HERNÁN CORTÉS ES EL AUTÉNTICO LIBERTADOR DE MÉXICO, AL ACABAR CON LA BRUTAL TIRANÍA DE LOS AZTECAS.
Andrés Manuel López
Obrador encabeza una formación política llamada Juntos Hacemos Historia y en
2018 se convirtió en presidente de México para rehacer la
historia. Para ganar las
elecciones utilizó palabras tan sencillas y eficaces como carentes de
significado, como sucedió en Italia con el Movimiento 5 Estrellas. Valga por
todas: “Abrazos, no balazos”.
En 2019, quinto centenario de la
conquista de México, Obrador escribió al Rey de España y
al Papa para
exigir disculpas públicas: “Tanto la Iglesia
católica, la Monarquía española y el Estado mexicano debemos ofrecer una disculpa
pública a los pueblos originarios que padecieron de las más
oprobiosas atrocidades”.
Que yo sepa, ni el Papa ni el Rey
respondieron. Lo ha hecho ahora un historiador “venido del fin del mundo”, el argentino Marcelo Gullo, autor del libro Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde
Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán.
La historia no es el fuerte de
los Obrador de turno. A decir verdad, tampoco es el fuerte de muchos políticos
e intelectuales, religiosos incluidos. Un simple hecho: en 1521, los aproximadamente trescientos hombres de Cortés hicieron
caer el potente imperio de Moctezuma en poquísimo
tiempo. ¿Un milagro? No: lucharon junto a Cortés “110 naciones mexicanas
que vivían oprimidas por la tiranía
antropófaga de los aztecas”. México no fue conquistado, fue
más bien “liberado” por los españoles, escribe Gullo, quien
documenta las horribles costumbres religiosas de los aztecas, que realizaban
decenas de miles de sacrificios humanos cada año.
Me he ocupado en varias ocasiones
de la historia de España. Hace dos años salió mi libro Una historia única,
que muestra cómo tanto la Reconquista como la Conquista españolas, ambos
acontecimientos realmente únicos, fueron posibles gracias a la fe de un pueblo
entero, asistido por la protección del cielo (De Zaragoza a Guadalupe es el
subtítulo). En una entrevista a Carmelo López-Arias en Religión en Libertad con motivo de la publicación de la
edición española, explicaba cómo ha podido ser que un evento prodigioso se haya
convertido en una empresa criminal.
A este respecto me parece útil
añadir a las consideraciones de Gullo las de Juan
Pablo II el 12 de octubre de 1992 en Santo Domingo,
en el quinto centenario del descubrimiento de América: “Damos,
pues, gracias a Dios por la pléyade de evangelizadores que dejaron su patria y
dieron su vida para sembrar en el Nuevo Mundo la vida nueva de la fe, la
esperanza y el amor. No los movía la leyenda de «El Dorado», o intereses personales,
sino el urgente llamado a evangelizar unos hermanos que aún no conocían a Jesucristo. Ellos anunciaron «la
bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres» (Tt 3, 4) a unas
gentes que ofrecían a sus dioses incluso sacrificios humanos. Ellos
testimoniaron, con su vida y con su palabra, la humanidad que brota del
encuentro con Cristo”.
El 14 de mayo, el Papa Wojtyla,
que de historia sí sabía, había reivindicado así
el bien hecho por los católicos españoles: “No
puede por menos de producir viva satisfacción examinar el contenido de las
actas de los numerosos Concilios y Sínodos que se celebraron en la primera
época, como también otros documentos de riquísimo contenido, como las Doctrinas
o Catecismos, que fueron centenares y casi todos están escritos en las lenguas de
las etnias y países donde los misioneros desarrollaban su
misión”.
En Italia, tal vez influidos por
los “bravos” y por los “gritos” de
manzoniana memoria [Alessandro Manzoni, Los Novios (1827
y 1840-42)], con frecuencia hemos contemplado la historia de España con un
sentimiento de superioridad apenas disimulado. Es un error. Es un gran error,
fruto del provincianismo y de la ignorancia. Las potencias
protestantes y masónicas inventaron la leyenda negra para lograr el aplauso incluso de las
propias naciones católicas a su pretensión de reemplazar la “inhumana” dominación española. La leyenda negra
ha servido y sirve para denigrar a la única gran potencia que ha
defendido hasta el extremo a la Iglesia católica, apostólica y romana.
Y eso nos toca muy de cerca.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de
Carmelo López-Arias.
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