La Salvación es nuestra meta y para ello hay que trabajar.
Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net
Para nosotros los cristianos, la salvación es
nuestra meta y para ello debemos trabajar durante toda nuestra vida terrenal. Y aunque es un misterio, lo certero es que
habrán condenados y elegidos.
“Así será en la
consumación de los siglos; saldrán los ángeles y apartarán a los malos de entre
los justos. Y los meterán en el horno de fuego: allí será el llanto y el crujir
de dientes” (Mateo 13, 49-50).
La lucha para lograr alcanzar el Reino de los
Cielo supone el desprendimiento de lo material, una renuncia a todo lo que nos
ofrece el mundo y a una purificación gradual de nuestras almas. Implica
reconocer en Dios su misericordia y amor, y en Cristo, el camino, la verdad y
la vida; son condiciones necesarias y completamente logrables si tenemos la
voluntad de hacerlo.
Cuando hemos escuchado que la “salvación es un don de Dios”, nos tendemos a
preocupar, pues no sabemos si hemos sido elegidos por Él y si gozamos de este
Don o no. O más aún, justificamos a quienes no creen, pues suponemos que Dios
no ha fijado su mirada en ellos y por tanto se les ha reservado este Don.
“Porque ustedes han sido
salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que
es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se
gloríe.” (Efesios 2, 8-9)
Sin embargo, ya con existir, nuestro Padre nos
ha elegido. Por lo tanto hermanos… todos ya hemos sido elegidos. Esta es la
buena noticia, pero no es suficiente; es necesario tener la voluntad
de salvarse. El Señor nos llama, pero nosotros al gozar de libre albedrío,
podemos seguirle o no. Es decir, si nosotros queremos tener una vida de Fe, debemos pedirle al
Padre que nos otorgue tal privilegio, y tener nuestro corazón dispuesto para
Él, abandonando nuestros propios intereses para hacer su voluntad.
“pues es Dios el que obra
en vosotros el querer y el obrar, según su voluntad.” (Filipenses
2,13)
La voluntad de Dios es que
todos logremos la salvación y que gocemos de su Santo Reino. El querer y el hacer no se trata de nuestro
propio esfuerzo, sino de hacernos humildes para dejar que Dios obre en nosotros
conforme a sus designios.
Si pensamos en la eterna misericordia de Dios,
que se sensibiliza frente a nuestras variadas peticiones, ¡Cuánto más podría concedernos, si lo que le pedimos es
fe y salvación! Tengamos la seguridad de que seremos escuchados ante tal
petición.
“La Salvación es siempre un
Don gratuito de Dios” (Papa Francisco)
Entonces, ¿quiénes
serán condenados? Los que tienen la capacidad de creer en Dios.
“El que cree en él, no es
condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre
del Hijo único de Dios.” (Juan 3,18)
Somos seres débiles y con inclinación al pecado
y quien mejor que nuestro Padre para saberlo. Por ello es que Él está siempre
dispuesto a ayudarnos. Simplemente debemos reconocer que solos no podemos, pero
con Cristo sí; que solos nos perderemos, pero con la ayuda de Dios volveremos
siempre al sendero correcto; que caminamos en penumbra, pero el Espíritu Santo
estará ahí para iluminarnos.
Pedir también la
intercesión de nuestra Madre, la Virgen María, pues ella está dispuesta a
acompañarnos siempre y a alentarnos para seguir en un caminar seguro hacia la
casa del Padre.
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