El primer pecado que se cometió en la Tierra, en los principios de la humanidad y que es origen de otros muchos.
Por: P. Jorge
Loring, S.I. | Fuente: Para Salvarte
Dios creó a nuestros primeros padres en estado
de gracia. Dios en señal de su soberanía les dio un mandato para que ellos
cumpliéndolo mostraran su aceptación. Ellos cediendo a la tentación del demonio
desobedecieron. «Puesto que el fin propio del
precepto era probar la obediencia, no podemos medir la gravedad de la culpa por
la acción exterior en que se manifiesta». «El hombre creado por Dios en la
justicia, sin embargo, por instigación del demonio, en el mismo comienzo de la
historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios».
Este pecado de desobediencia fue el pecado original, llamado así porque fue el
primer pecado que se cometió en la Tierra, en los principios de la humanidad, y
es origen de otros muchos. El pecado original es la raíz de los demás pecados
de los hombres. La realidad del pecado original es dogma de fe.
Con este pecado de desobediencia nuestros primeros padres perdieron la gracia
para ellos y para nosotros sus hijos. Lo mismo que lo pierden todo los hijos
del que se arruina en el juego de la ruleta. Si un monarca concede a una
familia un título nobiliario con la condición
de que el cabeza de familia no se haga indigno de semejante gracia, ¿quién puede protestar si después de una ingratitud de
este cabeza de familia, el monarca retira el título a toda la familia? El
Concilio de Trento el más trascendental de toda la Historia de la Iglesia
define como de fe que el pecado original se transmite de generación, por
herencia.
Nosotros no somos responsables del pecado original porque no es pecado personal
nuestro; pero lo heredamos al nacer. Por eso el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado "contraído", no
"cometido"; es un estado, no un acto. En virtud de la ley de
solidaridad de Adán con toda la humanidad, por ser su cabeza físico-jurídica,
nos priva de los dones extraordinarios que Dios había concedido en un principio
a Adán para que los comunicara a sus descendientes. «Del
mismo modo que entre Adán y sus descendientes hubiera existido solidaridad si
hubiera sido fiel, del mismo modo existe también solidaridad en su rebeldía».
El gran desastre del pecado de Adán fue que arrastró consigo a toda la
naturaleza humana. De igual manera que si Adán se hubiese suicidado antes de
tener hijos, hubiera privado de la vida a todo el género humano, así con su
pecado nos priva de la gracia. Fue un suicidio espiritual. “No debemos protestar por sufrir
nosotros las consecuencias del pecado de Adán. Habríamos sabido nosotros
conservar estos dones? “No son nuestros
pecados personales una prueba de que también nosotros habríamos prevaricado?
El pecado original fue un pecado de soberbia. El pecado de Adán y Eva es un
pecado muy frecuente hoy día. Hombres y mujeres autosuficientes,
independientes, rebeldes a toda norma, orden o mandato, aunque venga del Papa.
Para ellos sólo vale lo que ellos opinan, y lo que ellos quieren. No se someten
a nadie. Quieren ser como dioses. Ése fue el pecado de Adán y Eva.
Antes de pecar, el demonio dijo a nuestros primeros padres que si pecaban
serían como dioses. Ellos pecaron y se dieron cuenta del engaño del demonio.
Con esto el demonio logró lo que pretendía: derribar
a Adán de su estado de privilegio. El demonio es el padre de la mentira. Eva
fue seducida por él. El que peca se entrega al espíritu de la mentira. En la
medida que somos pecadores somos mentirosos, pues el pecado es el abandono de
la verdad, que es Dios, por la mentira. El demonio también nos engaña a
nosotros en las tentaciones presentándonos el pecado muy atractivo, y luego
siempre quedamos desilusionados, con el alma vacía y con ganas de más. Porque
el pecado nunca sacia. Pero el demonio logra lo suyo: encadenarnos al infierno.
El demonio nos tienta induciéndonos al mal, porque nos tiene envidia, porque
podemos alcanzar el cielo que él perdió por su culpa. Todas las tentaciones del
demonio se pueden vencer con la ayuda de Dios. El demonio es como un perro
encadenado: puede ladrar, pero sólo puede morder al
que se le acerca. En el estado de
pecado original el hombre carece de la gracia y amistad de Dios, y su libertad
está debilitada e inclinada al mal; no podemos ser totalmente dueños de
nosotros mismos y de nuestros actos.
Esta vida de la gracia que empieza con el bautismo necesita respirar para no
ahogarse. Lo mismo que la vida del cuerpo que, si no se tiene aire para
respirar, también se ahoga. Dice San Agustín que la respiración de la vida del
alma es la oración.
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