Buscamos con la inteligencia, lo que encontraremos con el corazón.
Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net
El relato de la conversación de la mujer
Samaritana con Jesús, nos deja pensando frente a la capacidad de conversión de
una persona que, sólo mediante palabras, logra creer en el verdadero Mesías
(Juan 4,1-26).
Nos deja pensando hoy, tras 2000 años de
historia. Contamos con una historia revelada en una recopilación de libros de
distintos autores de diferentes épocas, lo que conocemos como la Sagrada
Escritura. Tenemos la certeza de ciertos hechos verídicos que la ciencia no ha
podido refutar y que incluso ha confirmado. Nos apoyamos de una congregación
cristiana encargada de custodiar e interpretar la Palabra de Dios, nuestra
Iglesia Católica. Sin embargo, aún no creemos
porque lo que necesitamos es ver.
Nos toma demasiado trabajo reconocer a Dios
Padre como el Creador de todo el Universo, a Jesucristo su hijo, como nuestro
Salvador y al Espíritu Santo como Santificador.
¿Por qué? ¿Será que la
razón ha superado al sentimiento? Incapaces somos de sentir, pues lo que
necesitamos es comprender. Y así es como buscamos textos, artículos, videos,
libros, papers, en definitiva toda fuente de información posible que nos pruebe
que Dios existe, que Jesús fue un hombre que vivió entre nosotros y más aún,
(aunque complejo de seguir entendiendo) que murió y resucitó.
Buscamos con la
inteligencia, lo que encontraremos con el corazón. Y no está demás citar la historia de San Agustín
y el niño junto al mar, quién le da una hermosa lección respecto a que no es
posible que el hombre logre comprender el misterio de Dios. A Dios no se
estudia, a Dios se ama. A Dios no se comprende, a Dios se siente.
San Juan relata la incredibilidad de Tomás
cuando Jesús resucitado se aparece entre los discípulos: “… Si no veo en
sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y
la mano en su costado, no lo creo”. (Juan
20,25).
Y “Jesús dijo:
Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto” (Juan 20,29).
En nuestra condición de debilidad humana, todos
tenemos algo de Tomás. Todos hemos buscado cómo poder ver o comprender para
lograr creer. Ciertamente, si nuestra fe fuera lo suficientemente grande, sólo
pronunciando la palabra “Jesús”, tendríamos
todo cuanto quisiéramos y necesitáramos. Sólo podemos lograr creer mediante la
fe: ese Don maravilloso que nos abre las puertas
del cielo.
Desanimo, desaliento, cansancio, desilusión tal
vez, pues no logramos sentir verdaderamente la presencia de Dios en nuestras
vidas. Decimos tener fe, somos cristianos activos también, pero aún no lo
logramos. No logramos sentirlo…
Me refiero a esa presencia majestuosa de
sentirnos acompañados por alguien… o por algo. No sucumbir en el temor, pues
estamos abandonados a la voluntad del Padre. No preocuparnos por el mañana,
pues Dios nos proveerá todo lo que necesitemos. No caer en la angustia, pues la
esperanza de la vida eterna deja de ser esperanza y pasa a ser promesa de
nuestro amado Señor.
Pero, no lo creemos. ¿Por
qué nos cuesta tanto creer si incluso para la tranquilidad del intelecto, todo
lo anterior está escrito en la Santa Biblia?
“Yo estoy con ustedes todos
los días hasta el fin de la historia”. (Mateo 28,20)
“No se preocupen por el día
de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus
problemas”. (Mateo
6,34)
“Venid a mí todos los que
estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré”.
(Mateo 11,28)
No se trata de sólo creer
que Jesús existe sino también creer que Jesús vive dentro de nosotros. Justamente
la fe es la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no vemos. Si
podemos confiar en el diagnóstico de un Médico, en la gestión de un Abogado, ¡cuánto más podemos confiar en la Palabra de Jesucristo,
nuestro salvador! Se trata de entender que nuestro verdadero propósito
en nuestras vidas, no es precisamente trabajar, comer, dormir; sino conocer,
amar y servir a Dios.
Y por último, me refiero a esa presencia majestuosa
que nos hace sentir enamorados de alguien… o de algo. Una razón de existir que
trasciende a lo terreno y a todo lo que tenga relación con el mundo. Dormir y
despertar pensando en ello y vivir un día con alegría por cualquier cosa, o
simplemente por nada. Conversar con alguien… o con algo y decirle… te amo.
Ocurre el milagro de escuchar en el silencio y
de sentirnos escuchados en la nada. Confiar hasta lo más profundo de nuestros
secretos, entregarse por entero a ese alguien, pero ya no con la mente, pues la
inteligencia ha perdido importancia. Sólo sentir, sólo corazón.
El ¿Alfa y el Omega? (Apocalipsis 22,13), sí. Es Jesús. Un Dios vivo
cuya presencia lo hace casi palpable. Eso es fe, eso es creer para ver.
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