Es absolutamente comprensible tu dolor. Pero la gran trampa del demonio es alejarnos más de Dios, cuando más lo necesitamos.
Dios, en su admirable
Providencia, nos da a cada momento, a los Sacerdotes, un sinfín de
oportunidades para anunciar su Reino, santificar a sus hijos, y llevarlos al
Cielo. Cada instante de nuestra vida es un absoluto milagro. Y, de las maneras
menos pensadas, el Señor nos presenta, todo el tiempo, a quienes más necesitan
de su Amor.
Me ocurrió hace
pocas horas, muy temprano en la mañana. Estaba esperando, en una transitada
esquina en el límite entre La Plata y Ensenada, el micro que me conduciría a mi
parroquia. Venía de visitar enfermos, y de buscar donaciones para mis hijos, en
estos días previos a la Navidad. Y mi paciencia había sido bien probada frente
a las ansiedades –rayanas, en algunos casos, con la violencia verbal- que
invade a tantas personas, ante estas «fiestas»;
como la llaman desde su raquítica o ya inexistente fe… ¡Cuántos
quieren hacer, en solo unos días de diciembre, lo que no pudieron, no supieron
o no quisieron hacer en todo un año! ¡Cuánto nerviosismo, y hasta prepotencia,
en corazones que no se abandonan en la Paz, que solo el Señor nos trae!
Meditaba en todos
estos puntos, cuando de pronto veo a una mujer, madura, que viajaba en un
vehículo de alquiler, y que con un fuerte grito, me disparó: ¿Dónde estaba Dios cuando se murió mi hijo?... Como nos separaban unos cuatro metros (entre la
calzada, y la vereda); y preocupado por no haberla escuchado convenientemente,
comencé el siguiente diálogo:
§ Buen día, hija.
No te oí bien, ¿me puedes repetir la pregunta?
§ ¿Dónde estaba
Dios cuando se murió mi hijo?, me reiteró visiblemente alterada.
§ Seguramente
junto a ti, consolándote –le contesté- Él jamás nos abandona. Y, cuando más lo
necesitamos, como nos enseñó la Madre Teresa, no vemos las huellas de sus
pisadas, porque nos lleva en sus brazos…
Hice una
pausa para poder escucharla; que es siempre imprescindible, en estos casos. Y
como noté su interés por mi reflexión, continué…
§ Es absolutamente
comprensible tu dolor. Pero la gran trampa del demonio es alejarnos más de
Dios, cuando más lo necesitamos. Agradécele, cada día, al Señor el regalo de la
vida de tu hijo. ¡Te cambiará, absolutamente! Yo, en algunos minutos, cuando
celebre la Santa Misa, pediré por su eterno descanso.
Ya estaba por
remprender la marcha su vehículo, ante el verde del semáforo. Y, como siempre
hago en estos casos, me presento: Soy el padre
Christian; y estoy en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres.
¡Ésa es tu casa! El auto arrancó
raudamente; y ella me siguió con su mirada, sin decirme nada, hasta que se
perdió de vista. Sus ojos me continuaron trasmitiendo todo su dolor;
absolutamente entendible. Y me dejaron, también, la impresión de que las
palabras que me inspirara el Señor, en la emergencia, dieron fruto…
Llegué a la
parroquia; y, de acuerdo con lo prometido, ofrecí el Santo Sacrificio por dicha
intención. Poco después, a punto de salir con mi bicicleta, a realizar las
compras, y otros trámites de rutina, me encontré en la puerta del templo, con
un hombre de similar edad a la de la mujer. ¿Padre,
aceptan ropa de donación?, me
preguntó. Le contesté como siempre hago en estos casos: Si está limpia, sana y en condiciones de ser usada
inmediatamente, con todo gusto; de lo contrario, aquí a la vuelta hay un
contenedor de basura… Consciente
de que hay quienes confunden caridad con el pobre, con arrojar en la parroquia
más cercana los desechos del ropero, me dijo: No,
padre, por supuesto. Las prendas están muy bien; de hecho, fueron usadas por
queridos familiares, hasta hace unos días…
Hecha, entonces,
la aclaración, comenzamos a bajar varias bolsas, de su vehículo, hasta mi
despacho (a la sazón, box de estacionamiento de la bici, y depósito transitorio
de mercaderías, y de ropa; hasta que las Damas
de la Sacristía proceden a su
clasificación y reparto)… Mientras estábamos en la tarea, le pregunté: ¿Vives en el barrio, hijo?... Sí, a cinco cuadras, me contestó. ¿No te veo en Misa; estás un poco alejado…? Al advertir mi interés para que abriera su
corazón, me respondió: Padre, perdí a mi suegra
hace tres meses; y, hace dos días, perdí a mi papá… ¡Esto me está haciendo
replantear muchas cosas…!
Le di mis palabras
de pésame; rezamos juntos, lo bendije, y me despedí con un abrazo. Mientras lo
acompañaba a la puerta, le repetí las palabras que le dijera, un par de horas
antes, a la apenada mujer: La gran trampa del
demonio es alejarnos más de Dios, cuando más lo necesitamos. Agradécele, cada
día, al Señor el regalo de la vida de tu padre, y de tu suegra… Por lo demás,
ésta es tu casa; aquí está tu hogar… ¡Dios atiende de 0 a 24…! Abundantes lágrimas corrieron por su rostro; me
volvió a dar un abrazo, y antes de subir a su vehículo, me dijo: Sí, lo sé, padre. ¡Sé que el Señor nunca nos abandona…!
Y Jesús lloró (Jn
11, 35) ante la tumba de Lázaro, remarca el evangelista San Juan; poco después
de que el Divino Maestro enfatizara: Yo soy la
Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que
vive y cree en mí, no morirá jamás (Jn 11, 25-26). Siempre las lágrimas
son sanantes ante la partida de los seres queridos. No derramarlas, en clave
cristiana, y llenas de oración, conduce a largas y costosas terapias; con
frecuencia reñidas con una recta antropología. Curiosidades de este mundo
poscristiano: mientras exalta y promueve, con
desenfreno, los más variados derechos y seudoderechos, con los más increíbles
argumentos, para «garantizar la felicidad» de «todos, todas, y todes»; con el aborto, la
eutanasia, el endiosamiento de la promiscuidad, la droga libre, y el aumento
sistemático de la pobreza y la indigencia, manda al exterminio a millones de
personas. Para unos, vale todo, y para otros, no vale nada. A los políticamente correctos, serviles al
globalismo materialista, que busca un mundo para pocos (la décima parte de la
población actual), todo se les permite; a quienes creemos que la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la
vida del hombre consiste en la visión de Dios (cf. Tratado de San Ireneo de Lyon, obispo, contra las herejías.
Libro 4, 20, 5-7), ¡ni justicia! Solo
merecemos, para ellos, toda clase de desprecios, burlas y persecución; por
tener fe, y defender la Ley Natural.
Sí, la Inmaculada
Concepción, me regaló dos encuentros maravillosos; en los que la muerte sirvió
para hacer brillar, con todo su esplendor, a la Vida
en abundancia (Jn 10, 10). Sí, en
tan solo tres horas, viví una síntesis de todo el Adviento: el de la Espera confiada en el Señor que viene. Y que, al
hacer nuevas todas las cosas (Ap 21, 5), nos regala desde la humildad de
Belén, un anticipo de las eternas mansiones del Cielo…
P. Christian Viña, sacerdote
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