Cada 15 de noviembre la Iglesia Católica celebra a San Alberto Magno, Doctor de la Iglesia y patrono de los estudiantes de ciencias naturales. Alberto Magno es una figura central de la cultura de la Edad Media por distintos motivos, entre los que su amor por el saber y el conocimiento juegan un papel central. San Alberto Magno exploró con creces la mayoría de ramas de la ciencia de su tiempo e inspiró a mentes excepcionales como la de Santo Tomás de Aquino, su discípulo, a la búsqueda de la verdad. Se le conoce como el “Doctor Universalis” (Doctor Universal) por su vasto saber. Saber obtenido con mucho esfuerzo pero que pocos saben que provenía de una suerte de trato con la Virgen María.
San Alberto nació en Lauingen (Alemania) alrededor del año 1206. A los
16 años empezó a estudiar en la Universidad de Padua, donde conoció al Beato
Jordán de Sajonia, de la Orden de Predicadores, quien lo inspiró para hacerse
dominico.
Años más tarde, Alberto obtenía el grado de profesor en la Universidad
de París, centro intelectual de la Europa Occidental de aquel entonces. Allí se
convirtió en un maestro notable. Se dice que el número de sus estudiantes llegó
a ser tal que tuvo que trasladar sus clases a la plaza pública. Esa plaza hoy
evoca su nombre: se trata de la plaza de “Maubert”
-contracción de “Magnus Albert”-.
Alberto fue elegido superior provincial de la Orden de Predicadores en
Alemania y posteriormente nombrado rector de la universidad de Colonia. Fue
allí donde tuvo como discípulo a otro “grande” de
la Iglesia, Santo Tomás de Aquino.
A San Alberto se le consideraba una autoridad en filosofía, física,
geografía, astronomía, mineralogía, alquimia (química), biología; así como en
Biblia y teología. Él fue el gran iniciador de lo que se conoce como “escolástica”. No obstante, a pesar de sus dones y
de la fama que tenía, fue siempre un hombre sencillo, aferrado a la oración y
los sacramentos.
En Roma llegó a ser el teólogo y canonista personal del Papa. Luego
sería ordenado obispo de Regensburg, servicio al que renunció tiempo después
para dedicarse a seguir formando nuevos teólogos y filósofos para la Iglesia.
En 1274 participó activamente en el II Concilio de Lyon.
SAN ALBERTO MAGNO Y MARÍA,
CASA DE SABIDURÍA
No cabe duda de que San Alberto Magno era un intelectual fuera de lo
común. Sin embargo, eso no lo eximió de las debilidades y fragilidades de todo
ser humano. Se cuenta que en 1278, mientras daba clases, le falló súbitamente
la memoria y perdió por unos momentos la agudeza del entendimiento. Una vez
recuperado el santo volvió sobre un episodio de su juventud. Contó que de joven
le costaban mucho los estudios y una noche, desesperanzado, intentó huir del
colegio donde estudiaba. Cuando llegó a la parte superior de una escalera,
colgada en la pared, había una imagen de la Virgen María. "Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me
rezas a mí que soy 'Casa de la Sabiduría'? Si me tienes fe y confianza, yo te
daré una memoria prodigiosa”, le dijo la Madre de Dios. “Y para que sepas que fui yo quien te la concedió, cuando
ya te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías", concluyó la
Virgen. Para el santo esa súbita pérdida de memoria fue un signo de Dios, que
lo llamaba al encuentro definitivo. Dos años más tarde, el santo murió
apaciblemente, sin enfermedad grave o episodio extraordinario. Ese tiempo compuso
un hermoso epílogo de oración y trato cercanísimo con la Virgen; una dulce
preparación para el encuentro cara a cara con Dios.
“San Alberto Magno –dijo el
Papa Benedicto XVI en 2010– nos recuerda que entre
ciencia y fe existe amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer,
mediante su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante
camino de santidad”.
Redacción ACI Prensa
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