste en que es “lento y con la cabeza dura” en las cuestiones de
fe: “Así que me hicieron falta aún muchos años para
comprender realmente lo que había pasado con Charles-Étienne. Lo primero fue
entender que aquella pregunta que le hice no había venido de mí, sino que fue el Espíritu
Santo quien me inspiró. Y comprendí también que a través de
Charles-Étienne, Jesús vino personalmente a mi encuentro”.
“En la Biblia”, concluye, se dice que “los pequeños
–como Jesús les llamaba (Mt – ocupan un lugar muy importante. Y la respuesta
que ese pequeño me dio, abrazándome sin palabras, me explicó
verdaderamente el corazón de la fe: el amor de Jesús que se expresaba para
mí, personalmente, a través de ese niño”.
C.L. / ReL
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