Una vez abierta la puerta de la eutanasia, la vida humana dejará de tener todo valor, porque siempre se encontrará una justificación para eliminarla. Foto (contextual): Jon Tyson / Unsplash.
¡Atención! La eutanasia no trata del "derecho a decidir
cómo y cuándo morir", sino del "derecho
a determinar cómo y cuándo ser asesinado por otros".
La diferencia es abismal y
crucial. No es cuestión de libertad individual, sino de orden social y
colectivo.
"Eutanasia
legal" significa que el Estado (la
sociedad) suspende la prohibición absoluta de
homicidio, permitiendo a
algunos matar a otros. Matarlos.
Te dicen: "Sí, pero solo en caso de sufrimiento y dolores extremos e
insoportables de personas destinadas a morir en poco tiempo".
Insoportable es la hipocresía de
esta mentira, propagada a los cuatro vientos por el megáfono del "progresismo" compasivo.
Cualquiera entiende muy bien por
sí mismo que si el asesinato ya no está prohibido por completo, y si existe un "derecho a ser matado", entonces no habrá autoridad que pueda decidir si, cómo y cuándo puede o no activarse
este derecho.
El umbral de soportabilidad de la
vida y de sus amarguras es lo más subjetivo que puede
haber. No existirá ningún límite objetivo.
Hagamos un ejemplo. Tomemos un cuarentón libre de cualquier enfermedad física. Está
físicamente sano, como una rosa. Pero lleva años desempleado. O ha fracasado
sentimentalmente, tiene su matrimonio en crisis. Ya no ve a sus hijos.
Ya no encuentra razones para
vivir. Tal vez perdió a todos los familiares, tal vez perdió a su único hijo, o
tiene padres ancianos y gravemente dementes, no los puede cuidar. Tal vez es
adicto.
Todo se opone a su realización
personal y aspiración de felicidad. En su plena libertad, considera su vida
intolerable en sí misma. Desea terminar con esto, suicidarse.
Podríamos poner decenas de
ejemplos concretos, que se encarnan diariamente en la vida real de millones de
personas.
Hoy, la sociedad tiene una y una
sola respuesta: ayudarlo por todos los medios
(social, psicológico, económico...) a encontrar las razones y la fuerza para
seguir viviendo, silenciando las voces de muerte que lo asesinan.
Con la
eutanasia legal, esta ya no será la única opción. La
sociedad le dirá al cuarentón perfectamente sano pero deprimido: "Si quieres, podemos matarte nosotros. Será rápido e
indoloro. Todo estará bajo control, con una flor fresca en la cómoda y las
cortinas de encaje en las ventanas. Por la mañana podrás comer tu comida
favorita. Serás un cadáver en un ataúd por la noche. Solo hay que llenar un
poco de burocracia y todo habrá terminado. Serás 'libre'. Permítenos ayudarte.
Permítenos matarte".
¿Qué funcionario
público podría mirarle a los ojos y decirle que su dolor, para él, no merece la
eutanasia? ¿Quién podrá exigirle a él que tenga que seguir sufriendo durante
décadas, o bien resolverlo por sí mismo? Nadie
tendría tal autoridad en una experiencia personal tan íntima como el
sufrimiento.
Toda ansiedad, toda angustia,
todo sufrimiento, amargura y depresión podría exigir el derecho a ser
suprimido. De cualquier naturaleza y entidad.
Obviamente, como siempre
sucede, la mera posibilidad de poder hacerlo aumentará la
probabilidad de que esto suceda.
Nuestro cuarentón deprimido, sin
la eutanasia legal, podría tener algún vago pensamiento suicida. En cambio, con
la eutanasia legal, la tentación de la muerte tocará insistentemente a las
puertas de su mente, de la mañana a la tarde, de modo que la mera posibilidad de que le maten será la verdadera razón
de por qué, finalmente, decida ser asesinado.
La eutanasia ha sido por muchos
definida la muerte del derecho. En realidad es mucho peor: es la muerte
de la esperanza misma.
Jacopo Coghe es
portavoz de Provita & Famiglia.
Traducción de Pablo
J. Ginés.
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