Con el principio «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», Nuestro Señor liberó para siempre a los hombres de toda servidumbre hacia el poder político.
Jesús no habla de política, se dice. No habla de política partidista,
como herodianos contra pilatistas o así. José María
Casciaro escribió un
librito (Jesucristo y la sociedad
política) donde investiga las posturas de los discípulos.
Había de todo: desde el nacionalismo extremo
de San Simón el Zelote hasta colaboracionistas como San
Mateo, pasando por amigos del Sumo Sacerdote como los Zebedeo.
El Hijo de Dios no era prejuicioso.
Pero instauró los principios que han informado la política de Occidente durante dos mil
años. El más paradigmático es la
moneda con la imagen de César y que, por tanto, puede darse al César. El
hombre, hecho a imagen de Dios, se debe a Dios. Con eso instauraba la
auténtica separación de poderes, aunque el remedo
de Montesquieu para tiempos laicos no
sea desdeñable.
Otras ideas inspiradoras se
comentan menos. La 2ª es la peligrosidad del dinero. Jesús advierte más veces contra él
que contra la hipocresía. Inesperadamente, tantos siglos antes del capitalismo
salvaje, detecta que es el peor rival de Dios: "Nadie
puede servir a dos señores". Pero sin afearle a su íntimo
amigo Lázaro su
riqueza ni a los personajes de sus parábolas sus propiedades (ni al padre del
hijo pródigo ni a tantos dueños de viñas). Porque es el dinero abstracto el
que, en concreto, le preocupa.
Por contraste, 3ª ejerce la beneficencia social concreta (una viuda, diez leprosos, un ciego, etc.),
no la humanitarista u utópica. Una 4ª idea
sutil: sus advertencias contra los conciliábulos
de privilegiados. Obsérvese su profética defensa de la
transparencia ("nada hay oculto que no llegue
a saberse") y el papel fatal que juegan las conspiraciones contra
él de los poderosos, siempre con nocturnidad y en fraude de ley.
La 5ª
idea también es radicalmente moderna: la
importancia de la opinión pública. En varias
ocasiones los fariseos querían matarlo, pero no se atrevían… por miedo al
pueblo. He ahí el populismo primigenio. 6ª Encarna
un patriotismo indesmayable que jamás condesciende al nacionalismo (qué
cariñoso es con los samaritanos y los romanos), pero que se sabe
primordialmente comprometido con su patria, el pueblo judío. Por último, su
frase más repetida: "¡No tengáis
miedo!" tiene una
animante dimensión política en estos tiempos de distopías pandémicas que se nos
están echando encima. Tenemos materia de reflexión y de aplicación para otros
dos mil años, por lo menos.
Publicado en Diario de Cádiz.
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