La vuelta al poder de los talibanes en Afganistán hace temer un regreso del Emirato Islámico que estuvo vigente en los últimos años del siglo XX hasta la ocupación del país por fuerzas de la OTAN en el año 2001.
La pequeña comunidad cristiana de Afganistán, al igual que el resto de
la sociedad, teme la aplicación extrema de la ley islámico con graves
restricciones para la población y sádicos castigos para quienes incumplan los
preceptos del Emirato.
Sin embargo, desde la toma de Kabul el pasado 14 de agosto, los líderes
talibanes han asegurado que respetarán los derechos de los ciudadanos y han
expresado su voluntad de colaborar con la comunidad internacional, una
declaración de intenciones cuya sinceridad muchos gobiernos han puesto en duda.
En cualquier caso, la esperanza es que, al final, los talibanes se vean
obligados a buscar la ayuda de las ONG para afrontar la difícil situación
humanitaria a la que deberán hacer frente, y que, de esa manera, permitan a las
ONG católicas continuar su trabajo sobre el territorio.
Pero no es más que una frágil esperanza. Por el momento, los cristianos
de Afganistán se mantienen en un prudente silencio, piden que se rece por ellos
y muchos artículos de prensa dedicados a ellos han sido eliminados de la web
para evitar que se les señale.
También en Roma el Papa Francisco ha preferido actuar con prudencia.
Después del llamado a la oración por Afganistán que realizó tras el Ángelus del
15 de agosto, no volvió a pronunciar ningún mensaje, tampoco durante el Ángelus
del domingo 22.
Los cristianos en Afganistán tienen una presencia prácticamente
testimonial. Son entre 8 mil y 12 mil fieles de diferentes confesiones y
practican su fe de forma totalmente clandestina.
Todos los cristianos son conversos en un país donde la apostasía, ya
antes de la llegada de los talibanes, está penada con la cárcel o incluso con
la muerte.
La atención pastoral se articulaba en una misión sui iuris con sede en
la embajada italiana de Kabul, una misión dirigida por el P. Giovanni Scalese.
Esa pequeña estructura eclesiástica, sin embargo, ha quedado desmantelada con
la llegada de los talibanes.
El P. Giovanni Scalese fue trasladado por el ejército italiano a
Fiumicino, Roma, junto con un grupo de las Misioneras de la Caridad y 14 niños
con discapacidad de un orfanato de Afganistán.
Los ocho años en que el P. Scalese dirigió la comunidad católica de
Afganistán han sido, sin embargo, un hito para el país, pues en ese tiempo se
instaló una iglesia sobre el territorio, si bien es cierto, dentro de la
embajada italiana.
El P. Scalese ha celebrado Misa todos los días en suelo afgano, una
novedad si se tiene en cuenta que desde la época del Imperio otomano los
cristianos habían abandonado aquella región.
El compromiso de Italia con la presencia cristiana en Afganistán viene
de antiguo. En 1919, cuando el país europeo reconoció a la República de
Afganistán, no pidió privilegios comerciales, acuerdos particulares, ventajas
geoestratégicas en la región, sino la construcción de un lugar de culto.
En 1921, en el tratado de amistad italo-afgano, se contempló la
posibilidad de construir una iglesia, la misma que en 1931 el Papa Pío XI
confió a los padres Barnabitas, vinculados desde entonces a Kabul con
diferentes interrupciones a causa del contexto político del país.
Desde la caída del anterior régimen de los talibanes en 2001, el P.
Scalise fue el segundo responsable de la Misión sui iuris establecida por San
Juan Pablo II. La idea, en medio del clima de esperanza que atravesaba el país
tras el período talibán, era establecer una comunidad católica oficial.
Sin embargo, los planes se encontraron con la oposición de los
diferentes gobiernos afganos que se negaron a que existiese ningún otro lugar
católico que no fuese la iglesia en el interior de la embajada de Italia como
referente de los católicos extranjeros.
A pesar de esas circunstancias adversas, un grupo de sacerdotes y
religiosas lograron establecerse en el país con fines humanitarios. Fue la
Compañía de Jesús y las Misioneras de la Caridad. Ahora, tanto los jesuitas
como las misioneras han suspendido su labor.
Traducida y adaptada por Miguel Pérez
Pichel. Publicada en ACI Stampa
Redacción ACI
Prensa
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