Corría
el año 1949, el poblado de Andahuasi no contaba con un puente fijo y compacto
como el de hoy en día. Por entonces, era su puente colgante.
De éste
se decían historias. Una de estas contaba que en cada columna de sostén se
había metido un peón vivo y amordazado, junto con el llenado de cemento. Era
leyenda urbana en el argot de la albañilería y construcción, que tal sacrificio
daba mucho más sostén a la columna.
Todo esto
corroborado por testimonio de choferes que afirmaban escuchar -ayes de
cansancio y esfuerzo- cuando transitaban con sus camiones por ese puente. Pero
lo más misterioso era que frecuentemente se caían por su baranda, cuando
transitaban después de la media noche. Estrellándose en la parte empedrada del
río y destrozándose el cráneo. No se explicaba qué los hacía caer.
Hasta que
un joven de nombre Ismael, procedente de Chota, cuyo hermano había caído
algunas semanas atrás por la baranda del puente sin estar mareado,
destrozándose el cráneo en los piedrones del río, llegó a la zona para el corte
de caña.
En una de
tantas noches él tuvo esta abominable experiencia. Se propuso descubrir qué
hacía caer a las personas del puente. Comenzó a pasar él después de la media
noche, no sin antes tomar dos copas de cañazo cajamarquino y armarse con su
inmenso machete cortacaña de acero puro.
Cuando entraba por el puente,
observó venir un perfil humanoide por el otro extremo. Conforme se acercaba,
empezó a ver un demonio con cuernos arrastrando una larga cola y un monstruoso
rostro que avanzaba hacia él en diagonal, enseñando sus largas garras ¡con todas las intenciones de arrojarlo al río!
Ismael cogió su machete de acero
puro empuñándolo de manera defensiva y cruzó mirando cara a cara a dicho
demonio. Tal vez lo hizo envalentonado por el cañazo bebido y el acero de su
machete, que según el argot popular: el buen acero
bloquea las energías malignas y demoníacas.
Y así logró Ismael cruzar el
puente. Pero sus ropas quedaron impregnadas con un olor a azufre que por
semanas no se separó de las prendas. Su cuerpo comenzó a cambiar de color
normal a un amarillo mortecino. Ismael empezó a parecer un cadáver, sus ojos
perdieron brillo y sus labios se secaron, las moscas lo seguían como si
estuviese podrido. Hasta que fue encontrado botando espuma morada por nariz y
boca, con el espanto retratado en el rostro.
Según los viejos de la
época este fue uno de los muchos casos del puente colgante. Pero esa es otra historia…
De Darío Pimentel (2018).
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