viernes, 28 de enero de 2022

UN DÍA BAJÉ A MI HIJA Y YA NUNCA LA VOLVÍ A CARGAR

La cargué cuando se había lastimado.

La cargué cuando estaba emocionada.

La cargué cuando estaba cansada.

La cargué cuando aún era demasiado pequeña para ver lo que yo podía ver.

Y de pronto un día la bajé y ya no la volví a cargar.

Un día, sin darme cuenta... ella se hizo grande. Demasiado grande para caber en mis brazos. Demasiado grande para descansar en mí.

Un día la bajé y sin darme cuenta ella se hizo fuerte. Lo suficientemente fuerte para seguir adelante aunque estuviera cansada; lo suficientemente fuerte para calmar su propio dolor.

Un día la bajé y sin darme cuenta, ella podía ver por encima de la gente. Ella podía ver sin mi ayuda.

El día que la bajé, yo no sabía que sería el último. Había sido una rutina que hicimos miles de veces.

Ella aún necesita descansar su cabeza en mi hombro.

Ella aún me busca cuando se lastima.

Ella aún me llama cuando está asustada.

Pero… ya nunca descansará en el borde de mi cadera o se quedará dormida con sus pequeñas piernitas colgando de mí.

Ya nunca necesitará mi ayuda para ver por encima de la gente.

Ya nunca será pequeña como para caber entre mis brazos.

Ya nunca levantará sus brazos para que yo la cargue.

Ella ya tiene sus propias alas para volar.

UN DÍA BAJÉ A MI HIJA Y YA NUNCA LA VOLVÍ A CARGAR

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