FRANCISCO: «DIGNIDAD NO ES LLEVAR EL PAN A CASA, PORQUE ESO PUEDES CONSEGUIRLO EN CÁRITAS. LO QUE DA DIGNIDAD ES GANÁRSELO»
Durante la audiencia general
de hoy, el papa Francisco ha hablado de la necesidad de garantizar el trabajo a
todos de forma que todos tengan la posibilidad de ganarse la vida y no vivir de
la caridad ajena o institucional.
(Asia News/InfoCatólica) «Hay que dar a
todos la posibilidad de ganarse» la vida con su trabajo, «porque esto te da
dignidad». Con el pensamiento puesto en San José y Jesús que realizaban un trabajo
duro, el Papa Francisco abordó hoy este tema durante la audiencia general. Su
reflexión lo llevó a preguntarse «cómo podemos colaborar, como Iglesia, para
que esto sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como
un derecho y un deber fundamental de la persona, que la expresa y acrecienta su
dignidad».
En su discurso, Francisco se
dirigió a las cinco mil personas presentes en el Aula Pablo VI, y partió del
recuerdo de San José y Jesús empeñados en su trabajo. Comentó que «'carpintero'' era una categoría genérica, que
indicaba tanto a los artesanos de la madera como a los trabajadores dedicados a
actividades relacionadas con la construcción. Era un trabajo bastante duro,
pues se trabajaba con materiales pesados como la madera, la piedra y el hierro.
Desde el punto de vista económico, no aseguraba grandes ganancias, como se
deduce del hecho de que María y José, al presentar a Jesús en el Templo, sólo
ofrecieron un par de tórtolas o palomas (cf. Lc 2,24), como prescribía la Ley
para los pobres (cf. Lv 12,8)».
«Este dato
biográfico de José y Jesús me hace pensar en todos los trabajadores del mundo,
especialmente en los que realizan trabajos penosos en las minas y en ciertas
fábricas; en los que son explotados mediante el trabajo no declarado; en las
víctimas del trabajo, que son muchas en los últimos tiempos; en los niños que
son obligados a trabajar y en los que revisan los vertederos en busca de algo
útil para el trueque... Permítanme repetirlo: los trabajadores ocultos: los
trabajadores que realizan trabajos duros y en negro».
«Y hoy en día
existe el trabajo en negro o no declarado, y mucho; las víctimas del trabajo,
que sufren accidentes laborales; los niños que son obligados a trabajar con los
adultos, ¡esto es terrible! Y todos ellos son nuestros hermanos y hermanas, que
se ganan la vida así: no les dan dignidad. Pensamos en esto, pues esto está
sucediendo en el mundo de hoy. Pero también pienso en los que están sin
trabajo, en los que sienten, con razón, que su dignidad está herida porque no
pueden encontrar un empleo. Cuánta gente va a tocar a la puerta de las
fábricas, de las empresas, y no encuentra nada. Su dignidad está herida porque
no pueden encontrar un trabajo:
«Lo que te da
dignidad -añadió- no es llevar el pan a casa, porque eso puedes conseguirlo en
Cáritas. Lo que te da dignidad es ganarte el pan, y si no damos a nuestra
gente, hombres y mujeres, la posibilidad de ganarse el pan, esto es una
injusticia social, en esa nación, en ese continente. Los gobernantes deben dar
a todo el mundo la posibilidad de ganarse el pan, porque ganártelo te da
dignidad».
El Papa ha lamentado el drama de la falta de
esperanza al no encontrar trabajo:
«Son muchos los
jóvenes, padres y madres que viven el drama de no tener un trabajo que les
permita vivir tranquilos. Viven al día. Y muchas veces la búsqueda se vuelve
tan dramática que los lleva al punto de perder toda esperanza y deseo de vivir.
En estos tiempos de pandemia mucha gente ha perdido su trabajo, como sabemos, y
algunas personas, aplastadas por una carga insoportable, han llegado a quitarse
la vida. Me gustaría recordar hoy a cada uno de ellos y a sus familias.
Guardemos un momento de silencio recordando a esos hombres y mujeres
desesperados, porque no encuentran trabajo».
El Pontífice ha hablado del trabajo como camino de
santificación:
«No se tiene
suficientemente en cuenta que el trabajo es un componente esencial en la vida
humana, y también en el camino de la santificación. Trabajar no solo sirve para
procurarse el justo sustento, también es un lugar en que nos expresamos, nos
sentimos útiles y aprendemos la gran lección de la concreción, que ayuda a que
la vida espiritual no se convierta en espiritualismo. Lamentablemente, el
trabajo suele ser un rehén de la injusticia social, y más que ser un medio de
humanización, se vuelve una periferia existencial. Muchas veces me pregunto:
¿con qué espíritu hacemos nuestro trabajo cotidiano? ¿Cómo afrontamos el
esfuerzo? ¿Nuestra actividad solo tiene un nexo con nuestro destino o también
se enlaza con el destino de las demás personas? En efecto, el trabajo es una
forma de expresar nuestra personalidad, que, por su misma naturaleza, es
relacional. Es hermoso pensar que hasta Jesús trabajó y que aprendió este arte
de San José.
Tenemos que
preguntarnos hoy qué podemos hacer para recuperar el valor del trabajo, y cómo
podemos colaborar, como Iglesia, para rescatarlo de la lógica del mero
beneficio y pueda ser vivido como un derecho y un deber fundamental de la
persona, que la expresa y acrecienta su dignidad».
Por último, Francisco quiso
recitar la oración que Pablo VI elevó a San José el primero de mayo de 1969:
«Oh, san José,
patrón de la Iglesia, tú que junto con el Verbo encarnado trabajaste cada
día para ganarte el pan, encontrando en Él la fuerza de vivir y trabajar; tú
que has sentido la inquietud del mañana, la amargura de la pobreza, la
precariedad del trabajo; tú que muestras hoy el ejemplo de tu figura, humilde
delante de los hombres, pero grandísima delante de Dios, protege a los trabajadores
en su dura existencia diaria, defiéndelos del desaliento, de la revuelta
negadora, como de la tentación del hedonismo; y custodia la paz del mundo, esa
paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos».
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