Anoche me ocurrió algo curioso. En vez de soñar, recé.
Por: Claudio de Castro | Fuente: Catholic.net
Anoche me ocurrió algo curioso. En vez de soñar,
recé. Fue una oración diferente.
Soy una semilla Señor. Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos.
La repetí una y otra vez, hasta que desperté. No comprendí bien su significado hasta que reflexioné en esta parábola:
“Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y
fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya
hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro;
córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?" Pero él le respondió:
"Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor
y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas” (Lucas
13:6-9).
Entonces lo supe: "por sus frutos los
conoceréis" (Mt 7,16).
Tomé papel, un bolígrafo y escribí.
“LA ORACIÓN DE LA SEMILLA”
He visto una semilla Señor, que ha caído en la vereda del
camino. Tú la creaste. ¿Qué hace allí?
Espera la tierra fértil. La lluvia del
invierno. La brisa del verano.
Si no los encuentra, ¿dónde podrá
germinar?
Un niño pasa cerca, pero no la ve.
El viento la mueve a su gusto, de un lado
a otro.
Debe germinar, y crecer y dar frutos. Para
eso la creaste.
Soy como esa semilla Señor.
El viento me lleva de un lado a otro y aún
no vivo, según tu voluntad.
Siémbrame en tu Corazón, para que pueda
germinar y dar frutos para ti.
Señor yo también quiero germinar y crecer. Quisiera
hacer tantas cosas y no puedo.
Reconozco mi inutilidad. Sin ti, ¿qué
puedo hacer?
Tú lo has dicho: “Sin mí no pueden nada”. Y
yo, sin ti, nada puedo.
Soy una semilla Señor. Siémbrame en tu
Corazón, para que pueda germinar
y dar frutos.
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