Un conocido notario abogado huachano residente en la capital, invitó a un conocido suyo recientemente llegado, que había sido embajador en Washington, y por supuesto a un selecto grupo de amigos limeños a un almuerzo campestre en su tierra natal, a comer camarones en la toma matriz, es decir, a la orilla del río.
Huacho, tierra de promisión, un
mar con los más sabrosos peces, una campiña con pavos, gallinas, patos y
chanchos; y huertas llenas de frutales, un río colmado de camarones y por la
gran cordialidad y sencillez de sus moradores, fue llamada por el poeta
Leónidas Yerovi la: Antesala del Cielo, siguiendo
una tradición de don Ricardo Palma, en la que dice: "que los perros se
amarraban con salchicha" porque tenían a su alcance bocados más sabrosos.
La caravana de limeños con un
grupo de amigos huachanos, guiados por el notario-abogado, llegaron a la huerta
de Grillo'e monte y bajaron al río a ver cómo cazaban los camarones, los
extraían de grandes canastas que tenían fondeadas en los remansos, vaciándolos
sobre las blancas piedras. Los camarones machos llamados “cuñines” con sus azuladas uñas, se defendían
furiosos resoplando agua por sus valvas. Los cazadores lanzaban a los
camaroncitos al agua, diciendo: "Para que
nunca falten" y, en la época de estiaje no los extraían. Al volver
a la casa, vieron como las mujeres preparaban el cebiche de camarones en
grandes mates que se llamaban comúnmente en el medio, lapas, agregándole jugo
de naranja agria y ají arnaucho molido y lo cocinaban con piedras caldeadas del
río.
La comitiva tomó su asiento en
dos largas mesas bajo la sombra de los parrales, el cebiche a la piedra picantito
y calientito, pidió vino a gritos, y este se sirvió en abundancia en la primera
mesa donde estaban los más connotados personajes. .
Al ofrecer el ágape el señor
abogado a su agasajado ponderó el vino a tomarse diciendo: es un producto hecho con las mejores uvas de nuestra
campiña ¡verdaderas lágrimas!, pero al brindar y secar la copa, hizo un gesto,
mirando a su hermano, coordinador del banquete que lo tenía al frente de la
mesa; le interrogó con la mirada. ¿Qué había pasado? El vino nuevo que
había comprado para la segunda mesa, lo trajeron a la primera, así le dio a
comprender y cuando se disponía a hacerlo cambiar, hacer pública la diferencia,
entró en juego la personalidad del diplomático, quién dirigiéndose a su
anfitrión en un susurro le pregunta "¿Doctor,
qué tiene este vino?" -En igual forma le responde, "Es nuevo, es cachina".
Mas el señor embajador,
adquiriendo un aire de convicción responde "Pero
mi queridísimo amigo, este vino es el mejor, lo que está creciendo'', ¡el hijo!
¡la esperanza! ¡el porvenir! lo otro ya culminó, y uniendo 1a acción a
la palabra se colmó la copa y poniéndose de pie, agradeció el brindis. Durante
el almuerzo se tomó copa tras copa para demostrar que estaba en lo dicho, la
cachina dulzona y gaseosa se le trepó y al concluir el banquete, estaba en una
mona que para qué te cuento.
Al tomar el carro para emprender
el regreso, un viejo "Buick", le
trajo al recuerdo de un modelo igual que él tuvo hacía muchos años en
Washington –manifestándolo así a su dueño- pidiendo permiso para guiarlo.
-El carro es suyo
señor embajador- le contestó muy halagado.
Estando al volante venía muy bien bordeando los árboles y curvas del camino,
pero desembocó sorpresivamente a una superficie brillante y la cachina le hizo
imaginar que estaba en Washington ingresando a una gran avenida, aceleró a
fondo y entre los gritos del señor abogado y sus acompañantes se precipitó en
la acequia matriz de la campiña.
De Alberto Bisso
Sánchez
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