Al mulato Facundo Las Nieves, más conocido por Facuto, le castañeteaban los dientes cuando bajó de la jaca overa para pedir auxilio a las autoridades de Pativilca. La agitación que traía de su apresurado y asustadizo viaje no fue óbice para amenguar el pánico que le invadía. El penco estallaba en sudores y relampagueante echaba espumajos blancos por la boca. En forma desesperada e inconexa el mulato contaba a las autoridades los sucesos de Upaca y pedía en tono atragantado para que suban al campanario del templo de san Jerónimo y echen a vuelo las campanas, por lo que estaba pasando en la citada hacienda de ese apacible medio día de un domingo adormilado y cruzado por un quemante sol.
-“Señole… lo chino sian amotinau. Van a matá a los patlone. Señole… que
vaiga tlopa orita que a los chinos está matando.”
Facuto
calculó bien su participación al dar aviso a las autoridades acerca de la
rebelión de los esclavos coolíes escapándose de ser apresado gracias a su
felina agilidad que de un salto desigual monto la jaca, por cierto muy hermosa
que ostentaba alisadas crines escarmenadas por desdentados peines, pellón y
apero sampedrano que estaba lista para que el patrón, don Félix Ríos, observara el estado de los cultivos
aquel domingo por la tarde.
Pero Facuto no pensó que a su regreso los chinos lo
esperarían ocultos en algún lugar la única entrada de la hacienda, que era una
callejonada de trescientos metros más o menos y que a los costados se
observaban paredones de dos galeras protegidas por sauces vetustos que daban la
impresión de una alameda. Hacia el lado izquierdo, cerca de una barraca estaba
el -lazareto- que servía para los que agonizaban de viruela, tisis o peste
bubónica.
El mulato
tomó esta entrada aparentemente apacible. La observó y siguió por su senda sin
corazonada de peligro. La volvió a observar y todo el ambiente era como un
remanso de agua clara. La jaca iba a paso natural hasta que llegó a las afueras
de la casa-hacienda. Puso pie en tierra y cuando aseguraba las riendas de la
jaca en el tronco del árbol seco, los esclavos chinos, machete en mano, lo
rodearon. De inmediato el miedo lo hizo sonreír y se le veía que su verde
dentadura estaba impregnada el jugo de la coca. Su faz era una herradura tosca
que se le adelgazaba ante la idea de una futura muerte. Una acción paralizante
se notaba en sus labios pegoteados.
Las
piernas no resistían su peso de hombre fuerte y duro. Su mirada intuía la del
vencido y que repasaba aquellos recuerdos de sus viejas altiveces y sus
rollizas costumbres de hombre forrado de ignominia, perverso y masacrador. Su
suerte desmadejada y sin brillo estaba echada.
El mulato
Facundo no pidió salvación. En esto guardaba
un empinado orgullo y seguramente multiplicaba las imágenes cuando, ronzal en
mano castigaba a los desvalidos esclavos coolíes que algunas veces por la
rudeza del trabajo, por la escaza alimentación, por el intransigente y
lapidario horario de las labores, por la falta de aclimatación, por sus
disminuidas condiciones físicas, así como por las enfermedades, al notarse que
en el campo los chinos rendían lo que de ellos se esperaba. Facuto fue un servil adulador e inclemente
flagelador, era quien a nombre del patrón zurraba en forma implacable a los
indefensos chinos coolíes.
Ávidos de
venganza estos asiáticos, sin discusión alguna, le seccionaron a machetazos por
doquier y rápidamente acabaron con él. Las gentes nativas lo encontraron a la
altura del patio del albergue principal en un charco negruzco de tripa y
coágulos. En una de las mitades de la cara, en un muñón que le servía de barba
se veían sesos repartidos en medio de sangre rebatida. La muerte de Facuto fue horrorosamente cruel, ¡tampoco merecía otra suerte!
Los
amotinados al ingresar a la casa-hacienda lo tomaron de sorpresa y en un
santiamén la turba rodeó al patrón para que no escapara; pero don Félix Ríos se resistió a entregarse haciendo
fintas por los alrededores de un mesón redondo del comedor para no ser cogido,
hasta que Loo Su, jefe de los rebeldes despectivamente habló:
-“Patilón… tú aola pagau. Tú son malo. Tú no silve patilón. Nosotlo
chino colazón glande. Tuú muele aola patilón.”
Ese
domingo, desde muy temprano, doña Laura Laos, esposa del patrón, mujer muy
hermosa y humana, quizá le hubiera salvado la vida dada la referencia especial
que gozaba entre la peonada. Ella siempre influía para indultar muchos castigos
y faltas intolerables a favor de los trabajadores. Siempre pedía a su esposo
intersecciones y nuevas oportunidades que le valían ante los esclavos
incondicional aprecio, mala suerte, ese domingo doña Laura se encontraba de
viaje. Decían las malas lenguas que la matrona siempre aconsejaba a don Félix
que evite crueles tratos para no incubar problemas desfavorables.
Hua Chonf Fu, segundo jefe de los coolíes
esclavos, encontró en una repartición de la casa hacienda un fusil sin balas
que se le puso a manera de banderola. Loo Su ordenó
que, a machete limpio, charquearan a don Félix, pero en forma lenta dando a
entender que quería verlo agonizar a intervalos.
De un
machetazo le volaron uno de los brazos quedando colgado de la piel y manando
mucha sangre. Luego con un cuchillo grande de cocina le propinaron un corte que
tenía nacimiento en la cara y terminaba a la altura del estómago. Un esclavo
iracundo le alcanzó un mazazo en la cabeza que lo desplomó sin conocimiento.
Después de una hora en este deplorable estado, el patrón exhaló su último
suspiro quedando alrededor de una sanguaza oscura y fétida.
A las
cinco de la tarde, más o menos, los chinos abandonaron el fundo y se
repartieron para esconderse en las chacras de las haciendas vecinas o en los
poblados aledaños. Dicen que los que fueron descubiertos, las autoridades los
mataban ocultamente. Se sabe que, en represalia, los chinos por estas muertes
cometieron excesos en la población civil.
Es imposible
que no haya historia para gente sin historia. Las formas de rechazar y pelear
contra los prejuicios de la explotación son necesarias en todos los estados
donde esto brotara, pero entonces, ¿fue necesario
comprar migrantes asiáticos para que trabajen las haciendas cañeras de nuestra
costa como esclavos? -Lo cierto es que a escasos años de diferencia en
el Perú se operaron dos esclavitudes: primero la de los
negros y segundo la de los chinos. Ambas tienen algunos ingredientes
parecidos, pero lo cierto es que no se supe administrador con los coolíes la experiencia de la esclavitud de los
negros y encontrar la forma de desenterrar los excesos de la explotación. Claro
que no está demás admitir intranquilidades que alteraron el miedo de los
hacendados: unos con sentido de consejo y
paternidad; otros por las sanciones que degeneraron en odios y venganzas, como
las ocurridas en Araya Chica y Upaca en el valle de Pativilca, Paramonga y
Fortaleza. Propagándose luego a otras.
PARTE
II:
También
la historia sahúma con cenizas de adormidera. Gobernaba el Perú el mulato don Ramón Castilla Marquezado que con toda ley
emancipó a 25,506 esclavos negros en 1855. Aunque poco se conoce, posiblemente
don Ramón Castilla, con esta meritoria ley
recordó y agradeció el gesto de las tropas libertadoras cuando en 1820, en la
Gran Colombia, engrosaron sus filas con negros esclavos que -el cafringo- Alexander Petion, descendiente de francés y
presidente de Haití Sur contribuyó con remitir para la libertad de los pueblos
americanos sojuzgados por España. Parte de dichos negros estaban bajo el mando
militar de los generales Lara y Páez, que conjuntamente con Sucre, Córdoba y el peruano La Mar dieron las batallas decisivas por la
emancipación de América, sellada en Junín y Ayacucho.
Contrariamente,
a manera de una falsa compensación en el gobierno de Castilla se introduce, por
la gran influencia política de Domingo Elías,
así como las de don Antonio Dongo y Juan Rodríguez, el comercio de chinos esclavos so
pretexto de carencia de brazos en las haciendas de la costa peruana, cuyos
patrones los compraban por cincuenta pesetas como si fueran mercancías o
animales irracionales.
Se ha
dicho que los perros, caballos y puercos se les daba mejor trato que a los
mencionados coolíes, de los asiáticos
sometidos al régimen de esclavitud en el valle de Huaura, con la anuencia del
patrón, formaron fuertes colonias y hermandades; su presencia se hizo más
numerosa en las haciendas: Rontoy, Acaray, Caldera,
Humaya, etc. donde quedan vestigios de sus cementerios.
En el
valle del Fortaleza fue Paramonga en la que se hizo contratación de jornaleros
chinos por la escasez de estos para cultivar las superficies cañeras, allá por
1858 a 1862, cuando sus propietarios don José
Mazueto Canaval y don Enrique Canaval Zuluoga,
luego de la fusión de siete fundos, alcanzaba altas cotizaciones por el precio
del azúcar en el mercado internacional. Su mejor testimonio es el amplio
panteón llamado de -Los Chinos-, en
Paramonga.
En el
valle de Pativilca, se estableció un sólido núcleo en la hacienda Upaca de
chinos de Macao (antigua colonia portuguesa). Cabe advertir que los jornaleros coolíes contratados como esclavos procedieron de
Hainan, Yunan y Macao. Es en Upaca, a 14 km al este de Pativilca donde brotó la
rebelión de los asiáticos. Se recuerdan las desapariciones y asesinatos en los
citados esclavos. Estos en represalia vienen a diferentes poblados y cometen
actos dolosos por venganza. A la voz de: ¡Ya vienen los
chinos! Las gentes huían o se escondían llenos de pavor o sobresalto.
Otras haciendas donde hubo buenas colonias de esclavos y jornaleros chinos
fueron en Huayto, Galpón, Caraqueño y Carretería.
Se
advierte también que muchos de estos asiáticos trabajaron en la agricultura
subordinados a los llamados “enganchadores” a
quienes obedecían por tiempo determinados en la conservación transitoria de
trabajo. En su trajín cotidiano no descuidaron la conservación de la especie
con mujeres del medio cuyas proles, a la fecha, perduran en sus rasgos físicos:
ya con apellidos de los patrones o de los allegados por los vínculos de
padrinazgos, servidumbres o favorecimiento.
Ellos
pernoctaban en galpones o en rancherías misérrimas y malolientes. Trabajaban de
sol a sol y obedecían las órdenes de los mayordomos de cofradías asesinas. Su
tratamiento fue inhumano, pero en todas las haciendas se usaba el mismo rigor o
castigo o sojuzgamiento. Cierta vez, a Hua Chong Fu,
por olvidar recomendaciones del mayordomo lo privaron arrojándolo a una tina
caliente de jabón permaneciendo más de dos meses sin trabajar por efecto de las
quemaduras corporales. Por este castigo, el chino pasó las de Caín y juró que
algún día cobraría venganza.
En otra
ocasión, por sujeción excesiva, un chino huyó de la esclavatura. Después de
algunos días lo encontraron en mal estado de salud, siendo luego colgado de los
pies durante ocho horas. La gente antigua creía que colgando de los pies a los
cimarrones se curaba el hábito de escapar. Por esta sentencia del patrón, el
asiático esclavo estuvo a punto de perder la vida.
Refieren
que Loo Su fue un macaco cabal y que no se
ha llegado a comprender cómo este coolí pudo
convivir en una mancha de baja repulsa. Trabajador, obediente y comprensible.
Nunca dio motivos para ser recriminado. Tipo aceptable, de facciones físicas y
musculatura envidiable. Gozaba de ascendencia entre los coolíes y se le consideraba con un relámpago de elementos
vitales. Era oportuno y calculador sin hacer alarde de estas innatas
condiciones. Un aciago día, uno de los tantos esclavos, removido por el “baile del zambito” y la fiebre, descansaba en
unas hierbas secas del campo siendo avistado desde un caballo ensabanado por el
mulato Facuto. Cuando este estuvo frente al
enfermo, de dos surriazos lo hizo levantar para luego meterle el penco.
Loo Su que acertó estar por esos lugares y harto de
mirar tantos abusos, sin mediar palabra alguna, de un espectacular salto cayó
en el anca del ensabanado y atezó al cruel mulato trayéndolo al suelo donde
después de incruenta lucha el chino dominó la contienda pretendiendo ahogar al
flagelador mayordomo. Tres braceros esclavos que acudieron al teatro de los
sucesos los separaron. El despiadado Facuto
en forma exagerada acusó a Loo Su ante el
patrón quien hizo llamar al coolí y le dijo:
“Da gracias chino maldecido que hoy es su
cumpleaños de mi finada madre y por esto, no te vuelo la cabeza de un tiro.
Para que aprenda a respetar, échenle una cueriza”.
Loo Su fue amarrado de pies y manos con
unas correas. De un fuerte golpe a las piernas lo tumbaron cerca de la
pesebrera. Facuto iracundo y sediento por cobrar el castigo, tenía lista a su
presa y le propinó: ¡fua!, ¡fua!, ¡fua! ¡fua!,
¡fua!, ¡fua! seis ronzalazos que chirriaban al caer en el cuerpo del
chino rompiéndole las carnes y ocasionándoles quemantes hematomas. Loo Su jamás
dijo un ¡ay! de dolor. Se mordía los labios
y miraba al mulato Facuto con asco y
desprecio cuando se retorcía; vale decir, con la altivez y valentía de un
macaco cabal que heredó de sus ascendientes y dioses guerreros, la estirpe y la
casta de los hombres corajudos.
Le
sacaron las ataduras y luego nuevamente, el flagelador con sed demoniaca le
restalló el ronzal ¡fua!, ¡fua!, ¡fua! que
el esclavo, para sí, juraba con creces desatar venganza, ¡una venganza ejemplar! Semi muerto lo llevaron a
su cuadra cuando Facuto, inmisericordioso y
servil, espoleando al ensabanado arremetió contra dicho grupo. Al caer el chino
sufrió fractura de fémur.
Sus
acompañantes coolíes le curaron con remedios
que ellos preparaban hasta que después de muchos días, Loo
Su quedó en condiciones normales sin olvidar la dulce venganza que a
poco a poco y en forma segura preparó para dar así, la llamada “Rebelión de los chinos esclavos en la hacienda Upaca” del
distrito de Pativilca, provincia de Chancay, departamento de Lima.
PARTE
III:
Este
movimiento originó malestares sociales y políticos que muy poco repercutieron.
Un oculto tejemaneje se alisaba por los consulados chinos. En otras haciendas
donde existían chinos jornaleros o esclavos, un clamor despertó a la conciencia
ciudadana que ahogaba las cicatrices del motín de Upaca.
Todas las
vetas abiertas e incomprendidas, poco a poco se fueron cerrando para dar paso a
otro sistema, que en el fondo era similar, vale decir de explotación del
bracero nativo. Si se acuerda que al final los chinos habían echado el alma a
la espalda y cuchillo en boca atemorizaban a los colaboradores de los malsanos
y verdugos terratenientes, es justo también decir que estos avistaron la visa y
esencia del derecho humano que debe gozar todo trabajador.
Por la
gran extensión del territorio chino, así como por su milenaria antigüedad, se
sabe que sus habitantes en una gran mayoría son y fueron agricultores y que
conocieron bastante de cultivos y labores de campo, trayendo a América sus
experiencias que dieron buenos resultados; ahorraban copiosas extensiones de
terreno. El regadío lo hacían sin devolver el agua a la servidumbre, sino que
la perdían entre los camellones, las cosechas las realizaban con la luna, etc.
Sobre este particular en forma favorable han comentado ingenieros e
historiadores acerca de Paramonga y Humaya, respectivamente. Como si fuera poco
agregar, las familias o proles de los asiáticos han creado otra modalidad
económica y de trabajo, ya que muchos descendientes de ellos han poseído y
poseen envidiables fortunas.
Afirman
algunos historiadores, sin compromiso de oficialismos, que a raíz de la guerra
con Chile (1879), donde todavía en el Perú los chinos esclavos no conseguían su
libertad por la mezquindad de los políticos que traficaban en la venta de
esclavos, que los coolíes pactaron con el
ejército invasor a cambio de su libertad, ofreciendo importantes informaciones
de carácter bélico y social. Como, por ejemplo: el
hecho de que una nave china, posiblemente espía, que cargaba pólvora y salitre
desde Iquique avistó al “Huáscar” y reveló su ubicación camino a Angamos, o
cuándo en Chorrillos el ejército peruano, por cierto muy reducido, iba a
sorprender a los chilenos que se encontraban cansados, después del sonado
incendio, pero beodos y llenos de gloria, los chinos les informaron del plan
peruano y salvaron de una debacle al ejército chileno.
Por el
tratado de Ancón (1883) se frenaron estos sueños que sin ser de opio estuvieron
a punto de causar desaguisados diplomáticos. La provincia de Chancay fue donde
se vendieron el mayor número de esclavos coolíes siguiendo
en orden de mérito las provincias de Cañete, Lima, Santa, etc. Me olvidaba: Según el censo de 1876, aparece que hubo en el Perú
491,500 más 117 chinos que laboraban en suelo firme o islas. De ese total, el
26.9% correspondían al departamento de Lima. De esta suma el 48.7% de chinos se
censaron en la provincia de Chancay.
Huacho,
setiembre 19 de 1977.
Nota. La provincia de Chancay se refiere a las actuales provincias de Huaral, Huaura y Barranca. El término -coolíe- se pronuncia y también se escribe como: culí, culíes.
Bibliografía:
1. Lang
Pachón, Alfredo. “Chinos en el Perú”, página 41-42.
2. Bernal
y Cuellar, Ruperto. “Disertación en el colegio La Merced”, 1935.
3.
Derpich, Willma. “Rebelión de los chinos”. Suplemento El Comercio 02/05/1935.
4.
Ipince, Jesús Elías. “Cosas no escritas”. El Heraldo, 20/12/1935.
De Manuel Guillermo Carmona Bazalar
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