martes, 14 de diciembre de 2021

«¿DÓNDE ESTABA DIOS CUANDO SE MURIÓ MI HIJO?»

 Es absolutamente comprensible tu dolor. Pero la gran trampa del demonio es alejarnos más de Dios, cuando más lo necesitamos.

Dios, en su admirable Providencia, nos da a cada momento, a los Sacerdotes, un sinfín de oportunidades para anunciar su Reino, santificar a sus hijos, y llevarlos al Cielo. Cada instante de nuestra vida es un absoluto milagro. Y, de las maneras menos pensadas, el Señor nos presenta, todo el tiempo, a quienes más necesitan de su Amor.

  Me ocurrió hace pocas horas, muy temprano en la mañana. Estaba esperando, en una transitada esquina en el límite entre La Plata y Ensenada, el micro que me conduciría a mi parroquia. Venía de visitar enfermos, y de buscar donaciones para mis hijos, en estos días previos a la Navidad. Y mi paciencia había sido bien probada frente a las ansiedades –rayanas, en algunos casos, con la violencia verbal- que invade a tantas personas, ante estas «fiestas»; como la llaman desde su raquítica o ya inexistente fe… ¡Cuántos quieren hacer, en solo unos días de diciembre, lo que no pudieron, no supieron o no quisieron hacer en todo un año! ¡Cuánto nerviosismo, y hasta prepotencia, en corazones que no se abandonan en la Paz, que solo el Señor nos trae!

  Meditaba en todos estos puntos, cuando de pronto veo a una mujer, madura, que viajaba en un vehículo de alquiler, y que con un fuerte grito, me disparó: ¿Dónde estaba Dios cuando se murió mi hijo?... Como nos separaban unos cuatro metros (entre la calzada, y la vereda); y preocupado por no haberla escuchado convenientemente, comencé el siguiente diálogo:

§  Buen día, hija. No te oí bien, ¿me puedes repetir la pregunta?

§  ¿Dónde estaba Dios cuando se murió mi hijo?, me reiteró visiblemente alterada.

§  Seguramente junto a ti, consolándote –le contesté- Él jamás nos abandona. Y, cuando más lo necesitamos, como nos enseñó la Madre Teresa, no vemos las huellas de sus pisadas, porque nos lleva en sus brazos…

  Hice una pausa para poder escucharla; que es siempre imprescindible, en estos casos. Y como noté su interés por mi reflexión, continué…

§  Es absolutamente comprensible tu dolor. Pero la gran trampa del demonio es alejarnos más de Dios, cuando más lo necesitamos. Agradécele, cada día, al Señor el regalo de la vida de tu hijo. ¡Te cambiará, absolutamente! Yo, en algunos minutos, cuando celebre la Santa Misa, pediré por su eterno descanso.

  Ya estaba por remprender la marcha su vehículo, ante el verde del semáforo. Y, como siempre hago en estos casos, me presento: Soy el padre Christian; y estoy en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres. ¡Ésa es tu casa! El auto arrancó raudamente; y ella me siguió con su mirada, sin decirme nada, hasta que se perdió de vista. Sus ojos me continuaron trasmitiendo todo su dolor; absolutamente entendible. Y me dejaron, también, la impresión de que las palabras que me inspirara el Señor, en la emergencia, dieron fruto…

  Llegué a la parroquia; y, de acuerdo con lo prometido, ofrecí el Santo Sacrificio por dicha intención. Poco después, a punto de salir con mi bicicleta, a realizar las compras, y otros trámites de rutina, me encontré en la puerta del templo, con un hombre de similar edad a la de la mujer. ¿Padre, aceptan ropa de donación?, me preguntó. Le contesté como siempre hago en estos casos: Si está limpia, sana y en condiciones de ser usada inmediatamente, con todo gusto; de lo contrario, aquí a la vuelta hay un contenedor de basuraConsciente de que hay quienes confunden caridad con el pobre, con arrojar en la parroquia más cercana los desechos del ropero, me dijo: No, padre, por supuesto. Las prendas están muy bien; de hecho, fueron usadas por queridos familiares, hasta hace unos días…

  Hecha, entonces, la aclaración, comenzamos a bajar varias bolsas, de su vehículo, hasta mi despacho (a la sazón, box de estacionamiento de la bici, y depósito transitorio de mercaderías, y de ropa; hasta que las Damas de la Sacristía proceden a su clasificación y reparto)… Mientras estábamos en la tarea, le pregunté: ¿Vives en el barrio, hijo?... Sí, a cinco cuadras, me contestó. ¿No te veo en Misa; estás un poco alejado…? Al advertir mi interés para que abriera su corazón, me respondió: Padre, perdí a mi suegra hace tres meses; y, hace dos días, perdí a mi papá… ¡Esto me está haciendo replantear muchas cosas…!

  Le di mis palabras de pésame; rezamos juntos, lo bendije, y me despedí con un abrazo. Mientras lo acompañaba a la puerta, le repetí las palabras que le dijera, un par de horas antes, a la apenada mujer: La gran trampa del demonio es alejarnos más de Dios, cuando más lo necesitamos. Agradécele, cada día, al Señor el regalo de la vida de tu padre, y de tu suegra… Por lo demás, ésta es tu casa; aquí está tu hogar… ¡Dios atiende de 0 a 24…! Abundantes lágrimas corrieron por su rostro; me volvió a dar un abrazo, y antes de subir a su vehículo, me dijo: Sí, lo sé, padre. ¡Sé que el Señor nunca nos abandona…!

  Y Jesús lloró (Jn 11, 35) ante la tumba de Lázaro, remarca el evangelista San Juan; poco después de que el Divino Maestro enfatizara: Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás (Jn 11, 25-26). Siempre las lágrimas son sanantes ante la partida de los seres queridos. No derramarlas, en clave cristiana, y llenas de oración, conduce a largas y costosas terapias; con frecuencia reñidas con una recta antropología. Curiosidades de este mundo poscristiano: mientras exalta y promueve, con desenfreno, los más variados derechos y seudoderechos, con los más increíbles argumentos, para «garantizar la felicidad» de «todos, todas, y todes»; con el aborto, la eutanasia, el endiosamiento de la promiscuidad, la droga libre, y el aumento sistemático de la pobreza y la indigencia, manda al exterminio a millones de personas. Para unos, vale todo, y para otros, no vale nada. A los políticamente correctos, serviles al globalismo materialista, que busca un mundo para pocos (la décima parte de la población actual), todo se les permite; a quienes creemos que la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios (cf. Tratado de San Ireneo de Lyon, obispo, contra las herejías. Libro 4, 20, 5-7), ¡ni justicia! Solo merecemos, para ellos, toda clase de desprecios, burlas y persecución; por tener fe, y defender la Ley Natural.

   Sí, la Inmaculada Concepción, me regaló dos encuentros maravillosos; en los que la muerte sirvió para hacer brillar, con todo su esplendor, a la Vida en abundancia (Jn 10, 10). Sí, en tan solo tres horas, viví una síntesis de todo el Adviento: el de la Espera confiada en el Señor que viene. Y que, al hacer nuevas todas las cosas (Ap 21, 5), nos regala desde la humildad de Belén, un anticipo de las eternas mansiones del Cielo…

P. Christian Viña, sacerdote

No hay comentarios:

Publicar un comentario