Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño.
Por: Fr. Nelson Medina, OP | Fuente: fraynelson.com
Hablando con una amiga afirmaba que todo el que
da la vida por sus amigos como dice el Señor es ético y cristiano; ella lo
decía literalmente y me puso un ejemplo de un señor que donaba su corazón,
estando bien de salud, a otra persona y ella decía que estaba bien, yo decía que no se puede uno quitar la vida por otro, así salve la de
otro porque el único que puede disponer de nuestras vidas es Dios. Por favor ¿nos aclara qué piensa el catolicismo sobre esto? Dios
te guarde.
Una de las preguntas morales más difíciles es
esta: ¿En qué circunstancias es lícito disponer de
la propia vida? Una primera luz está en el número 2280 del Catecismo:
"Cada cual es
responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su
soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla
para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos
administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No
disponemos de ella."
Dejando eso bien claro, se ve que hay coyunturas
en que dar la vida no sólo no sería reprobable sino meritorio. Pensemos en los
héroes de guerra, o en los mártires de la fe. En tales casos, evidentemente
excepcionales, queda claro que un bien mayor, por ejemplo, el bien común de
un pueblo, o el deseo de dar gloria a Dios mismo como único Señor, puede justificar la entrega de la propia vida.
No se ve en cambio, haciendo abstracción de
otros motivos concurrentes, cómo se puede determinar con certeza que una vida
es más valiosa que otra. Un par de ejemplos pueden ayudar a entender la
cuestión.
San Maximiliano Kolbe dio
su vida por una persona, un prisionero de guerra como él, estando ambos
en un campo de concentración de los nazis. Pero el desarrollo de los hechos
mostró que no se trataba simplemente de cambiar una muerte por otra: San Maximiliano se entregó al servicio pastoral de los
condenados a muerte, y con sus virtudes de inmenso heroísmo mostró
verdaderamente el rostro de Jesús, el Buen Samaritano. Aunque
uno pueda pensar que se trataba solamente de dar una vida por otra vida, en
realidad los motivos del Santo franciscano iban más allá.
Una compasión parecida puede uno encontrar en el
caso de aquella pareja que se vio en el horrible trance de un accidente
ferroviario, viajando en compañía de su hija paralítica. No soportando el ver
que su hija muriese ahogada, hicieron un esfuerzo supremo por mantenerla a
flote, y por ello tuvieron ue pagar el precio de su propio ahogamiento. Pero
también en este caso se ve que hay un motivo
especial de misericordia hacia los más desvalidos, de modo que la asfixia
final de esos papás no es simplemente un intercambio de una muerte por otra,
sino que es una señal de amor paterno con una dimensión notable de compasión.
Lo que en cambio no parece tener
justificación es que una persona se haga matar para que otra persona viva, sin
que haya un testimonio adicional o un bien notable, objetivo y mayor. Un
escolta puede hacerse matar por proteger a un personaje que por su relevancia
pública encarna en cierto sentido un bien mayor para la sociedad pero el caso
general de una persona simplemente decidiendo morir en lugar de otra
simplemente choca con el hecho, ya expuesto a partir del Catecismo: no somos dueños absolutos de la vida.
En resumen: aunque
hay circunstancias que pueden avalar que alguien se inmole por otra persona
debe haber razones suplementarias, notables, bien discernidas, objetivamente
comprobables, que hagan de tal acto un modo de hacer posible un bien mayor, o
de dar gloria y alabanza a Dios de un modo más pleno. Si tales circunstancias no se dan con esa claridad, parecería
que estamos más ante un suicidio que ante un acto de amor.
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