A lo largo de los siglos miles de hombres y mujeres han descubierto y aceptado la llamada de Dios. ¿Cómo ha sido posible esto?
Por: Fernando
Pascual | Fuente: Catholic.net
Cada vocación inicia de modo diferente,
personal, único. Hay, sin embargo, una raíz común: la
del corazón de Dios, que prepara, que escoge, que ama, que envía.
Un elemento clave para toda vocación está en la fe, en ese regalo que viene de
la gracia. Desde la fe, uno acepta a Jesucristo como Salvador del mundo, y da
el paso que le permite formar parte de la Iglesia. Con ese primer paso, ya
existe la base que prepara para algo especial: la
vocación.
En otras palabras: sin la fe es imposible entender que un chico o una chica
puedan dar sus vidas al servicio de los demás. En la fe, en cambio, cada
vocación tiene sentido, porque nace desde la acción de Dios que busca a sus
hijos y que invita a algunos bautizados para que se conviertan en colaboradores
dedicados por completo a la tarea de anunciar el Evangelio y de servir a los
hermanos.
¿Y cómo ayuda la fe a descubrir y aceptar la propia
vocación? De un modo muy concreto: permite
conocer mejor a Dios, acogerlo en la propia vida, amarlo como Padre, como
Amigo, como Salvador. Incluso permite conocerse mejor a uno mismo, al
descubrir que Dios lo ha bendecido con dones maravillosos, con una inteligencia
para pensar y con un corazón para amar libremente.
Desde la fe, cada vocación madura y se concreta en un ámbito de libertad. Al
hablar sobre las vocaciones sacerdotales, Juan Pablo II escribía: “la libertad es esencial para la vocación, una libertad
que en la respuesta positiva se cualifica como adhesión personal profunda, como
donación de amor -o mejor como re-donación al Donador: Dios que llama-, esto
es, como oblación” (“Pastores dabo vobis” n.
36).
Si las vocaciones surgen en un clima de fe y de libertad, habrá vocaciones allí
donde se conozca y se viva la fe, y donde se aprenda a usar la libertad de la
forma más noble que puede darse en un cristiano: en el amor.
Cada familia tiene, en ese sentido, un papel muy importante en la creación de
ámbitos cristianos donde puedan crecer y madurar sus hijos. Los padres ayudan a
las vocaciones si saben transmitir a los hijos el don de la fe y si crean un
clima espiritual en el que Dios ocupe el primer lugar, el Evangelio ilumine las
decisiones, y se aprenda que el amor es el mejor camino para vivir libremente.
En conclusión, ¿de dónde vienen las vocaciones? Del
corazón de Dios que habla a cada generación humana, que enciende una fe sincera
en unos padres de familia y en sus hijos, que respeta la libertad de los que
pueden ser llamados, y que susurra respetuosamente a algunos la pregunta: “¿quieres seguirme?”
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