Cuando viajamos a Lima, pasamos por un lugar al que se llama El 109, que es el número del kilómetro en el que se ubica. Siendo un lugar amplio y acondicionado para el estacionamiento de vehículos, son pocos los que se cuadran, de día o de noche.
Pero lo más notorio son las ruinas del que un día fue, el famoso restaurant “El 109”, cuya comida y atención era muy buena, y sus propietarios, cuyo apellido no mencionaré por respeto a su privacidad. Aunque estos sucesos que contaré se dieron en los años sesenta.
A fines
de esa década, este restaurant era uno de los más exitosos de la ruta, ¡pues todos los días era requerido por gente de la ruta
que paraba a degustar su buena sazón!
Como era
un negocio familiar, todos atendían, a excepción de la menor de las niñas, quien
siempre jugaba a espaldas del local, que colindaba con el inmenso desierto,
hasta el Mar de Las Salinas de Huacho. Ella jugaba con sus muñecas sola, como
cualquier niña de cuatro años.
Ella
comenzó a contar a sus padres que cuando jugaba con sus muñecas, siempre venía
un hombre del tamaño de la casa, de color blanco ¡y
la llevaba de la mano hacia el mar!
La
familia por buen tiempo pensó que eran fantasías infantiles de la bebe. Pero
una vez esta desapareció, ¡mientras la familia
atendía el restaurant! La buscaron y hallaron casi al anochecer, ¡en medio del arenal, muy lejos del restaurant! ¡pero
había perdido el habla! Como si estuviese en shock. Nunca volvió a
hablar, se tornó amarilla, muriendo a los pocos días -sin que ningún doctor
diera con su enfermedad-.
Uno de
los familiares, luego de los sucesos, trajo de las "Huaringas"
(Piura) a una espiritista y médium, quien les afirmó, luego de caminar
por el lugar donde se suscitaron los hechos, que la niña había sido víctima de
violación por el alma de un depravado. Quien de seguro en vida había sido un
enfermo aberrado, que había arrastrado sus instintos criminales a la otra vida…
Pero eso es otra historia
La
familia desmoralizada abandonó el lugar y jamás ningún negocio floreció ahí
¿será una maldición?
De: Darío Pimentel Delgado
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