El Papa Francisco continuó este miércoles 24 de noviembre la serie de catequesis sobre San José en la Audiencia General que presidió desde el Aula Pablo VI del Vaticano. En esta ocasión, el Pontífice se detuvo en el papel de San José en la historia de la Salvación como custodio de la Iglesia.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado empezamos el ciclo de catequesis sobre la figura de
San José. Está terminando el Año de San José. Hoy proseguimos este recorrido
deteniéndonos en su rol en la historia de la salvación.
Jesús en los Evangelios es indicado como «hijo
de José» (Lc 3,23; 4,22; Jn 1,45; 6,42) e «hijo
del carpintero» (Mt 13,55; Mc 6,3). Los Evangelistas Mateo y Lucas,
narrando la infancia de Jesús, dan espacio al rol de José.
Ambos componen una “genealogía”, para
evidenciar la historicidad de Jesús. Mateo, dirigiéndose sobre todo a los
judeocristianos, parte de Abraham para llegar a José, definido «el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado
Cristo» (1,16).
Lucas, sin embargo, se remonta hasta Adán, empezando directamente por
Jesús, que «era hijo de José», pero precisa:
«según se creía» (3,23). Por tanto, ambos
evangelistas presentan a José no como padre biológico, sino en cualquier caso
como un padre de Jesús en toda regla.
A través de él, Jesús realiza el cumplimiento de la historia de la
alianza y de la salvación transcurrida entre Dios y el hombre. Por Mateo esta
historia comienza con Abraham, para Lucas con el origen mismo de la humanidad,
es decir, con Adán.
El evangelista Mateo nos ayuda a comprender que la figura de José,
aunque aparentemente marginal, discreta, en segunda línea, representa sin
embargo una pieza fundamental en la historia de la salvación.
José vive su protagonismo sin querer nunca adueñarse de la escena. Si lo
pensamos, «nuestras vidas están tejidas y
sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en
portadas de diarios y de revistas, […].
Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes
muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y
transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la
oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos» (Cart. ap. Patris corde, 1).
Así, todos pueden encontrar en San José, el hombre que pasa inobservado,
el hombre de la presencia cotidiana, discreta y escondida, un intercesor, un
apoyo y una guía en los momentos de dificultad. Él nos recuerda que todos
aquellos que están aparentemente escondidos o en “segunda
línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación.
El mundo necesita a estos hombres y a estas mujeres.
Hombres y mujeres en segunda línea, pero que sostienen el desarrollo de nuestra
vida, de cada uno de nosotros, y que, con la oración, con el ejemplo, con la
enseñanza, nos sostienen en el camino de la vida.
En el Evangelio de Lucas, José aparece como el custodio de Jesús y de
María. Y por esto él es también «el Custodio de la Iglesia
–si ha sido custodio de Jesús y de María, ahora que está en el Cielo trabaja
todavía como custodio, en este caso de la Iglesia–, porque la Iglesia es la
extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la
maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María.
José, a la vez que continúa protegiendo a la
Iglesia, por favor, no olvidemos esto, hoy José sigue protegiendo a la Iglesia,
y protegiendo a la Iglesia sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros
también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (ibid.,
5). Este aspecto de la custodia de José es la gran respuesta al pasaje del
Génesis. Cuando Dios le pide a Caín que rinda cuentas sobre la vida de Abel, él
responde: «¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» (4,9).
José, con su vida, parece querer decirnos que siempre estamos llamados a
sentirnos custodios de nuestros hermanos, custodios de quien se nos ha puesto
al lado, de quien el Señor nos encomienda a través de las circunstancias de la
vida.
Una sociedad como la nuestra, que ha sido definida “líquida”, poque parece no tener consistencia, yo
corregiría a aquel filósofo y diría que más que líquida es gaseosa, encuentra
en la historia de José una indicación bien precisa sobre la importancia de los
vínculos humanos.
De hecho, el Evangelio nos cuenta la genealogía de Jesús, además de por
una razón teológica, para recordar a cada uno de nosotros que nuestra vida está
hecha de vínculos que nos preceden y nos acompañan. El Hijo de Dios, para venir
al mundo, ha elegido la vía de los vínculos, la vía de la historia. No llegó al
mundo mágicamente, no, hizo el camino histórico que todos hacemos.
Queridos hermanos y hermanas, pienso en muchas personas a las que les
cuesta encontrar vínculos significativos en su vida, y precisamente por esto
cojean, se sienten solos, no tienen la fuerza y la valentía para ir adelante.
Quisiera concluir con una oración que les ayude y nos ayude a todos nosotros a
encontrar en san José un aliado, un amigo y un apoyo.
San José, tú que
has custodiado el vínculo con María y con Jesús, ayúdanos a cuidar las
relaciones en nuestra vida.
Que nadie
experimente ese sentido de abandono que viene de la soledad.
Que cada uno se
reconcilie con la propia historia, con quien le ha precedido,
y reconozca también
en los errores cometidos una forma a través de la cual la Providencia se ha
hecho camino, y el mal no ha tenido la última palabra.
Muéstrate amigo con
quien tiene mayor dificultad, y como apoyaste a María y Jesús en los momentos
difíciles, apóyanos también a nosotros en nuestro camino. Amén.
Redacción ACI Prensa
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