viernes, 3 de diciembre de 2021

LA CEGUERA DEL ¿POR QUÉ?

Sobre la diferencia del ¿Por qué? entre el ¿Para qué?

Por: Fabián Ortiz | Fuente: Catholic.net

En algún punto o momento de nuestras vidas hemos tenido anhelos de todo tipo. Hemos querido tener ese “algo” porque pensamos que nos va a hacer felices o porque pensamos que nos va a resolver nuestros problemas; cuando simplemente nos va satisfacer nuestro egoísmo. Todos los seres humanos en un momento de su vida se enfrentan a momentos difíciles como el sufrimiento por alguna decisión o la muerte o una enfermedad.

Recientemente me sucedió algo que me dio un gran golpe emocional. Había trabajado muy duro durante meses para que una situación se me diera a nivel profesional. Según yo, todo el tiempo que había estado invirtiendo y todas las actitudes que había tenido eran suficientes para poder alcanzarlo. En esos momentos hablaba con alguien muy especial sobre las distintas razones que podrían ser la respuesta a esta situación que no se estaba dando como yo lo quería. Fue ahí cuando me detuve a pensar en la delgada línea que existe entre el “por qué” y el “para qué”. Saberlo diferenciar es difícil y mas aún encontrarle significado o entenderlo.

Cualquiera podría ponerse triste o enojado por no haber obtenido lo que quería, pues es lo más normal que le suceda a uno como respuesta. Pero gracias a ese “para qué”, he logrado ir entendiendo un poco más de mi papel en este camino. He ido entendiendo dos cosas muy importantes, pero que a la vez son también difíciles de entender, por seres humanos que somos.

La primera es gracias a lo que llaman virtudes. Hay varios tipos y entre ellas tenemos las teologales y morales.  De estas veremos las teologales; que son la fe, caridad y la esperanza. Las morales son la justicia, prudencia, templanza y fortaleza. Estas virtudes son dones que Dios nos da para contrarrestar los impulsos naturales inclinados al egoísmo, placer y comodidad.

~   Gocémonos en la esperanza, soportemos el sufrimiento, seamos constantes en la oración.  ~
(Romanos 12:12)

La esperanza es la que nos da la certeza de que algún día viviremos en la eterna felicidad. Y corresponde a ese anhelo que Dios ha puesto en el corazón del ser humano. Con ella concretamos la firme confianza en que Dios nos dará las gracias que necesitamos porque nos ama y porque es fiel a la promesa. Fundamentada en la seguridad y en su poder infinito.  Sin ella, perdemos la visión de la vida eterna y no le encontraríamos ese sentido de trascendencia.

Con la esperanza voy a poder estar seguro que mis planes, si los pongo en manos de Dios, no van a ser inciertos pues tengo esa seguridad en algo futuro prometido por el mismo Dios. ¿Qué más que la plena confianza en Dios?

Un personaje muy claro de la Biblia que nos puede enseñar sobre la esperanza es Job. Job era un hombre que tenía muchas cosas: tenía ganado, casa, familia y dinero. Luego a él se le prueba su fidelidad hacia Dios quitándole todos sus bienes, con padecimiento de enfermedades mortales y hasta la muerte de sus familiares. Aún así, él sale triunfante de todas estas pruebas.

Luego hay que entender el “para qué”. Aquí cada uno tiene que ponerse a valorar y hacer un examen de conciencia para ver qué es en lo que está fallando o qué no está haciendo bien. Personalmente me ayudó para entender que en lo que yo debía de trabajar más era en la humildad. Tal vez para otros sea la prudencia o la caridad. En fin, cada uno tiene alguna otra virtud por la cual trabajar. Y pueden ser no solo virtudes, puede ser un sentimiento o una actitud. Este ejercicio me hizo discernir cuál era esa parte en la que debía trabajar.

En vez de sentarme a preguntarle a Dios el “por qué” de lo que me había pasado, empecé a preguntarme el “para qué”; y fue cuando logré entender un poco lo que Él estaba tratando de decirme o explicarme. Siempre hay que dirigirlas hacia Dios y no contra Él. Saber cuál es nuestro papel en estas situaciones es un punto importante de entendimiento y de confianza que tenemos que ir aprendiendo. Tener fe es asumir ese riesgo de la ceguera y entrar en el amor, a pesar de todo. Aprendí que puedo trabajar en la fe cuando vivo la humildad de cara a mi relación con Dios, reconociendo lo necesitado que estoy del Él.

A veces hay momentos donde puedo volver a la incertidumbre pero es cuando más requiero de un momento de oración y de silencio para seguir teniendo esperanza que todo va a salir de la mejor manera posible. En nuestros silenciosos ratos de oración, pidámosle por ese “para qué”. Asumamos con humildad sea cual sea el desenlace. Seamos como Job cuando le fue pasando cada trago amargo y demostremos esperanza en cada etapa de nuestra vida. Y es que cuando tengo más fe y esperanza es que los resultados llegan mas rápido y claramente.

“La puerta del cielo es muy baja; solo los humildes pueden entrar por ella”
 –Santa Elizabeth Ann Seton

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