El Papa Francisco escribió una carta para los matrimonios con ocasión del Año Familia Amoris Laetitia.
En la misiva divulgada y firmada este domingo 26 de diciembre, fiesta de
la Sagrada Familia, el Santo Padre destacó que “el
primer ámbito de la educación sigue siendo la familia, en los pequeños
gestos que son más elocuentes que las palabras. Educar es ante todo acompañar
los procesos de crecimiento, es estar presentes de muchas maneras, de tal modo
que los hijos puedan contar con sus padres en todo momento”.
A continuación, el
texto completo de la carta del Papa Francisco:
Queridos esposos y esposas de todo el mundo:
Con ocasión del Año “Familia
Amoris laetitia”, me acerco a ustedes para expresarles todo mi
afecto y cercanía en este tiempo tan especial que estamos viviendo. Siempre he
tenido presente a las familias en mis oraciones, pero más aún durante la
pandemia, que ha probado duramente a todos, especialmente a los más
vulnerables. El momento que estamos pasando me lleva a acercarme con humildad,
cariño y acogida a cada persona, a cada matrimonio y a cada familia en las
situaciones que estén experimentando.
Este contexto particular nos invita a hacer vida las palabras con las
que el Señor llama a Abrahán a salir de su patria y de la casa de su padre
hacia una tierra desconocida que Él
mismo le mostrará (cf. Gn 12,1). También nosotros hemos vivido más
que nunca la incertidumbre, la soledad, la pérdida de seres queridos y nos
hemos visto impulsados a salir de nuestras seguridades, de nuestros espacios de
“control”, de nuestras propias maneras de
hacer las cosas, de nuestras apetencias, para atender no sólo al bien de la
propia familia, sino además al de la sociedad, que también depende de nuestros
comportamientos personales.
La relación con Dios nos moldea, nos acompaña y nos moviliza como
personas y, en última instancia, nos ayuda a “salir
de nuestra tierra”, en muchas ocasiones con cierto respeto e incluso
miedo a lo desconocido, pero desde nuestra fe cristiana sabemos que no estamos
solos ya que Dios está en nosotros, con nosotros y entre nosotros: en la familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o
estudio, en la ciudad que habitamos.
Como Abrahán, cada uno de los esposos sale de su tierra desde el
momento en que, sintiendo la llamada al amor conyugal, decide entregarse al
otro sin reservas. Así, ya el noviazgo implica salir de la propia tierra,
porque supone transitar juntos el camino que conduce al matrimonio. Las
distintas situaciones de la vida: el paso de los
días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades son circunstancias
en las que el compromiso que adquirieron el uno con el otro hace que cada uno
tenga que abandonar las propias inercias, certidumbres, zonas de confort y
salir hacia la tierra que Dios les promete: ser dos en Cristo, dos en uno.
Una única vida, un “nosotros” en la
comunión del amor con Jesús, vivo y presente en cada momento de su
existencia. Dios los acompaña, los ama incondicionalmente. ¡No están solos!
Queridos esposos, sepan que sus hijos —y especialmente los jóvenes— los
observan con atención y buscan en ustedes el testimonio de un amor fuerte y
confiable. «¡Qué importante es que los jóvenes
vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los
matrimonios, que testimonian con su vida concreta que el amor para siempre es
posible!». Los hijos son un regalo, siempre, cambian la historia de cada
familia. Están sedientos de amor, de reconocimiento, de estima y de confianza.
La paternidad y la maternidad los llaman a ser generativos para dar a sus hijos
el gozo de descubrirse hijos de Dios, hijos de un Padre que ya desde el primer
instante los ha amado tiernamente y los lleva de la mano cada día. Este
descubrimiento puede dar a sus hijos la fe y la capacidad de confiar en Dios.
Ciertamente, educar a los hijos no es nada fácil. Pero no olvidemos que
ellos también nos educan. El primer ámbito de la educación sigue siendo la
familia, en los pequeños gestos que son más elocuentes que las palabras.
Educar es ante todo acompañar los procesos de crecimiento, es estar presentes
de muchas maneras, de tal modo que los hijos puedan contar con sus padres en
todo momento. El educador es una persona que “genera”
en sentido espiritual y, sobre todo, que “se
juega” poniéndose en relación. Como padre y madre es importante
relacionarse con sus hijos a partir de una autoridad ganada día tras día.
Ellos necesitan una seguridad que los ayude a experimentar la confianza en
ustedes, en la belleza de sus vidas, en la certeza de no estar nunca solos,
pase lo que pase.
Por otra parte, y como ya he señalado, la conciencia de la identidad y
la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad ha aumentado. Ustedes
tienen la misión de transformar la sociedad con su presencia en el mundo del
trabajo y hacer que se tengan en cuenta las necesidades de las familias.
También los matrimonios deben “primerear” dentro
de la comunidad parroquial y diocesana con sus iniciativas y su creatividad,
buscando la complementariedad de los carismas y vocaciones como expresión de
la comunión eclesial; en particular, los «cónyuges
junto a los pastores, para caminar con otras familias, para ayudar a los más
débiles, para anunciar que, también en las dificultades, Cristo se hace
presente».
Por tanto, los exhorto, queridos esposos, a participar en la Iglesia,
especialmente en la pastoral familiar. Porque «la
corresponsabilidad en la misión llama [...] a los matrimonios y a los
ministros ordenados, especialmente a los obispos, a cooperar de manera fecunda
en el cuidado y la custodia de las Iglesias domésticas». Recuerden que
la familia es la «célula básica de la sociedad» (Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 66). El
matrimonio es realmente un proyecto de construcción de la «cultura del encuentro» (Carta enc. Fratelli tutti, 216).
Es por ello que las familias tienen el desafío de tender puentes entre las generaciones para la
transmisión de los valores que conforman la humanidad. Se necesita una nueva creatividad para expresar en los
desafíos actuales los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras
sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios.
La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto -
pero seguro por la realidad del sacramento - en un mar a veces agitado.
Cuántas veces, como los apóstoles, sienten ganas de decir o, mejor dicho, de
gritar: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?»
(Mc 4,38). No olvidemos que a través del sacramento del matrimonio
Jesús está presente en esa barca. Él se preocupa por ustedes, permanece con
ustedes en todo momento en el vaivén de la barca agitada por el mar. En otro
pasaje del Evangelio, en medio de las dificultades, los discípulos ven que
Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo reciben en la barca; así
también ustedes, cuando la tormenta arrecia, dejen subir a Jesús en su barca,
porque cuando subió «donde estaban ellos, [...]
cesó el viento» (Mc 6,51). Es importante que juntos mantengan la
mirada fija en Jesús. Sólo así encontrarán la paz, superarán los
conflictos y encontrarán soluciones a muchos de sus problemas. No porque estos
vayan a desaparecer, sino porque podrán verlos desde otra perspectiva.
Sólo abandonándose en las manos del Señor podrán vivir lo que parece
imposible. El camino es reconocer la propia fragilidad y la impotencia que
experimentan ante tantas situaciones que los rodean, pero al mismo tiempo tener
la certeza de que de ese modo la fuerza de Cristo se manifiesta en su debilidad
(cf. 2 Co 12,9). Fue justo en medio de una tormenta que los apóstoles
llegaron a conocer la realeza y divinidad de Jesús, y aprendieron a confiar en
Él.
A la luz de estos pasajes bíblicos, quisiera aprovechar para
reflexionar sobre algunas dificultades y oportunidades que han vivido las familias
en este tiempo de pandemia. Por ejemplo, aumentó el tiempo de estar juntos, y
esto ha sido una oportunidad única para cultivar el diálogo en familia. Claro
que esto requiere un especial ejercicio de paciencia, no es fácil estar juntos
toda la jornada cuando en la misma casa se tiene que trabajar, estudiar,
recrearse y descansar. Que el cansancio no les gane, que la fuerza del amor los
anime para mirar más al otro —al cónyuge, a los hijos— que a la propia
fatiga. Recuerden lo que les escribí en Amoris
laetitia retomando el himno paulino de la caridad (cf. nn. 90-119).
Pidan este don con insistencia a la Sagrada Familia, vuelvan a leer el elogio de
la caridad para que sea ella la que inspire sus decisiones y acciones (cf. Rm
8,15; Ga 4,6).
De este modo, estar juntos no será una penitencia sino un refugio en
medio de las tormentas. Que el hogar sea un lugar de acogida y de comprensión.
Guarden en su corazón el consejo a los novios que expresé con las tres
palabras: «permiso, gracias, perdón». Y
cuando surja algún conflicto, «nunca terminar el
día en familia sin hacer las paces». No se avergüencen de arrodillarse
juntos ante Jesús en la Eucaristía para encontrar momentos de paz y una
mirada mutua hecha de ternura y bondad. O de tomar la mano del otro, cuando
esté un poco enojado, para arrancarle una sonrisa cómplice. Hacer quizás una
breve oración, recitada en voz alta juntos, antes de dormirse por la noche,
con Jesús presente entre ustedes.
Sin embargo, para algunos matrimonios la convivencia a la que se han
visto forzados durante la cuarentena ha sido especialmente difícil. Los
problemas que ya existían se agravaron, generando conflictos que muchas veces
se han vuelto casi insoportables. Muchos han vivido incluso la ruptura de un
matrimonio que venía sobrellevando una crisis que no se supo o no se pudo
superar. A estas personas también quiero expresarles mi cercanía y mi afecto.
La ruptura de una relación conyugal genera mucho sufrimiento debido a
la decepción de tantas ilusiones; la falta de entendimiento provoca
discusiones y heridas no fáciles de reparar. Tampoco a los hijos es posible
ahorrarles el sufrimiento de ver que sus padres ya no están juntos. Aun así,
no dejen de buscar ayuda para que los conflictos puedan superarse de alguna
manera y no causen aún más dolor entre ustedes y a sus hijos. El Señor
Jesús, en su misericordia infinita, les inspirará el modo de seguir adelante
en medio de tantas dificultades y aflicciones. No dejen de invocarlo y de
buscar en Él un refugio, una luz para el camino, y en la comunidad eclesial
una «casa paterna donde hay lugar para cada uno con
su vida a cuestas» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 47).
Recuerden que el perdón sana toda herida. Perdonarse mutuamente es el
resultado de una decisión interior que madura en la oración, en la relación
con Dios, como don que brota de la gracia con la que Cristo llena a la pareja
cuando lo dejan actuar, cuando se dirigen a Él. Cristo “habita” en su matrimonio y espera que le abran sus corazones
para sostenerlos con el poder de su amor, como a los discípulos en la barca.
Nuestro amor humano es débil, necesita de la fuerza del amor fiel de Jesús.
Con Él pueden de veras construir la «casa sobre
roca» (Mt 7,24).
A este propósito, permítanme que dirija una palabra a los jóvenes que
se preparan al matrimonio. Si antes de la pandemia para los novios era difícil
proyectar un futuro cuando era arduo encontrar un trabajo estable, ahora
aumenta aún más la situación de incerteza laboral. Por ello invito a los
novios a no desanimarse, a tener la “valentía
creativa” que tuvo san José, cuya memoria he querido honrar en este
Año dedicado a él. Así también ustedes, cuando se trate de afrontar el
camino del matrimonio, aun teniendo pocos medios, confíen siempre en la
Providencia, ya que «a veces las dificultades son
precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni
siquiera pensábamos tener» (Carta ap. Patris corde, 5). No duden
en apoyarse en sus propias familias y en sus amistades, en la comunidad
eclesial, en la parroquia, para vivir la vida conyugal y familiar aprendiendo
de aquellos que ya han transitado el camino que ustedes están comenzando.
Antes de despedirme, quiero enviar un saludo especial a los abuelos y
las abuelas que durante el tiempo de aislamiento se vieron privados de ver y
estar con sus nietos, a las personas mayores que sufrieron de manera aún más
radical la soledad. La familia no puede prescindir de los abuelos, ellos son la
memoria viviente de la humanidad, «esta memoria
puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor».
Que San José inspire en todas las familias la valentía creativa, tan
necesaria en este cambio de época que estamos viviendo, y Nuestra Señora
acompañe en sus matrimonios la gestación de la “cultura
del encuentro”, tan urgente para superar las adversidades y oposiciones
que oscurecen nuestro tiempo. Los numerosos desafíos no pueden robar el gozo
de quienes saben que están caminando con el Señor. Vivan intensamente su
vocación. No dejen que un semblante triste transforme sus rostros. Su cónyuge
necesita de su sonrisa. Sus hijos necesitan de sus miradas que los alienten.
Los pastores y las otras familias necesitan de su presencia y alegría: ¡la alegría que viene del Señor!
Me despido con cariño animándolos a seguir viviendo la misión que
Jesús nos ha encomendado, perseverando en la oración y «en la fracción del pan» (Hch 2,42).
Y por favor, no se olviden de rezar por mí, yo lo hago todos los días
por ustedes. Fraternalmente, FRANCISCO
Roma, San Juan de Letrán, 26 de diciembre de 2021,
Fiesta de la Sagrada Familia.
Redacción ACI Prensa
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