De niño, lloré las injusticias de la vida, la indiferencia de la gente. Pero nunca juzgue a nadie, y a medida que fui creciendo, convertí esas lágrimas en combustible para despegar, para crecer, para volar.
Supe
canalizar el dolor, la tristeza y el desamparo; y entendí que para llegar a la
rosa hay que pasar por las espinas.
Sobrino...
Nadie se merece tus lágrimas, y quien se las merezca... jamás te hará llorar.
Yo pase
por eso y más, y te daré la receta que aun la guardo en mi alma.
Cuando
busques un hombro para llorar, y no lo encuentres... recuerda que Dios te dio
dos. Nunca solo... Dios está contigo y Dios no se equivoca.
Y ya nos
veremos años más adelante en lo que te convertirás... SERÁS
GRANDE.
Amén, Amén, Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario