Abramos nuestro corazón pidamos que venga, nos purifique, nos ilumine y nos libere de todo mal.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de
Irapuato |
II Samuel 15, 13-14.30; 16, 5-13: “Huyamos de Absalón. Dejen
que Semeí me maldiga, porque se lo ha ordenado el Señor”
Salmo 3: “Levántate, Señor, y sálvame, Dios mío”
San Marcos 5, 1-20: “Espíritu inmundo, sal de este hombre”
Mucho tiempo viví en una región caracterizada
por la crianza de los puercos. Eran de primerísima calidad y su exportación
abundante. Esto obligaba a todos los poseedores de granjas a tener cada día más
cuidado y atención en la alimentación, higiene y prevención de enfermedades
tanto de las puercas de cría como de los lechones. Así los trabajadores tenían
que desinfectarse antes de entrar y salir de la granja, tener mucho cuidado en
vacunas, en temperatura, y un sinnúmero de atenciones. Los trabajadores, siempre
bromistas y de agudo ingenio, llegaban a afirmar que el dueño tenía más cuidado
de sus cerdos que de sus hijos.
Y él respondía, con el mismo humor, “es que mi hijos sólo me quitan dinero, en cambio mis
puerquitos me lo dan”. Pero detrás de todas estas frases se esconde una
ideología perversa que se nos ha ido metiendo en el corazón, que nos lleva a
dar la primacía a los bienes materiales. Muchas veces me he puesto a imaginar
si el demonio que había invadido el corazón de aquel hombre no sería el deseo del
dinero y del poder.
La narración está llena de detalles que pueden
distraernos, pero es verdad que cuando el demonio se mete en nuestro corazón
nos manipula, nos esclaviza y nos destruye. Y parecería que con nada se puede
detener. ¿Hemos visto el comportamiento de un hombre dominado
por la ambición? Baste traer a la memoria los crímenes diarios que
nos asombran y asustan. Parecen tener el mismo origen: la
ambición, poder, ceguera, odio… Son los modernos demonios que a todos
nos amenazan. Ojalá que nosotros no pronunciemos aquellas palabras que brotan
primero de la boca de los demonios: ¿Qué quieres tú
conmigo, Jesús, Hijo de Dios?, y que después se transforman en rechazo y
petición para que se aleje de la comarca. Al contrario abramos
nuestro corazón pidamos que venga, nos purifique, nos ilumine y nos libere de
todo mal.
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