CUANDO LLEGAMOS A LA COLINA, ESTABA CLAVADO EN LA CRUZ.
Y yo miré
a María; y su rostro no era el de una mujer acongojada. Era la fisonomía de la
tierra fértil, siempre dando nacimiento, siempre sepultando a sus hijos.
Luego a
su mente vino el recuerdo de su primogénito, y dijo en voz alta: “Hijo mío, que no eres mi hijo; hombre que una vez
visitaste mis entrañas, me glorío de tu poder. Sé que cada gota de sangre que
mana de tus manos será fuente de donde brota la corriente salvadora de toda una
nación.” “Mueres en esta tempestad igual que mi corazón murió una vez en el
crepúsculo, y en ello no me entristecerá.”
En aquel
momento, yo deseaba cubrir mi rostro con el manto y correr al país del norte.
Pero de pronto oí a María decir: “Hijo mío, que no
eres mi hijo, ¿qué has dicho al hombre que está a tu diestra para hacerlo feliz
en su agonía? La sombra de la muerte es la luz sobre su rostro y no puede
despegar sus ojos de ti.” “Ahora me sonríes, y porque sonríes sé que has
vencido.”
Jesús
miró a su madre y dijo: “María, desde ahora serás la
madre de Juan.”
Y a Juan
le dijo: “Sé un hijo amante para esta mujer. Ve a
su casa y deja que tu sombra cruce el umbral donde yo una vez estuve. Haz esto
en recuerdo mío.”
María
levantó su mano derecha hacia él semejando un árbol de una sola rama. Y de
nuevo gritó: “Hijo mío, que no eres mi hijo; si
esto es de Dios, que Dios nos de paciencia y el conocimiento de esto. Y si esto
es del hombre, que Dios le perdone para siempre. Si es de Dios, la nieve del
Líbano será tu mortaja; y si es solamente de estos sacerdotes y soldados,
entonces guardo estas prendas para tu desnudez.” “Hijo mío que no eres mi hijo;
lo que dios edificó aquí no perecerá; y aquello que el hombre querría destruir
quedará edificado, pero no ante su vista.”
Y en ese
momento los cielos se lo entregaron a la tierra, como un grito y un suspiro.
María se
lo cedió al hombre como herida y bálsamo.
Y María
dijo: “Ahora mirad, él se ha ido. La batalla ha
concluido. El astro ya no brilla. El barco ha alcanzado el puerto. Aquel que
una vez estuvo reclinado contra mi corazón, está palpitando en la inmensidad
del espacio.”
Nos
acercamos a ella, y nos dijo: “Aún en la muerte Él
sonríe. Él ha vencido. En realidad, fui la madre de un vencedor”
María
regresó a Jerusalén ayudada por Juan, el joven discípulo.
(Fragmento del
libro: Jesús el hijo del hombre, de Gibran Jalil Gibran 1968)
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