MARÍA MACANÁS TRANSMITE LA FE DESDE SU ENFERMEDAD Y CUIDA A SUS AMIGOS REZANDO POR ELLOS
María Macanás afronta su dolencia de espina bífida
desde la fe, la alegría y su testimonio de superación.
De pequeña, María saltaba a la
comba y jugaba con sus seis hermanos. Ahora disfruta saliendo a tomar algo con
sus amigos y a sus 21 años, estudia medicina. Su vida, que podría parecer muy
normal, está totalmente condicionada al padecer espina
bífida y sin embargo,
ha contado en el portal del Opus Dei
que no tiene motivos para enfadarse con Dios. De hecho,
está agradecida.
PUDO
SALTAR A LA COMBA PORQUE SU MADRE NO ABORTÓ
Con pocos años de vida, uno de los sueños de María Macanás era saltar a la comba. “Estuve casi una
semana agarrada a una silla intentándolo y como no podía, mi madre decía: `por
favor, que le pase la comba una vez. Solo una´. Al final pasó”, cuenta. “Y no solo una, sino muchas veces”.
Cuando su madre se enteró de que
estaba embarazada, el médico le dijo que su hija María
venía con problemas. Tenía espina
bífida. “Le dijo que no me iba a poder mover de una
silla de ruedas, que sería un vegetal, y que lo mejor que podía hacer era
abortarme”. Decidió que no, y que si esos eran los
planes de Dios, ante todo sería su hija,
viniera como viniese.
Debido a su enfermedad, tenía que
ir a rehabilitación desde que tenía pocos años. “Lloraba
mucho, era muy doloroso y llegaba incluso a vomitar. Mi madre siempre fue muy
luchadora y me vio cómo su hija, y no como lo que el mundo
quería ver. Me ha hecho ser como soy y nunca me ha limitado, mirándome
como si fuese capaz de todo”.
SOLO
QUERÍA "SER NORMAL" HASTA QUE CONOCIÓ A DIOS
Además de la superación, “mi madre siempre me inculcó la fe desde que era
pequeña”. Conforme crecía en una familia cercana al Opus Dei, “iba a misa y tenía a Dios, pero no tenía una
relación personal con Él”, confiesa.
“A veces me
preguntaba por qué me había ocurrido a mí de mis seis hermanos, de mis veinte
amigos o de mis treinta primos. Le decía a Dios: `Señor, quiero ser normal,
lo que la sociedad entiende como normal´”.
“Mi vida
cambió cuando conocí a Dios y me hizo ver todo lo que podía dar al mundo. No se trataba de un `¿por qué?´,
sino de un `¿para qué?´. Yo era muy tímida e insegura, pero empecé a verme con
los ojos de Dios y cuando ves que te quiere tal cual eres y que te ha creado
así, ¿cómo no te vas a querer tú?”, se
preguntaba la joven.
“No tengo
motivos para estar enfadada con Dios, sino para estar agradecida y decir: `Señor, somos un buen equipo´”.
María decidió devolver
una sonrisa a cada mirada que le dirigían mientras paseaba, y le sorprendió el
resultado.
UNA
SONRISA POR CADA MIRADA
Conforme crecía, María comenzó a
notar que la gente se quedaba mirándola. “Al principio
me daba rabia, hasta que un día
escuche una frase que me marcó: `no quieras ser normal si has nacido para
destacar´”.
Desde entonces, cambió su
planteamiento. “Si Dios quería que yo destacara por
algo, y aunque yo no quería que la gente me mirara, pensé que por lo
menos la gente se tendría que llevar algo bonito: `si me miran, devolveré una
sonrisa´”.
Desde ese momento, cada vez que
sentía la miraba de alguien, “buscaba sus ojos y le
sonreía. Había gente muy seria que al sonreírles les cambiaba la cara y
pensaba: `No sé Señor, a lo mejor esa persona necesitaba una sonrisa o ver que
alguien que podía tener más problemas que él le sonreía´”.
“A la gente lo
que más le llama la atención es que puedas tener una vida normal,
seas feliz, te guste vivir, estar con tus amigos y aprendas a disfrutar y que
lo demás no sea una limitación sino algo que forma parte de ti”.
“Fue entonces, a
partir de mi adolescencia, cuando empecé a fomentar mi relación con Dios”.
Los amigos de María
saben que su pilar es la fe, y trata de cuidarles rezando por ellos.
QUIERO
QUE LA GENTE SALGA DEL MÉDICO COMO YO ME HE SENTIDO
Una de las épocas más duras que
recuerda María fue a los doce años. “Una médico
bastante poco empática me puso un corsé. Ir al médico era un suplicio porque
pensaba que me iba a mirar con indiferencia, decirme lo malo que
podía pasarme y no darme ninguna esperanza”.
“Cuando me
cambiaron de médico, recuerdo al nuevo como un ángel. Me gustó tanto como me sentí
que al salir dije: `mamá, quiero que la gente enferma salga del médico como yo
hoy me he sentido: voy a estudiar medicina´”.
CUIDA
A SUS AMIGOS REZANDO POR ELLOS
Y lo hizo. Ahora, María está en
tercero de carrera, supera todas las asignaturas y es una “apasionada” de lo que estudia. “Al haber estado toda mi vida relacionada con
el sacrifico, sé que va a merecer la pena”.
En la universidad, aprovecha para
hacer amigos y mostrarse como es. “Saben que mi
base es Dios”. Cuenta el
caso de su mejor amigo, “ateo, su abuela estaba
regular y siempre me decía: `María, sé que no creo en Dios, pero sé que si
rezas no va a caer en vano´”.
“Que ellos me pidan
que yo haga aquello en lo que de verdad tengo fe por ellos es muy bonito. Se
dan cuenta de que así les cuido y que estoy atenta por ellos”,
concluye.
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