El hombre se contagia del ejemplo y de las opiniones de los que lo rodean. Restaurar la vida cristiana en la sociedad... es el desafío.
Por: P. Fernando Gioia, EP | Fuente:
es.gaudiumpress.org
Cierta vez San Francisco de Asís pidió a Fray
León, su allegado discípulo, que lo acompañase pues iría a predicar un sermón.
Salieron del convento, anduvieron de un lado a otro de la ciudad y volvieron
después de cierto tiempo. Fray León, perplejo, preguntó a San Francisco,
pensando que se había olvidado, qué había pasado con el sermón. A esto el santo
le respondió: "nuestro caminar por las calles
ha sido el sermón". Había sido el fenómeno del contagio. Ver un
monje tan humilde, tan recogido en oración, tan compenetrado del llamado a la
pobreza que Dios le hizo, fue un testimonio penetrante, fue una predicación.
Lo relatado nos hace considerar cómo el hombre
se contagia del ejemplo y de las opiniones de los que lo rodean. También los
ambientes juegan un papel preponderante en lo que podríamos llamar de contagio.
Es imposible que encontrándose dos hombres no se influencien mutuamente, sea
para el bien, sea para el mal. Muchos se preocupan por la prevención de
enfermedades contagiosas. Pocos se dan cuenta o percatándose, toman una actitud
de vigilancia, ante los peligros de contagio "espiritual"
en el convivio de los hombres.
La influencia que ejercía un San Francisco de
Asís era similar al impacto que producía un San Juan María Vianney, el famoso
cura de Ars, que siendo poco inteligente y de presencia simple, ejercía tal
estremecimiento que, preguntado un viñador del Mâcnnais qué había visto en la
aldea de Ars, respondió: "He visto a Dios en
un hombre". Era tan santo, que se veía que él no era Dios, pero se
percibía que Dios estaba en él, algo de sobrenatural trasparecía en su persona.
Una mirada, una actitud de silencio, una media
palabra, una presencia, pueden crear una atmósfera en un lugar. Al mismo
tiempo, la acción que ejercen los ambientes, las costumbres, los edificios, las
ceremonias, el arte en general - cuando no y destacadamente la música -, así
como también otros y numerosos factores que conforman el convivir cotidiano de
los hombres, tienen su poderoso efecto.
Recordando los tiempos del gran Patriarca del
monacato occidental San Benito con sus monjes, en el silencio, la disciplina y
el trabajo, la oración, el estudio y el ceremonial litúrgico, acabaron
cristianizando un continente, y esto repercutiendo en el mundo a través de los
siglos. En su accionar ejercían una sana influencia sobre pueblos y ciudades,
marcando el entorno con el buen ejemplo de su "ora
et labora". A través de la irradiación de su mística, ideal de vida
y virtudes, transmitían agradable perfume a sus alrededores y en sus misiones
apostólicas, "llegando al gran movimiento de
piedad y renovación en el que se formó la idea de Europa" (Joseph
Ratzinger, Convocados en el camino de la fe).
No parece ser la oportunidad de desarrollar los
diversos tipos humanos que a través de la historia fueron apareciendo como "modelos de contagio". Pero sí recordar
que, a partir de la mitad del Siglo XX, aparecieron nuevos y singulares en
medio del deterioro de la sociedad. La Primera Guerra Mundial señaló el fin de
un tipo humano caracterizado por una forma de ser más ceremoniosa, donde la
educación y la cultura tenían un peso muy grande en las relaciones humanas.
Tiempos en que la influencia religiosa era aún destacada en la vida social y
personal.
Entraba en escena la llamada "revolución cultural", calificada por no
pocos como postmoderna, reflejando estereotipos de vida caracterizados por las
malas maneras, la suciedad, la completa falta de compostura. Actitudes
incompatibles con las costumbres ordenadas del convivir humano fruto de la
evangelización que, a través de los siglos, sacó a los hombres de la barbarie.
Conductas que iban desviando a las almas del bien y, a la larga, de la
verdadera religión. Era, y es, la penetración del desorden, contrario
visceralmente al propio Dios, autor de todas las formas de orden.
Se fue produciendo una quiebra de los padrones
de vida repercutiendo en el desarrollo del pensamiento. Este acontecimiento
coincidía con lo que Pablo VI señalaba: "numerosos
psicólogos y sociólogos, afirman que el hombre moderno ha rebasado la
civilización de la palabra, ineficaz e inútil en estos tiempos, para vivir hoy
en la civilización de la imagen" (Evangelli Nuntiandi, 42). El
cine, impulsado especialmente desde los Estados Unidos, con sus imágenes, fue
dando los modelos a ser seguidos. Era la influencia de Hollywood, que inundando
especialmente al mundo occidental, marcó una época en la historia del pensamiento.
Ya hoy el modelar del pensamiento de las personas lo hacen más los medios
modernos de comunicación. Dejaron de predominar los bienes del espíritu
destacándose lo material ante todo; como si la vida fuese sólo la búsqueda del
éxito y el bienestar temporal. Salud, dinero, felicidad, son los mitos.
Culminando con la deformación de las propias reglas morales.
"Vivimos en un tiempo
caracterizado en gran parte por un relativismo subliminal que penetra todos los
ambientes de la vida", decía Benedicto XVI (24-9-2011). Este fenómeno
-en el que la verdad completa no es considerada- ha llegado a tener carta de
ciudadanía en los estilos de vida, influyendo en las relaciones humanas, y por
lo tanto sobre la sociedad, por el "efecto-contagio".
Preocupaba seriamente a Juan Pablo II la
avalancha de cambios culturales que se vivían. Decía que, urgía restablecer el
cuerpo cristiano de la sociedad humana, y esto sólo se conseguiría con la
presencia de testigos de la fe cristiana, que superen "la
fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en su vida familiar, en el
trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida, que en el Evangelio encuentra
inspiración y fuerza para realizarse en plenitud" (Mane Nobiscum
Domini, 34).
Rehacer, recomponer, restaurar la vida cristiana
en la sociedad es el desafío. Para lograr eso, se hace necesaria una coherencia
que supere la "fractura" de vida
que sufren los hombres de hoy. Sólo se logrará con el "impregnar
y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico" (Decreto
Conciliar Apostolicam actuositatem, 5).
Por el P. Fernando Gioia,
EP
(Artículo publicado en
LaPrensaGrafica.com, 16-01-2016)
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