¡SUENA DE
LOCOS PERO TE LO EXPLICO CON DETALLES!
En primer lugar, debemos
empezar diciendo que el sufrimiento no se opone a la
felicidad. Por supuesto, se hace más difícil, y dependiendo de la
gravedad o del tipo de herida que sufrimos, la cosa se complica.
Cuando hablo de heridas, me
refiero desde una pierna rota hasta el fallecimiento de una persona muy
querida. Los sufrimientos pueden ser muy variados, además según cada persona,
es una experiencia muy singular.
La vida, así como tiene
experiencias maravillosas, también está transida de dificultades y obstáculos.
Sea como sea, nos toca luchar por nuestra felicidad, con todas las luces y sombras que vivimos.
CÓMO ACEPTAR ENTONCES EL SUFRIMIENTO?
Cuando hablamos de aceptar el
sufrimiento, es precisamente donde la perspectiva cristiana tiene un gran
tesoro que aportar. Para una mirada simplemente humana, sean distintas
corrientes de psicología o la misma medicina, el sufrimiento nunca va a tener
algún sentido positivo, siempre será la «piedra en
el zapato».
Se trata de un problema que
hay que solucionar. En el mejor de los casos —pensemos en corrientes como la
psicología positiva (sobre ella tenemos un curso online genial), la logoterapia o propuestas como el mindfulness—
podemos sacarle el lado positivo, y tener una actitud resiliente.
Sin embargo, seguirá siendo
algo negativo. Yo diría que finalmente, hay —de fondo— cierta resignación
desesperanzada.
LA MIRADA CRISTIANA DEL SUFRIMIENTO
Cómo
cristianos, el sufrimiento es una razón más para crecer como personas, para
amar más, para vivir más como Cristo, adherirnos aún más a su cruz
y crecer en santidad.
No es «algo»
que tenemos que «resolver», como un
problema matemático, ajeno a mi vida, algo que quiere atacarme, sino una herida
en mi ser persona, que me hace sufrir.
Dicho esto, podemos comprender
que el sufrimiento, así como el amor, la alegría o cualquier otra experiencia, es algo que debemos aprender a vivir.
Soy yo quién sufro. Si me
cierro al sufrimiento, si no quiero aceptarlo y esforzarme por aprender a
vivirlo —eso es el duelo, como elijo vivir el sufrimiento— me estoy negando a mí
mismo.
Me estoy privando de vivir
algo fundamental de mi vida, que es ese sendero de dolor, que con la mirada
adecuada me permite ser cada vez más una persona feliz.
Entonces, vivir la perspectiva
cristiana del sufrimiento no es como si tuviera que aprender una teoría, o
estudiar un libro de autoayuda, y así solucionar el problema que me tiene
angustiado o ansioso.
Sufrir
personalmente como cristianos implica vivir una relación íntima con Jesucristo
mismo.
El
sufrimiento es ocasión para relacionarme mucho más íntimamente con Él, entonces
será ocasión para crecer y madurar.
¿QUÉ IMPLICA LA CRUZ Y EL DOLOR?
Acordémonos que el que quiere
seguir a Cristo, debe aprender a cargar sus cruces. Lo sigo con toda mi vida, o
no lo sigo. No se puede seguir a Cristo a medias.
No puedo amar a una persona
con la mitad de mi corazón. Estar con Cristo en mis alegrías, pero cuando se
trata de sufrir, preferir mirar a otro lado, buscando huir o compensarme con
las mentiras del mundo, que únicamente, me alejan cada vez más de mí mismo.
Debería resultarnos natural,
normal querer sufrir —aunque suene un poco loco decirlo— porque sufrimientos
tenemos todos. Cualquier autor espiritual, o cuántos santos nos hablan de la
bendición que es la cruz para acercarse más al Señor, ser mejor cristiano y así
poder crecer en el amor, siendo por eso más felices.
Puesto que el amor es camino de felicidad, y no se puede amar si no estamos dispuestos a
sufrir. Obviamente, no se
trata de ser masoquistas y que nos encante el dolor, sino ser realistas y saber
cómo manejar esa
dimensión tan propia de la vida del hombre, que está bajo las
consecuencias del pecado.
DEBEMOS SER LOS PROTAGONISTAS DE NUESTRO
SUFRIMIENTO
Otro elemento que debemos
considerar para comprender mejor todo esto, es que vivimos en una cultura que
estigmatizó y huye cada vez más a cualquier tipo de dolor, de cruz. No soporta
el sufrimiento.
Peor, no sabe cómo vivir el
sufrimiento. Cualquier clase de dificultad es motivo para «mirar al costado», y buscar esas «compensaciones» de las que hablaba previamente.
Vivir en la superficialidad o
una vida sin compromisos. Veo esto como un «signo
de estos tiempos». Cada vez hay menos personas que saben sufrir.
El mundo, con las películas,
series, y el estilo moderno de vivir, nos lleva por el camino radicalmente
contrario a ese aprendizaje del sufrimiento.
Actitudes como: la búsqueda del confort, los caprichos, gustitos,
comodidades, no compromisos, ley del mínimo esfuerzo, una vida en la que los
placeres y todo lo material son las primeras preocupaciones, van deteriorando
la actitud básica del cristiano, que es cargar las cruces de la vida.
Al huir, terminamos cada vez
más enredados, pues no tenemos la valentía de asumir la propia vida con las
consecuencias que implica.
ESE «APRENDER A SUFRIR» ES EL CAMINO DEL DUELO
Acuérdense de esta frase: el sufrimiento es lo que la herida nos hace, y el duelo
es lo que nosotros le hacemos al sufrimiento.
No debemos hacernos las
víctimas, sino protagonistas de nuestras cruces. No permitamos que
el sufrimiento se convierta en un enemigo que nos apuñale y no nos permita
vivir felices.
Puede ser que esa sea nuestra
experiencia subjetiva, pero, en realidad, si aprendemos —en primer lugar— a
aceptarlos como parte de esta vida, y lo asumimos como parte de un proceso de
personalización, entonces nos hacemos protagonistas de la situación —por más
complicada que sea— y vamos aprendiendo poco a poco a vivir la vida con ese
sufrimiento.
Por supuesto es algo que
debemos aprender, y por supuesto también requiere ciertas condiciones y
actitudes personales.
DEJÉMONOS AYUDAR Y ACOMPAÑAR POR CRISTO
Él quiere hacernos el yugo más
suave y la carga ligera. Junto a Cristo descubriremos un camino para crecer y
madurar como personas y como cristianos.
En
la cruz, Cristo convierte el sufrimiento en una ocasión de vivir el amor. Si nosotros
aprendemos a compartir con Cristo nuestras cruces, haremos de nuestro
sufrimiento un camino de amor, que nos hará más felices, pues el amor es el
camino de felicidad.
Finalmente, todo eso nos lleva
a amar más a los demás. Aprender de Cristo a amar, a través de la cruz, nos
permite acompañar y
ayudar a nuestros hermanos en sus sufrimientos.
Entonces, ya no nos centramos
y nos quedamos «mirando el propio ombligo»,
«mordiéndonos la cola», volviéndonos el centro de la realidad, o
haciendo de nuestro sufrimiento el centro de la propia vida, sino que ponemos
el sufrimiento en «su lugar», y hacemos que
el sentido de nuestra vida sea ayudar al prójimo.
Escrito por Pablo Perazzo
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