Meditación. Los talentos que Dios concede.
Por: P. José Luis Richard | Fuente: Catholic.net
Los talentos, es decir, los dones de la vida,
aquello que somos, los podemos considerar como una fortuna. Pero haremos bien
en no olvidar nuestra responsabilidad: del uso que
hagamos de ellos dependerá nuestra salvación.
Así lo manifiesta el Evangelio. Al siervo negligente lo condena no por lo que
hizo, sino por lo que dejó de hacer. No porque perdió el dinero, sino porque no
lo usó: y a ese siervo inútil, arrojadle a las
tinieblas. En el juicio final, no acusa a los que están a su izquierda
de haberle golpeado, insultado o robado. Cristo no les reprocha alguna acción
deshonesta que hayan cometido. Sólo les echa en cara el bien que no le
hicieron: cuando no lo hicisteis a mis hermanos, tampoco a mí me lo hicisteis.
Malvado llama Cristo al siervo perezoso. ¿Por qué?
Porque el talento que había recibido no le pertenecía. Era de Dios. El mismo lo
confiesa: Señor, aquí tienes tu talento. A
él le correspondía administrarlo conforme al deseo de su dueño.
Pero es que, además, cuando Dios concede a alguien un talento, está pensando en
todos aquellos a quienes beneficiará cuando ese talento produzca. De ahí que el
pecado de omisión, el no producir intereses con el talento recibido, se
convierta en un auténtico robo, en traición a los hermanos para quienes estaba
destinado.
Nos escandaliza y duele la traición de Judas. La Iglesia naciente chorreó
sangre y se estremeció en sus cimientos ante ella. Pero salió victoriosa por la
fidelidad militante y operosa de los once apóstoles. Si éstos no hubieran
trabajado hasta la muerte por el triunfo de la Iglesia, ¿no hubieran sido ellos los auténticos traidores, mil veces más
culpables que el mismo Judas?
Nuestra tarea como cristianos es similar a la de los once. Dios en su designio
misterioso ha querido ligar la salvación de los hombres a nuestra fidelidad y a
nuestro celo apostólico de cada cristiano. Ahí está el gran talento que coloca
con cuidado en nuestras manos. ¡Qué misterio de
bondad por parte de Dios pero qué inmensa responsabilidad para cada uno de
nosotros!
No omitamos, pues, ni la más pequeña ocasión para hacer el bien. Cuesta poco y
da mucho fruto saludar con una sonrisa al vecino, felicitar al compañero de
trabajo cuando le ha salido bien su tarea, defender al Papa en una
conversación, visitar a tal enferma que se encuentra enferma o sola...
Valoremos nuestros talentos. Seamos conscientes de las inmensas oportunidades
que Dios nos da durante el día para colaborar con Él en la extensión de su
Reino. Así podremos escuchar de sus labios aquellas otras palabras tan
consoladoras: "Animo, siervo bueno y
fiel..."
Gracias, Señor, por los talentos que me has dado y la
confianza que me muestras. Lucharé con celo por hacerlos fructificar. Pero sin
angustia: lo esencial para Ti no es la cantidad conseguida, sino el amor y el
esfuerzo.
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