jueves, 19 de agosto de 2021

SIETE LECCIONES

Con el principio «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», Nuestro Señor liberó para siempre a los hombres de toda servidumbre hacia el poder político.

Jesús no habla de política, se dice. No habla de política partidista, como herodianos contra pilatistas o así. José María Casciaro escribió un librito (Jesucristo y la sociedad política) donde investiga las posturas de los discípulos. Había de todo: desde el nacionalismo extremo de San Simón el Zelote hasta colaboracionistas como San Mateo, pasando por amigos del Sumo Sacerdote como los Zebedeo. El Hijo de Dios no era prejuicioso.

Pero instauró los principios que han informado la política de Occidente durante dos mil años. El más paradigmático es la moneda con la imagen de César y que, por tanto, puede darse al César. El hombre, hecho a imagen de Dios, se debe a Dios. Con eso instauraba la auténtica separación de poderes, aunque el remedo de Montesquieu para tiempos laicos no sea desdeñable.

Otras ideas inspiradoras se comentan menos. La es la peligrosidad del dinero. Jesús advierte más veces contra él que contra la hipocresía. Inesperadamente, tantos siglos antes del capitalismo salvaje, detecta que es el peor rival de Dios: "Nadie puede servir a dos señores". Pero sin afearle a su íntimo amigo Lázaro su riqueza ni a los personajes de sus parábolas sus propiedades (ni al padre del hijo pródigo ni a tantos dueños de viñas). Porque es el dinero abstracto el que, en concreto, le preocupa.

Por contraste, ejerce la beneficencia social concreta (una viuda, diez leprosos, un ciego, etc.), no la humanitarista u utópica. Una idea sutil: sus advertencias contra los conciliábulos de privilegiados. Obsérvese su profética defensa de la transparencia ("nada hay oculto que no llegue a saberse") y el papel fatal que juegan las conspiraciones contra él de los poderosos, siempre con nocturnidad y en fraude de ley.

La idea también es radicalmente moderna: la importancia de la opinión pública. En varias ocasiones los fariseos querían matarlo, pero no se atrevían… por miedo al pueblo. He ahí el populismo primigenio. Encarna un patriotismo indesmayable que jamás condesciende al nacionalismo (qué cariñoso es con los samaritanos y los romanos), pero que se sabe primordialmente comprometido con su patria, el pueblo judío. Por último, su frase más repetida: "¡No tengáis miedo!" tiene una animante dimensión política en estos tiempos de distopías pandémicas que se nos están echando encima. Tenemos materia de reflexión y de aplicación para otros dos mil años, por lo menos.

Publicado en Diario de Cádiz.

Enrique García-Máiquez

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