Recuerdo la época en que la única diversión era el cine, pues inclusive la tele transmitía hasta las 11:00 pm y era en blanco y negro. Por ello nos agrupábamos entre cuatro o cinco patas y acudíamos al cine Colón el más ficho de Huacho en los años de 1960, ubicado en plena plaza de armas.
Aquella
noche estrenaban: "Django" con el
actor Franco Nero. En el barrio de prolongación La Palma éramos fanáticos de
las coboyadas. Terminada la función fuimos a la carretilla de “Burro blanco", cholo blancón él, muy
hablador, cuya carreta era conocida como el Mustang, (muchos huachanos de la
época lo recordarán).
Y
comentando el filme degustábamos su rico aguadito, de mala presentación pero de
un sabor peculiar que siempre nos gustó. Luego comenzamos a regresar por la
calle La Palma, empedrada, como muchas calles de Huacho de aquella época.
Lloviznaba,
veíamos el reflejo de los postes de madera con sus amarillentos focos
reflejados en cada piedra. Cuando pasamos por el club "Juventud
La Palma" escuchamos el alarido tenebroso y desgarrador de una
mujer, a la vez que veíamos entrar de forma desesperada al guardián del club, "Douglas", cuya minusvalía lo hizo
popular, quien nos gritó: ¡¡Corran, carajo!! ¡Que
está viniendo La Viuda! Corrimos desesperados llenos de espanto, al
pasar por el cruce de La Palma con San Martín, justo en la antigua farmacia “Nonato”, escuchamos el alarido desgarrador de
mujer que se acercaba ya, por la calle Adán Acevedo.
Corrimos
despavoridos, escuchando el aullido de los perros asustados. Pasamos por la
quinta "Vilela" y oímos el
alarido, tenebroso, justo en la farmacia "Nonato"
¡Y que ya nos alcanzaba! Llegamos a la casa de la familia Kian, famosa
por su salchicha, frente a ellos había una huaca o cerro en cuya parte alta
vivía un zapatero. Ahí había una higuera a la cual subimos los cinco,
aterrorizados.
¡Pudimos sentir el
alarido al pie de la higuera! A la vez que sentíamos ¡como si una inmensa mano la sacudiera! los perros
dejaron de aullar. Luego salió de su choza el zapatero y mirándonos, exclamó: ¡Carajo! ¡Son lecheros, ah! porque si los agarraba
el grito pisando suelo, les juro: ¡Que se los
llevaba en cuerpo y alma!... Comenzamos a temblar, pero esa es otra
historia.
De Darío Pimentel (2018).
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