La ruta Huacho, Sayán, Paccho, Auquimarca se hizo a pura perseverancia, dada la difícil geografía del terreno. Uno de los pioneros de estos caminos fue don Alberto Novoa, quien llevó el comercio y la comunicación a esas alejadas zonas en su camioncito Ford del ‘37 conocido como: “El Ídolo”. El motorizado personaje de nuestra siguiente historia.
El balar
de alguna oveja del pobre corral se confundía con el lejano sonido del
camioncito del señor Novoa, única comunicación con la costa, que nunca habíamos
conocido. Mi tierno hermano apenas aprendía a hablar, pero su rostro ya se
iluminaba mientras con su voz, imitaba el sonido del camioncito caseta de
madera, único vehículo que se atrevía a llegar a las quebradas serranas de
Auquimarca.
Recuerdo
que, con barro, hacíamos una réplica de este camión y, con piedrecillas,
simulábamos su carga de vacas y gente, todo esto, frente al atardecer serrano.
Eran éstas, épocas en las que vivíamos pendientes del sacrificio de alguna res,
para que nos regalen su vejiga que, inflada, hacía las veces de pelota de
fútbol.
Una
tarde, nuestros juegos fueron interrumpidos por la voz gangosa de nuestro
padre, quien, desde la muerte de nuestra mamá, se había dedicado a beber,
dejándonos al azar y a voluntad de alguna vecina caritativa. Esta vez estaba
acompañado de una dama, a quien nos hizo saludar y darle la mano, no sin antes
aclararnos que ésta era nuestra nueva mamá, dueña y señora de nuestro pobre
rebaño.
Las cosas
no cambiaron, pues esta señora también tomaba alcohol como mi papá y encima,
nos golpeaba. Fue ante esta situación que nuestra madrina decidió llevarse a la
capital a Benito, mi hermanito menor que, aunque ya sabía decir “camión”, repetir mi nombre e imitar a las
gallinas, presentaba un grave cuadro de desnutrición.
Vi alejarse
a mi hermanito. Se veía tan raro con zapatos y ropa limpia. Estaba triste, pero
emocionado a la vez por subir por primera vez a “El
Ídolo”, -toda una aventura-. Mis ojos se humedecieron, mas, me propuse a
mis once años, buscar algún día a mi hermanito en la capital que aún no
conocía.
Los
golpes y maltratos de mi madrastra hicieron que, luego de la muerte de mi
alcohólico papá, huyese de Auquimarca hacia la capital. Ahí comprobé que era
imposible ubicar a mi hermano en tan inmensa urbe.
Pasaron
los años, me hice chofer y viajé por todo el país, mas, una mañana, al ser
intervenido por un teniente en el control de Ancón, reparé en que éste tenía en
su placa mi apellido. Su rostro se me hizo familiar y al contemplar mi
licencia, me preguntó con los ojos humedecidos: ¿“El
Ídolo” todavía sube a Auquimarca?”.
Nota: Este es uno de los cuentos más bellos hechos por este escritor.
De Darío Pimentel (2014).
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