1475. ––¿QUÉ OCURRE AL ALMA ENTRE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN DEL CUERPO?
––En un nuevo capítulo de la Suma contra los gentiles, de los dedicados a
la escatología, lo inicia Santo Tomás con esta indicación sobre lo explicado en
los anteriores: «de ello podemos deducir que,
inmediatamente después de la muerte, las almas de los hombres reciben por lo
merecido el premio o el castigo».
Podría parecer que al separarse
las almas de sus cuerpos por la muerte, no pueden sufrir lo que se merecen
hasta la resurrección de los mismos. Sin embargo, afirma Santo Tomas que, por
una parte: «las almas separadas son capaces de
penas tanto espirituales como corporales, como ya se ha demostrado». Por
otra que: «son capaces de gloria», como
también se probó (III, c. 51)».
Es más, en este segundo caso: «por el mero hecho de separarse el alma del cuerpo, se
hace capaz de la visión de Dios, a la que no podía llegar mientras estaba unida
al cuerpo corruptible».
1476. ––¿Cuáles son las
premisas más concretas de esta conclusión? ––Santo Tomás da cuatro razones. La primera es que: «la bienaventuranza última del hombre consiste en la
visión de Dios, que es el premio de la virtud. Y no había razón alguna para
diferir el castigo o el premio, del cual pueden participar las almas de unos y
otros. Luego el alma, inmediatamente que se separa del cuerpo, recibe el premio
o castigo, por lo que hizo con el cuerpo (Cf. 2 Cor 5, 10)».
Una segunda es que: «el estado de merecer o desmerecer está en la vida, por
lo cual se compara a la milicia y los días de los jornaleros, como se ve en el Libro
de Job: «Milicia es la vida del hombre sobre la tierra, como días de
jornalero son sus días» (Jb 7, 1). Mas, terminado el estado de milicia y
el trabajo de jornalero, se debe dar inmediatamente el premio o el castigo a
los que luchan bien o mal. Por eso, se dice en el Levítico: «No guardarás en tu poder hasta el día siguiente la paga
del jornalero» (Lev 19, 13). Por lo tanto,
inmediatamente después de la muerte las almas alcanzan el premio o el castigo».
La tercera razón es la
siguiente: «Al orden del pecado y del mérito
corresponde convenientemente el orden del castigo y del premio. Mas el merito y
el pecado no recaen en el cuerpo sino por el alma, pues únicamente lo que es
voluntario tiene razón de mérito o demérito». De ahí que: «tanto el premio como el castigo pasa convenientemente
del alma al cuerpo, y no viceversa».
Por consiguiente: «no hay razón alguna por la que para castigar o premiar a
las almas, haya que esperar a que vuelvan a tomar sus cuerpos; antes bien,
parece más conveniente que las almas en las que con anterioridad estuvo el
pecado y el mérito, sean castigadas o premiadas también antes que sus cuerpos».
Por último, un cuarto motivo,
queda patentizado: «por la misma providencia de
Dios, que da a las cosas naturales las perfecciones que les son debidas, se les
deben a las criaturas racionales los premios y castigos». Además: «en las cosas naturales sucede que cada uno recibe
inmediatamente la perfección de que es capaz, si no hay impedimento por parte
de quien recibe o por parte de quien obra». Por consiguiente: «como las almas, una vez separadas de los cuerpos son
capaces tanto de gloria como de castigo, inmediatamente recibirán una y otro, y
no se diferirá el premio de los buenos o el castigo de los malos hasta que las
almas vuelvan a juntarse con los cuerpos»[1].
1477. ––¿Después de la muerte cada alma será llevada
al cielo o al infierno?
––En la Suma teológica, Santo Tomás precisó su
conclusión sobre la inmediatez del destino de cada alma, al dar esta nueva
razón: «Así como los cuerpos tienden a su propio
lugar, que es el fin de sus movimientos, por su gravedad o ligereza, así
también las almas por su mérito o demérito tienden al premio o al castigo, que
son los fines de sus propias acciones».
Además: «si el cuerpo, por gravedad o ligereza, tiende
inmediatamente a su lugar, no hallando impedimento, igualmente las almas,
desligadas de la carne, que las sujetaba al estado de viador, inmediatamente
alcanzan el premio o el castigo, de no hallar obstáculo». Este
impedimento es, por ejemplo, el pecado venial, porque: «puede
impedir la consecución del premio, que no se puede alcanzar si dicho pecado, no
es previamente purgado».
Por consiguiente: «como el lugar se depara a las almas en conformidad con
el premio o el castigo, resulta que inmediatamente que el alma es librada del
cuerpo, o bien se sumerge en el infierno o bien vuela al cielo, de no impedirlo
algún reato por el cual convenga retrasar dicho vuelo mientras se purga el
alma»[2],
como son los reatos que quedan o restos de las obligaciones de satisfacción por
los pecados mortales.
1478. ––¿Sólo existen estos tres lugares diferentes
a donde son dirigidas inmediatamente las almas después de abandonar su cuerpo
por la muerte?
––Para determinar cuántos son
los lugares en los que están las almas separadas, Santo Tomás parte de la
siguiente premisa: «Los lugares de las almas son
distintos conforme a su estado. Porque el alma, unida al cuerpo mortal, está en
estado de merecer; pero libre del cuerpo, en estado de recibir bien o mal por
sus merecimientos. De aquí después de la muerte está en estado de recibir el
premio final o en estado de quedarse sin él».
El alma puede encontrarse, por
tanto, en dos estados generales: el estado de merecer, en esta vida, y el
estado de recibir el premio o no recibirlo después de la muerte. En este
último, queda indicada una distinción entre dos estados posibles: el estado de
poder recibir la recompensa final y el estado que impide recibirla.
Todavía en el primero de estos
dos debe hacerse otra distinción, porque: «si el
alma está en estado de recibir la retribución final, puede estarlo de dos
maneras: o bien con relación al bien, y así hay paraíso; o con relación al mal»,
en la que la retribución no es el cielo sino el castigo por la culpa, En este
último caso, hay dos lugares distintos: «por razón
de la culpa actual hay infierno» y «por
razón de la culpa original hay un limbo de los niños» Los que están sin
pecado irán al cielo, los que están en pecado mortal actual, al infierno; y los
que conservan sólo el pecado original, sin pecados mortales actuales, van al
limbo de los niños.
Asimismo, se da igualmente
otra distinción, en el segundo estado posible después de la muerte, el de
impedimento de la recompensa, que da lugar a la existencia del infierno y del
limbo. La razón es porque si el alma: «está en
estado que le impide alcanzar la retribución final puede ser por deficiencia de
la persona, y así hay purgatorio, en que son retenidas las almas para que no
consigan inmediatamente el premio, por los pecados que cometieron», pero
lo hacen después de satisfacer la pena pendiente.
También lo que impide la
recompensa final puede darse: «por deficiencia de
la naturaleza, y así hay un limbo de los padres, en el que estaban detenidos
los padres sin poder alcanzar la gloria por el reato de la naturaleza humana,
que todavía no estaba expiado»[3].
Aunque los patriarcas con los Sacramentos de la Antigua Ley como causa
ocasional obtenían la gracia de Dios, porque con ellos expresaban su fe en el
futuro Salvador y con ello manifestaban el arrepentimiento por los propios
pecados, todavía no había sido redimido el pecado original. «De éste último habían quedado libres en cuanto a su
persona, por medio de la circuncisión», pero quedaba la expiación del
pecado original en cuanto a la naturaleza humana, que realizaría Cristo, y por
ello quedaba el reato, o deuda por el pecado original.
Sabemos por la fe que Cristo,
después de su muerte «descendió a los infiernos», al limbo de los patriarcas, o
«seno de Abrahán», tal como se expresa en el
artículo quinto del «Símbolo de los apóstoles». De
este modo uno de los motivos: «fue para librar a
los santos que se encontraban en el infierno. Así como Cristo quiso sufrir la
muerte para librar de la muerte a los vivos, así también quiso bajar al
infierno para librar a los que allí estaban»[4].
De ahí, que este quinto lugar, después de Cristo, ya no exista.
1479. ––A esta doctrina del Aquinate sobre los cinco
lugares de ultratumba se le podría objetar que no abarca todas las
posibilidades del estado de un alma separada, porque: «supuesto que uno, con
pecado original, muriera con un solo pecado venial, no le competiría ninguno de
los lugares consignados». ¿Cómo resuelve el Aquinate esta dificultad?
––Parece que en este caso: «no estaría en el paraíso por carecer de la gracia, y,
por la misma razón, tampoco en el limbo de los padres; ni, asimismo, en el de
los niños, por no haber en este limbo castigo sensible que merece su pecado
venial. Tampoco en el purgatorio, porque allí sólo hay pena temporal, y él la
merece perpetua», porque esta desprovisto de la gracia; «ni en el infierno de los condenados por carecer de
pecado mortal»[5].
Afirma Santo Tomás que: «Esta suposición es imposible». Sin la gracia de
Dios, en todo hombre se dan varios pecados veniales y mortales, porque no se
pueden cumplir todos los mandamientos y los que se cumplen hacerlo con perfección,
ni perseverar en ellos. No obstante: «si fuera
posible, ése hombre sería castigado eternamente en el infierno; pues que el
pecado venial sea temporalmente castigado en el purgatorio, es debido a que
lleva adjunta la gracia; por donde, si va junto con el pecado mortal, que se da
sin la gracia, sería castigado con pena eterna en el infierno. Por
consiguiente, a ese que muere con pecado original, con un venial sin la gracia,
no hay inconveniente en afirmar que sea castigado eternamente»[6].
Al tratar la cuestión sobre la
pena del pecado original, queda explicada esta afirmación más detalladamente.
Escribe Santo Tomás: «Entre todos los pecados, el
original es el más pequeño porque es el que menos tiene de voluntario, pues no
es voluntario por la voluntad de esta persona, sino sólo por la voluntad del
principio de la naturaleza». En cambio, el pecado actual, incluso el
venial, es voluntario por la voluntad de aquél en el que está. Por eso se debe una menor pena al pecado original que al
venial», porque la culpa es menor, y la pena debe ser proporcionada a la
culpa. Con el mero pecado original se va al limbo, pero con él y con un sólo
pecado venial, al infierno, como si el pecado hubiese sido mortal.
Además, por una parte: «no obsta que el original no sea compatible con la
gracia, pues la privación de la gracia no tiene razón de culpa, sino de pena, a
no ser en cuanto que procede de la voluntad. Por eso, donde menos hay de
voluntario, menos hay de culpa». El pecado original como pena conlleva
la privación de la gracia.
Por otra: «de modo semejante, tampoco obsta que al pecado venial
actual se le deba una pena temporal, ya que esto es accidental, en cuanto que el
que muere sólo en pecado venial, tiene la gracia, en virtud de la cual es
purificada la pena». Con la gracia, no tendría una pena eterna. «Pero si el pecado venial estuviese en alguien sin
gracia, tendría una pena perpetua»[7].
Todavía se podría decir contra
esta doctrina que: «quienes mueren en gracia con
pecados veniales se les señala un lugar donde sean castigados antes de alcanzar
el premio; éste es el purgatorio. Luego, por la misma razón, aunque al
contrario, ha de ser de aquellos que fallecen con mortal y con ciertas obras
buenas»[8].
La respuesta de Santo Tomás es
la siguiente: «No puede darse puro el mal sin
mezcla de algún bien, así como se da el sumo bien sin mezcla de mal alguno. Por
lo tanto, quienes han de ser trasladados a la bienaventuranza, que es el bien
sumo, sin mezcla de mal alguno, deben también estar limpios de todo mal. Por lo
cual, es menester que haya un lugar donde se purifiquen, si de aquí no salieron
del todo limpios», como es el purgatorio.
Ciertamente: «los que sean sepultados en el infierno no estarán
inmunes de todo bien, y por eso no es lo mismo, porque allí en el infierno
pueden recibir el premio de sus buenas obras, en cuanto que estos pasados
bienes les sirven para mitigación de la pena»[9].
1480. ––¿Por qué los que sólo tienen el pecado original sin
pecados mortales actuales van al limbo de los niños?
––Todos los hombres que han
muerto con sólo el pecado original, pecado en la naturaleza humana y no
voluntario en los descendientes de Adán, y, por tanto, sin culpa, según Santo
Tomás, y otros muchos autores desde la escolástica hasta nuestros día, van al
limbo de los niños, aunque es una afirmación que no pueden probar por la
Sagrada Escritura. Tampoco por los Padres de la Iglesia. San Agustín decía que
iban a sufrir las penas del infierno. Sin embargo, precisaba que: «La pena más suave será, sin duda, la de aquellos, que,
fuera del pecado original, ningún otro cometieron»[10].
Tampoco la Iglesia ha dado ninguna definición dogmática sobre el limbo.
Santo Tomás niega que el limbo
sea lo mismo que el infierno de los condenados, porque: «se pueden distinguir unos dobles lugares de las almas después de la
muerte; o por el sitio o por la calidad, o sea por los castigos o premios que
reciben en ellos. Si en cuanto a la calidad consideramos el limbo de los padres
y el infierno, se distinguen, sin duda, ora porque en el infierno hay un
castigo sensible, que no había en el limbo de los padres; ora, porque en aquél
la pena es eterna y en éste estaban detenidos los santos sólo temporalmente».
No obstante: «si los consideramos con relación al sitio, es probable
que el infierno y el limbo fueran el mismo lugar, o éste como un anexo, pero de
suerte que se llame limbo a la parte superior del infierno. Porque los que
están en el infierno reciben el castigo conforme a la culpa: los de pecados más
graves tienen un lugar más oscuro y más profundo en el infierno. Los santos
Padres, que tenían una insignificancia de culpa, estuvieron en el lugar más
alto y menos tenebroso sobre todos los penados»[11].
Además, el limbo de los Padres
se distingue del limbo de los niños. «Difieren sin
duda alguna el limbo de los Padres y el de los niños por la calidad del premio
y del castigo; pues no luce en los niños la esperanza de vida eterna, como en
los Padres del limbo, en quienes también brillaba la luz de la fe y de la
gracia. Mas, en cuanto al sitio, probablemente se cree que fuera el mismo, si
bien el descanso de los bienaventurados todavía estaba en lugar más elevado»[12].
También puede argumentarse
para mostrar la diferencia que: «así como al pecado
actual se debe pena temporal en el purgatorio, así al pecado original se debía
pena temporal en el limbo de los padres, y eterna en el limbo de los niños»[13].
Por último, porque: «no estaban igual relacionados los Padres que los niños
con el pecado original. En los Padres estaba expiado en cuanto infectivo de la
persona, quedando, no obstante, como impedimento, la parte de la naturaleza,
por la cual no se había satisfecho todavía plenariamente», porque
faltaba la redención de Cristo. En cambio: «en los
niños es impedimento parte de la persona y de la naturaleza; por eso les están
señalados diferentes lugares que a los Padres»[14].
1481. ––¿El «seno de Abrahám», que parece en la
Escritura, es lo mismo que el limbo?
––Explica Santo Tomás que: «el limbo del infierno y el seno de Abrahán, antes de la
llegada de Cristo, fueron lo mismo accidentalmente, no en absoluto; y, por lo
tanto, nada se opone a que después de ella sea diverso por completo, el seno de
Abrahán del limbo, pues lo que es uno accidentalmente, puede separarse». El
seno de Abraham es así el limbo, pero distinto del limbo de los niños, porque
es una morada provisional.
La razón que da es la
siguiente: «las almas de los hombres no pueden llegar al descanso, después de
la muerte, sino por el mérito de la fe, porque «ha
de creer quien se acerca a Dios» (Hb 11, 6). Mas como en Abrahán se da
el primer ejemplo en creer, pues fue el primero que se separó de la muchedumbre
de los infieles y recibió una señal especial de fe, por eso el descanso que se
concede a los hombres en muriendo se llama «seno de
Abrahán», como se ve en San Agustín»[15].
En Del
Génesis a la letra, escribe: «puede llamarse, después de esta vida paraíso a aquel
seno de Abraham, donde ya no hay tentación, donde tan grande es el descanso
después de todos los dolores de esta vida. No puede decirse que exista allí una
luz propia y especial, y, por lo mismo excelsa, la cual fue vista de tal modo
por el rico epulón desde los tormentos y tinieblas del infierno, que llegó a
reconocer allí al pobre Lázaro despreciado en otro tiempo, a pesar de
separarles una gran distancia interponerse en medio de ellos un inmenso caos
(Lc 16, 19-31)»[16].
Advierte seguidamente San Agustín
que, sin embargo: «no tuvieron el mismo descanso en
todo el tiempo las almas de los santos después de la muerte. Porque, después de
la venida de Cristo, lo tienen pleno al gozar de la divina visión; mas antes le
tenían por estar inmunes de penas, no como descanso del deseo con la
consecución del fin». Estos justos esperaban, por tanto, la redención
para entrar en el paraíso. «Y así, el estado de los
santos antes del advenimiento de Cristo puede ser considerado, o en lo que
tiene de descanso, y de este modo se llama seno de Abrahám, o en lo que les
faltaba para el pleno descanso, y así se llama limbo del infierno»[17].
Por consiguiente: «el estado de los santos Padres se llamaba seno de
Abraham por lo que tenía de bueno; pero se llamaba infierno por lo que tenía de
deficiente. Y así no se toma como mal el seno de Abraham, ni el infierno como
bien, aunque sean lo mismo de alguna manera»[18].
1482. ––¿El limbo de los patriarcas es lo mismo que
el infierno de los condenados?
––Por lo expuesto, se debe
responder que, «no son lo mismo» el limbo de
los justos y el infierno, porque: «los santos
fueron redimidos del limbo» y, en cambio: «no hay redención en el infierno»[19].
Sin embargo, como: «se pueden distinguir unos dobles lugares de las almas
después de la muerte; o por el sitio o por la calidad, o sea por los castigos o
premios que reciben en ellos. Si en cuanto a la calidad consideramos el limbo
de los Padres y el infierno, se distinguen, sin duda, ora porque en el infierno
hay un castigo sensible, que no había en el limbo de los Padres; ora porque en
aquel la pena es eterna y en éste estaban detenidos los santos sólo
temporalmente».
Por el contrario: «si los consideramos con relación al sitio, es probable
que el infierno y el limbo fueran el mismo lugar, o éste como un anexo, pero de
suerte que se llame limbo a la parte superior del infierno. Porque los que
están en el infierno reciben el castigo conforme a la culpa: los de pecados más
graves tienen un lugar más oscuro y más profundo en el infierno. Los santos
Padres, que tenían una insignificancia de culpa, estuvieron en el lugar más
alto y menos tenebroso sobre todos los penados»[20].
Sobre dónde está el infierno y
estos otros lugares de ultratumba, Santo Tomás cita a San Agustín, que sobre el
infierno escribía: «en que parte del mundo está,
pienso que nadie lo sabe, como no sea aquel a quien el Espíritu de Dios se lo
revele»[21].
Después de este texto citado añade: «Por eso San
Gregorio, preguntado por esta cuestión, responde: «Sobre esto no me atrevo a
declarar nada temerariamente. No pocos creyeron que estaba en alguna parte de
la tierra; otro presumen que está bajo ella» (Dialog. IV, c.
42)».
El cielo estaría en las partes
superiores del universo material y el infierno, y los demás lugares, en las
inferiores, y este parece ser lo que se desprende del lenguaje de la Sagrada
Escritura. Por ello, sostiene Santo Tomás que: «lo
más acorde con lo que dice la Escritura es afirmar que está bajo tierra»[22].
Por tanto, con reserva y con prudencia, considera que se puede seguir el
pensamiento tradicional para no caer en la temeridad.
1483. ––¿Porque los que han ido al limbo de los
niños no pueden ya jamás ir al cielo?
––Los niños que van al limbo
no podrán nunca gozar de la eterna contemplación divina en el cielo. Santo
Tomás razona que: «la pena conveniente al pecado
original es la carencia de la visión divina». Lo hace con la siguiente argumentación:
«parecen concurrir en la perfección de algo, dos cosas; de las cuales, la
primera es que sea capaz de un gran bien, o lo tenga ya en acto, pero la
segunda es que no tenga necesidad de auxilio exterior para nada o para muy
poco. La primera condición, pesa más que la segunda: pues mucho mejor es lo que
es capaz de un gran bien, aunque para obtenerlo tenga necesidad de muchos
auxilios, que aquello que no es capaz sino de un bien pequeño, el cual, sin
embargo, puede conseguirse sin necesidad de auxilio exterior, o con cierto
auxilio; así como decimos que está mejor dispuesto el cuerpo de un hombre si
puede conseguir una salud perfecta, aunque con muchos auxilios de la medicina,
que si puede conseguir sólo una salud imperfecta sin auxilio de la medicina».
Si se tiene ello en cuenta,
puede afirmarse que: «la creatura racional aventaja
en esto a toda creatura, porque es capaz del sumo bien por la visión y el goce
divinos, aunque para conseguir esto no basten los principios de la propia
naturaleza, sino que para ello necesite del auxilio de la gracia divina».
De manera que: «un auxilio divino es necesario comúnmente a toda
creatura racional, a saber, el auxilio de la gracia, de la cual toda creatura
racional tiene necesidad, a fin de que pueda alcanzar la perfecta
bienaventuranza, según aquello de San Pablo: «La gracia de Dios es vida eterna»
(Rm 6, 23). Pero antes de que existiera este auxilio, fue necesario al
hombre otro auxilio sobrenatural, por razón de su composición natural, que eran
los llamados dones preternaturales concedidos en el estado de justicia
original, o de inocencia, a los que seguía la gracia, sin la cual no se podía
conseguir el fin sobrenatural al que había sido ordenado el hombre,
La razón de esos dones es
porque: «el hombre está compuesto de alma y cuerpo,
y de naturaleza intelectual y sensible; las cuales, si por algún motivo se
dejan a un lado de la naturaleza, agravan el intelecto y le impiden que pueda
alcanzar libremente la cima de la contemplación. Y este auxilio fue la justicia
original por la cual la mente del hombre, si se sometiera a Dios, se someterían
a ella, totalmente las facultades inferiores y el cuerpo mismo y la razón no
estaría impedida de tender hacia Dios. Y así como el cuerpo es por el alma, y
los sentidos por el intelecto, así también este auxilio por el que el cuerpo es
gobernado por el alma, y las facultades sensitivas por el alma intelectiva, es
como una cierta disposición para aquel auxilio por el que la mente humana se
ordena a ver a Dios y a disfrutar del mismo».
Los dones preternaturales, al
perfeccionar los defectos de la naturaleza humana le disponían para la
recepción de la gracia santificante, y de todos estos auxilios era efecto el
estado de justicia original. «Y este auxilio de la
justicia original fue suprimido por el pecado original». Se perdieron
así la gracia y los dones preternaturales.
De este modo el hombre no pudo
ya entrar en el cielo, porque: «cuando alguien al
pecar se aparta por sí de aquello por lo cual contaba con la disposición de
adquirir un bien, merece ser privado de aquel bien para el cual poseía la
disposición, y la privación misma de aquel bien es la pena conveniente para él;
y la privación misma de aquel bien es la pena conveniente para él; y por esto,
pena conveniente del pecado original es la privación de la gracia, y por
consiguiente, de la visión divina, a la cual se ordena el hombre por medio de
la gracia»[23].
La pena o castigo del pecado
original es, por tanto, la pena de daño. Como los que están en el limbo de los
niños tienen todos el pecado original, carecen de la gracia y, por ello, están
excluidos para siempre del cielo. Si hubieran recibido el bautismo se les habría
borrado el pecado original, tanto en la culpa como en la pena, y recibido la
gracia santificante. Por ello, si hubieran muerto entonces habrían entrado en
el cielo. En el caso que hubieran perdido la gracia, por un pecado mortal, y
murieran, entonces su lugar sería el infierno.
1484. ––¿Qué tipo de felicidad se disfruta en el
limbo?
––Los que están en el limbo,
la privación del cielo, la peña de daño, no les impide cierta felicidad, porque
no sufren pena alguna de sentido, o corporal, ni tampoco sienten tristeza por
no disfrutar de la visión beatífica. La causa, explica Santo Tomás, es la
siguiente: «Si alguien posee recta razón, no se
afligirá por el hecho de que carece de algo que excede a su capacidad, sino
sólo porque carece de aquello para lo cual de algún modo estaba capacitado.
Así, por ejemplo, ningún hombre sabio se aflige por el hecho de que no pueda
volar como un ave, o porque no es rey o emperador, ya que no le es debido, pero
se afligiría si fuese privado de aquello para lo cual tuvo aptitud de algún
modo».
Si esta consideración la
aplicamos a la cuestión de la salvación del hombre, se advierte que: «todo hombre que posee uso del libre albedrío tiene
capacidad para conseguir la vida eterna». Si los hombres: «no la alcanzaran, tendrían un dolor inmenso, ya que
perderían aquello que les fue posible tener».
También se nota que tal
capacidad no es natural, sino que es un don sobrenatural gratuito, que concede
la gracia. Por ello, en el limbo: «los niños nunca
estuvieron capacitados para poseer la vida eterna, ya que ni les era debida por
los principios de su naturaleza –ya que excede a toda facultad de la
naturaleza– ni pudieron tener actos propios por lo que consiguieran un bien tan
grande». Por esta razón: «de ningún modo se
afligirán de la carencia de la visión divina; más aún, se gozarán porque
participaran mucho de la bondad divina y de las perfecciones naturales».
Podría objetarse que estos
niños fallecidos sin bautizar: «tuvieron capacidad
para conseguir la vida eterna, aunque no por su acción, sino por la acción de
otros sobre ellos, por quienes pudieron ser bautizados». Así ocurrió en
otros «muchos niños de su misma condición, que
consiguieron la vida eterna», una vez bautizados.
Sin embargo, queda resuelta
esta dificultad, si se advierte que, en estos niños fallecidos bautizados: «el ser premiados sin acciones propias es una gracia
excedente, pues es una gracia super excedente que alguien sea premiado sin un
acto propio» movido por la gracia de Dios. «Por
eso, la falta de tal gracia no causa más tristeza en los niños que mueren sin
bautismo que en los sabios el que no recibieron las mercedes que les fueron
hechas a otros sus iguales»[24].
En otro lugar precisa este
argumento, que permite una mejor comprensión de la pena de daño que sufren
estos niños. Nota, por una parte, que: «las almas de los niños no carecen de un
conocimiento natural», el que les es debido según su naturaleza, «pero carecen
de conocimiento sobrenatural, que se nos comunica aquí en la tierra por la fe,
porque ni tuvieron aquí la fe en acto, ni recibieron el sacramento de la fe».
Por otra, que: «pertenece al conocimiento natural que el alma se sepa
creada para la bienaventuranza y que la bienaventuranza consiste en la
adquisición del bien perfecto». Sin embargo, que: «el bien perfecto para el que el hombre está hecho sea
aquella gloria que los santos poseen, eso está por encima del conocimiento
natural. Por lo cual dice San Pablo que: «Ni el ojo vio ni el oído oyó ni vino
a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman» (1
Cor 2, 9); y después añade: «A nosotros nos lo ha
revelado por su Espíritu» (1 Cor 2, 10). Y
esta revelación pertenece a la fe».
Por consiguiente: «las almas de los niños no saben que están privados de
tal bien, y por esto no se duelen de ello, sino que lo que por naturaleza
tienen lo poseen sin dolor»[25].
La pena de daño de las almas de estos niños no es como la de los hombres que
están en el infierno, que saben que han perdido la visión beatífica por su
culpa, ni la de los que se encuentran en el purgatorio, que saben que se les ha
diferido. Los que están en el limbo ignoran la existencia de la visión
sobrenatural de Dios. De manera que: «los niños que
mueren con el pecado original están ciertamente separados de Dios perpetuamente
en cuanto a la pérdida de la gloria que ignoran, pero no en cuanto a la
participación en los bienes naturales que conocen»[26].
La Comisión Teológica
Internacional, que ayuda en cuestiones doctrinales a la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe, en una publicación dedicada al limbo, concluyó que: «además de la teoría del limbo (que continúa siendo una
opinión teológica posible), puede haber otros caminos que integren y
salvaguarden los principios de fe fundados en la Escritura: la creación del ser
humano en Cristo y su vocación a la comunión con Dios; la voluntad salvífica
universal de Dios; la transmisión y las consecuencias del pecado original; la
necesidad de la gracia para entrar en el Reino de Dios y alcanzar la visión de
Dios; la unicidad y la universalidad de la mediación salvífica de Jesucristo;
la necesidad del Bautismo para la salvación».
Sin embargo, se advertía que: «No se llega a estos otros caminos modificando los
principios de la fe o elaborando teorías hipotéticas; más bien buscan una
integración y una reconciliación coherente de los principios de la fe bajo la
guía del Magisterio de la Iglesia, atribuyendo un peso mayor a la voluntad
salvífica universal de Dios y a la solidaridad en Cristo (cf. Gaudium
et spes 22), para motivar la esperanza de que los niños que mueren sin
el Bautismo pueden gozar de la vida eterna en la visión beatífica»[27].
1485. ––¿Pueden salir las almas que están en el paraíso o
en el infierno?
––Santo Tomás responde a esta
cuestión con esta indicación: «De dos maneras puede
entenderse que uno salga del infierno o del paraíso. De una que salga de allí
definitivamente y, en consecuencia, que su propio lugar ya no sea el paraíso o
el infierno. Y así nadie que haya sido definitivamente destinado al infierno o
al paraíso puede salir de allí». Con una salida definitiva ninguna alma
puede irse de estos dos lugares asignados.
De la segunda manera: «puede entenderse que salga temporalmente. Y en este caso
hay que determinar que les corresponde según el orden natural y qué según el
orden de la divina providencia, porque como dice San Agustín: «Unos son los
límites de las cosas humanas y otros muy distintos los signos de los poderes
divinos; una cosa es lo que se hace naturalmente y otra lo que se hace
milagrosamente» (La piedad con los difuntos, c. 16)», aunque en
ambas Dios está presente.
No pueden dejar, según el orden
natural, ninguno de estos dos lugares con una salida provisional, porque: «según el curso natural, las almas separadas asignadas a
su propios receptáculos, están totalmente segregadas del trato con los vivos.
Pues, según el curso natural, los hombres que todavía viven en su carne mortal
no pueden tener contacto inmediato con las substancias separadas, ya que su
conocer parte de los sentidos; ni tampoco a ellas convendría salir de sus
receptáculos para intervenir en las cosas de los vivos»[28].
Por consiguiente, desde su
conocimiento natural: «las almas de los difuntos no
saben lo que sucede en este mundo». De manera que: «las almas de los difuntos, por prescripción divina, y en
conformidad con su modo de existir, están separadas de la comunicación con los
vivos y en convivencia con las substancias espirituales, separadas de los
cuerpos. Por eso ignoran lo que sucede entre nosotros».
Sin embargo, debe advertirse
que de modo sobrenatural: «las almas de los
bienaventurados que ven a Dios conocen todas las cosas presentes que aquí
suceden, porque son iguales a los ángeles (…) que no ignoran las cosas que
suceden entre los vivos». También que: «como
las almas de los santos están unidas de un modo perfectísimo a la justicia
divina, ni se entristecen ni intervienen en las cosas de los vivos a no ser que
lo exija una disposición de esa divina justicia» [29].
Precisa Santo Tomás que: «Pueden también conocer los hechos de los vivos no por sí
mismos, sino, bien por las almas de los que de aquí van hasta ellos, bien por
medio de los ángeles o demonios, o bien, finalmente, «porque se lo revele el
Espíritu de Dios», como dice San Agustín (La piedad con los difuntos, c.
15)».
Además: «Las almas de los difuntos pueden ocuparse de las cosas
de los vivos aun cuando ignoren el estado en que se hallan, como nosotros nos ocupamos
de ellos, ofreciendo sufragios en su favor aunque ignoramos su estado»[30].
Las almas separadas, sin
embargo, pueden salir temporalmente de su lugar por voluntad de Dios. De manera
que según la disposición de la divina providencia, alguna vez las almas
separadas, saliendo de sus receptáculos, muéstranse a las miradas de los
hombres, como cuenta San Agustín del mártir Félix, que se apareció visiblemente
a los habitantes de Nola cuando eran atacados por los bárbaros (La piedad
con los difuntos, c. 16). Y puede creerse
también que esto mismo suceda alguna vez con las almas de los condenados, a
quienes les es permitido aparecerse a los vivos para enseñanza y terror de los
hombres; como también a quienes están detenidos en el purgatorio para suplicar
sufragios».
Sin embargo: «entre los santos y los condenados hay esta diferencia:
que los santos aparecen a los vivos cuando quieren, y los condenados no. Pues,
así como los santos, mientras vivieron en la carne, tuvieron el poder de curar
y hacer milagros por el don de la gracia gratis dada, cosas éstas que sólo se
realizan milagrosamente por divino poder y que en realidad no pueden hacer
quienes carecen de dicho don, así también no hay inconveniente de que, en
virtud de su gloria, se le dé cierto poder a las almas de los santos para que
puedan aparecer a los vivos cuando quisieren; lo que otros no pueden si no se
les permite en algún caso»[31].
1486. ––Si el alma humana es una substancia espiritual ¿Cómo
puede estar en uno de los lugares como los indicados?
––Lo explica Santo Tomás de
este modo: «Aunque las substancias espirituales no
dependen, en cuanto a su propio ser, del cuerpo, no obstante, Dios gobierna las
corporales mediante las espirituales, como dice San Agustín (La trinidad,
III, 4) y San Gregorio Magno (Diálogos, IV, 8). Y, por tanto, hay congruentemente
una cierta acomodación de las substancias espirituales con las corporales,
manifestada en que los cuerpos más dignos se adaptan a las substancias más
dignas. De ahí que incluso los filósofos establecieron el orden de las
substancias separadas en relación con el orden de los cuerpos móviles».
Puede decirse, por ello, que: «aunque después de la muerte no se asigne a las almas
ciertos cuerpos, de los cuales sean formas o determinados motores,
señálenseles, sin embargo, ciertos lugares corpóreos por cierta congruencia
correspondiente a su grado de dignidad, en los cuales estén como en su lugar a
la manera que pueden estarlo las substancias incorpóreas».
Por consiguiente, a las almas
separadas del cuerpo: «según su mayor proximidad a
la primera substancia, Dios, cuya sede es el cielo según se dice en la
Escritura –«Esto dice el Señor: El cielo es mi trono» (Is 66, 1; y Hch
7, 49)», tendrán lugares distintos. «Y así, las almas que participan plenamente de la
divinidad las situamos en el cielo y, por contrario, las que están impedidas de
dicha participación las situamos en lugar opuesto»[32],
el infierno.
Más concretamente explica
seguidamente Santo Tomás que: «las substancias
incorpóreas no están en un lugar según el modo que a nosotros nos es conocido y
habitual; tal como decimos que los cuerpos están propiamente en el lugar.
Están, no obstante, según el modo correspondiente a las substancias espirituales,
el cual no puede ser conocido por nosotros plenamente»[33].
Sobre la manera que se puede
estar en un lugar escribe, en la primera parte de la Suma teológica: «Estar en un
lugar conviene de distinta manera al cuerpo, al ángel y a Dios. El cuerpo está
en un lugar en calidad de circunscrito, porque sus dimensiones se adaptan a las
del lugar». Los cuerpos ocupan el lugar y con ello lo llenan cuantitativamente,
podría decirse que están encerrados en él.
En cambio: «El ángel no está circunscriptivamente, puesto que sus
dimensiones no se adaptan a las del lugar sino delimitativamente, porque de tal
modo está en un lugar que no está en otro». Podría decirse que el ángel
no ocupa un lugar, sino que puede estar en él. Además: «el
ángel está en un lugar por la aplicación de su poder en aquel lugar».
Está presente en el lugar en el que realiza una acción.
Por último, la presencia de
Dios por su inmensidad es distinta. «Dios no está
ni circunscrito ni delimitado, porque está en todas partes»[34].
Dios está presente en todos los lugares, como ya se explicó, «por potencia» o por poder, porque todo está
subordinado a Él; «por presencia», porque todo está visible ante Dios; y «por esencia» porque actúa en todo dando el ser de
cada cosa[35].
Las almas separadas están, por
tanto, en un lugar delimitativamente, como los ángeles. Sólo de modo natural
podrían estar presentes en un lugar por informar a un cuerpo, tal como ocurría
cuando estaban en el suyo. Separadas del mismo ocupan un lugar de manera
activa, por el poder que realizan en el mismo, aunque es recibido de Dios
sobrenaturalmente, puesto que: «el alma separada no
puede mover cuerpo alguno con su poder natural»[36].
También estas almas pueden ocupar un lugar de manera pasiva, porque por castigo
divino pueden estar sujetos al mismo, tal como ocurre con las condenadas.
Como consecuencia de estos dos
modos sobrenaturales de estar en un lugar definido, concluye Santo Tomás: «El alma separada nada recibe directamente de los lugares
corpóreos a la manera que reciben los cuerpos, que se conservan por sus
lugares». Sin embargo, precisa que, en cierto sentido, reciben algo, porque:
«estas almas, por cuanto conocen que han sido asignadas a tales lugares,
sientánse ellas mismas gozosas o tristes; y así, el lugar es para su castigo o
premio»[37].
1487. ––¿Todas estas explicaciones del Aquinate quedan
corroboradas por la Sagrada Escritura?
––Al final de este capítulo de
la Suma contra los gentiles, afirma
Santo Tomás: «que las almas reciben el premio o castigo inmediatamente después
de la muerte, si no media impedimento alguno, se confirma con las autoridades
de la Sagrada Escritura». Comienza para evidenciarlo con: «lo que se dice en Job de los malos: «Pasan en placeres
sus días y en un punto descienden al infierno» (21, 13). Y en San Lucas:
«Murió el rico y fue sepultado en el infierno» (Lc
16, 22); y el infierno es el lugar donde son
castigadas las almas».
Añade que: «de modo semejante se habla también de los buenos. Pues
como consta en San Lucas, el Señor, pendiente de la cruz, dijo al ladrón: «Hoy
estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43), y, por paraíso se entiende
el premio que se promete a los buenos, según aquello del Apocalipsis: «Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que
está en el paraíso de mi Dios» (Ap 2, 7)».
Doctrina de San Pablo es que: «inmediatamente después de separarse el alma del cuerpo
ve a Dios en visión, lo cual es la última bienaventuranza, como se demostró en
el libro tercero (c. 51). Esto mismo demuestran también las palabras del mismo
Apóstol, al decir: «Tengo el deseo de ser desatado y estar con Cristo»
(Fil 1, 23)». Como: «Cristo
está en los cielos», debe concluirse que: «el Apóstol esperaba ir al cielo
inmediatamente después de separarse de su cuerpo»[38].
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 91.
[2] ÍDEM, Suma teológica, Supl., q. 69, a. 2, in c.
[3] Ibíd., Supl., q. 69, a. 7, in c.
[4] ÍDEM, Exposición del Símbolo de los Apóstoles, art. 5, n. 929.
[5] ÍDEM, Suma teológica, Supl., q. 69,
a. 7, sed c. 3
[6] Ibíd., Supl., q. 69, a. 7, ad 6.
[7] ÍDEM, Comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo, II Sent.,
d. 33, q. 2, a. 1, ad 2.
[8] ÍDEM, Suma teológica., Supl., q. 69, a. 7, sed c. 6.
[9] Ibíd., Supl., q. 69, ad 9.
[10] San Agustín, Manual de fe, esperanza y caridad, c. 93.
[11] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, Supl., q. 69, a. 5, in c.
[12] Ibíd., Supl. q. 69, a. 6, in c.
[13] Ibíd., Supl., q. 69, a. 6, sed c.
[14] Ibíd., Supl. q. 69, a, 6, ad 1
[15] Ibíd., Supl., q. 69, a. 4, in c.
[16] San Agustín, Del Génesis a la letra, XII, c. 34, n. 65.
[17] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, Supl., q. 69, a. 4, in c.
[18] Ibíd., Supl., q. 69, a. 4, ad 1.
[19] Ibíd., Supl., q. 69, a. 5, sed c.
[20] Ibíd., Supl., q. 69, a. 5 , in c.
[21] San Agustín, La Ciudad de Dios, XX, c. 16.
[22] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, Supl., q. 97, a. 7, in c.
[23] ÍDEM, Cuestiones disputadas sobre el mal, q. 5, a. 1, in c.
[24] ÍDEM, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, II Sent.,
d. 33, q. 2, a. 2, in c.
[25] ÍDEM, Cuestiones disputadas sobre el mal, q. 5, a. 3, in c.
[26] Ibíd. q. 5, a. 3, ad 4
[27] Comisión teológica Internacional, La esperanza de salvación para los
niños que mueren sin bautismo (2007), 1, 41.
[28] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, Supl., q. 69, a. 3, in c.
[29] Ibíd., I, q. 89, a. 8, in c.
[30] Ibíd., I, q. 89, a. 8, ad 1.
[31] Ibíd., Supl., q. 69, a. 3, in c.
[32] Íbíd,, Supl., q. 69, a. 1, in c.
[33] Ibíd., Supl., q. 69, ad 1.
[34] Ibíd., I, q. 52, a. 2, in c.
[35] Ibíd., I, q. 8, a. 3, in c-
[36] Ibíd., I, q. 117, a. 4, in c.
[37] Ibíd., Supl., q. 69, a. 1, ad 3.
[38] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 91.
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