El Papa Francisco concluyó este miércoles 10 de noviembre su serie de catequesis sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas pronunciada en la Audiencia General que se llevó a cabo en el Aula Pablo VI del Vaticano.
En este camino exigente pero fascinante, el Apóstol nos recuerda que no podemos permitirnos ningún cansancio en el hacer el bien. No se cansen de hacer el bien. Debemos
confiar que el Espíritu siempre viene a ayudar en nuestra debilidad y nos
concede el apoyo que necesitamos. ¡Por tanto,
aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo!
A continuación, la catequesis pronunciada por el
Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos llegado al final de las catequesis sobre la Carta a los Gálatas. ¡Sobre cuántos otros contenidos, presentes en este
escrito de San Pablo, se habría podido reflexionar! La Palabra de Dios
es una fuente inagotable. Y el apóstol en esta Carta nos ha hablado como
evangelizador, como teólogo y como pastor.
El santo obispo Ignacio de Antioquía tiene una bonita expresión,
cuando escribe: «No hay, pues, más que un solo
maestro, aquél que “ha hablado y todo ha sido hecho” y las cosas que ha hecho
en el silencio son dignas de su Padre. Aquél que posee en verdad la palabra de
Jesús puede entender también su silencio» (Ad Ephesios, 15,1-2).
Podemos decir que el apóstol Pablo ha sido capaz de dar voz a este
silencio. Sus intuiciones más originales nos ayudan a descubrir la impactante
novedad encerrada en la revelación de Jesucristo. Ha sido un verdadero
teólogo, que ha contemplado el misterio de Cristo y lo ha transmitido con su
inteligencia creativa. Y también fue capaz de ejercer su misión pastoral
hacia una comunidad perdida y confundida. Lo hizo con métodos diferentes: usó de vez en cuando la ironía, el rigor, la
mansedumbre... Reclamó su propia autoridad de apóstol, pero al mismo
tiempo no escondió la debilidad de su carácter. En su corazón la fuerza del
Espíritu realmente escavó: el encuentro con Cristo
Resucitado conquistó y transformó toda su vida, y la dedicó
íntegramente al servicio del Evangelio. Este es Pablo.
Pablo nunca pensó en un cristianismo de rasgos irénicos, desprovisto
de empuje y de energía, al contrario. Ha defendido la libertad llevada por
Cristo con una pasión que todavía hoy conmueve, sobre todo si pensamos en los
sufrimientos y la soledad que ha tenido que sufrir. Estaba convencido de haber
recibido una llamada a la que solo él podía responder; y ha querido explicar
a los gálatas que también ellos estaban llamados a esa libertad, que les
liberaba de toda forma de esclavitud, porque les hacía herederos de la promesa
antigua y, en Cristo, hijos de Dios. Conscientes de los riesgos que esta
concepción de la libertad llevaba, nunca minimizó las consecuencias. Él era
consciente de los riesgos que lleva la libertad cristiana, pero él no minimizó
las consecuencias.
Reiteró con parresia, es decía con valentía, a los creyentes que la
libertad no equivale en absoluto a libertinaje, ni conduce a formas de
presuntuosa autosuficiencia. Al contrario, Pablo ha puesto la libertad en la
sombra del amor y ha establecido su coherente ejercicio en el servicio de la caridad. Toda esta visión fue puesta en el
horizonte de la vida según el Espíritu Santo, que lleva a cumplimiento la Ley
donada por Dios a Israel e impide recaer bajo la esclavitud del pecado. Pero
siempre la tentación es de volver hacia atrás, una definición de los cristianos
que está en las Escrituras, nosotros los cristianos no somos personas que
vuelven hacia atrás, que regresan hacia atrás, una bella definición, y la
tentación es ir hacia atrás para estar más seguro, en este caso, volver
solamente a la ley, descuidando la nueva vida del Espíritu, y esto es lo que
Pablo nos enseña, la verdadera ley tiene su plenitud en esta vida del Espíritu
que Jesús nos ha dado y esta vida del Espíritu solamente puede ser vivida en la
libertad, la libertad cristiana, y esta es una de las cosas más bella.
Al finalizar este itinerario de catequesis, me parece que puede nacer en
nosotros una doble actitud. Por un lado, la enseñanza del apóstol genera en
nosotros entusiasmo; nos sentimos impulsados a seguir en seguida el camino de
la libertad, a “caminar según el Espíritu”,
siempre caminar según el Espíritu nos hace libres.
Por otro lado, somos conscientes de nuestros límites, porque tocamos
con la mano cada día lo difícil que es ser dóciles al Espíritu, apoyar su
acción benéfica. Entonces puede surgir el cansancio que frena el
entusiasmo. Nos
sentimos desanimados, débiles, a veces marginados respecto al estilo de vida
según la mentalidad mundana.
San Agustín nos sugiere cómo reaccionar en esta situación,
refiriéndose al episodio evangélico de la tormenta en el lago. Dice así: «La fe en Cristo en tu corazón es como Cristo presente
en la nave. Escuchas insultos, te fatigas, te turbas: Cristo está dormido.
¡Despierta a Cristo, despierta tu fe! Algo puedes hacer, al menos cuando estés
turbado: ¡despierta tu fe! Despierte Cristo y te diga... Despierta, pues, a
Cristo... Cree lo dicho y se producirá en tu corazón una gran bonanza» (Sermones
163/B 6).
En los momentos de dificultad somos, como dice San Agustín, en la barca
en medio de la tempestad y ¿qué han hecho los
apóstoles? Despertar a Cristo. ¡Despierta a
Cristo! que duerme, pero tú estás en la tempestad. La única cosa que
podemos hacer en los momentos difíciles es despertar a Cristo que está en medio
de nosotros, pero duerme, con en la barca.
Es precisamente así. Debemos despertar a Cristo en
nuestro corazón y solo entonces
podremos contemplar las cosas con su mirada, porque Él ve más allá de la
tormenta. A través de esa mirada serena, podemos ver un panorama que, solos,
ni siquiera es concebible vislumbrar.
En este camino exigente pero fascinante, el Apóstol nos recuerda que no podemos permitirnos ningún cansancio en el hacer el bien.
No se cansen de hacer el bien. Debemos confiar que el Espíritu siempre viene a
ayudar en nuestra debilidad y nos concede el apoyo que necesitamos. ¡Por tanto, aprendamos a invocar más a menudo al
Espíritu Santo!
Y padre ¿cómo se invoca al Espíritu Santo? Porque
yo sé rezar al Padre con el Padrenuestro, sé rezar a la Madre con el Ave María,
sé rezar a Jesús con la oración de las llagas, pero al Espíritu ¿cuál es la oración del Espíritu Santo? La oración
al Espíritu Santo es espontánea, debe nacer de tu corazón, tú debes pedir en los
momentos de dificultad ¡Ven Espíritu Santo! La
palabra clave es esta ven, ven, pero lo tienes que decir tú, con tu lenguaje,
con tus palabras: ven porque estoy en dificultad,
ven porque estoy en la oscuridad, ven porque no sé qué hacer, ven porque estoy
por caer, ven, ven. Es la palabra del Espíritu, llamar al Espíritu.
Aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo. Podemos hacerlo
con palabras sencillas, en los diferentes momentos del día. Y podemos llevar
con nosotros, quizá dentro de nuestro Evangelio de bolsillo, la bonita
oración que la Iglesia recita en Pentecostés: «Ven,
Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Ven, ven, padre amoroso del
pobre, ven dador de tus dones, ven luz de los corazones, consolador perfecto,
huésped dulce del alma, dulce alivio, ven...». Y así prosigue, es una
oración bellísima. Pero solo si tú no tienes la oración o no consigues
encontrarla, el núcleo de la oración es: ven. Como la Virgen rezaba con los
apóstoles el día que Jesús subió al cielo, ellos estaban solos en el cenáculo
pidiendo ven, que viniera el Espíritu. Nos hará bien rezarla a menudo. Ven
Espíritu Santo, y así, con la presencia del Espíritu nosotros salvaguardamos la
libertad, seremos libres, cristianos libres, no apegados al pasado en el feo
sentido de la palabra, no encadenados a prácticas, la libertad cristiana, lo
que nos hace madurar. Nos ayudará a caminar en el Espíritu, en la libertad y
en la alegría porque cuando viene el Espíritu Santo viene la alegría, la
verdadera alegría. El Señor los bendiga, gracias.
Redacción ACI Prensa
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