martes, 17 de agosto de 2021

CATECISMOS EN PIEDRA Y MADERA

 La buena gente de Braojos no necesitó la bula Munificentissimus Deus para saber que la Virgen había subido al cielo en cuerpo y alma. Cada vez que entraban en su templo parroquial podían contemplar la Asunción de la Virgen en el magnífico retablo obra de Gregorio Fernández que se conserva en la iglesia del pueblo.

También sabían la importancia de saber vivir, saber morir, y rezar por los difuntos. Las espléndidas losas sepulcrales así como la liturgia funeraria hablaban sobradamente de ello.

Hoy la importancia de las exequias y de los sufragios por los difuntos prácticamente ha desaparecido de la vida de la Iglesia. Raro era el caso, salvo accidente, en que muriera un fiel sin recibir los sacramentos. Nadie se quedaba sin sus exequias y oraciones, tuviera medios o no. Los que podían, ofrecían sus limosnas. Los que no, contaban siempre con hermandades que tenían como uno de sus objetivos hacerse cargo del entierro de los indigentes, que comprendía tanto el mismo hecho de depositar su cuerpo en el camposanto como garantizar que se ofrecieran sufragios por su alma.

Decía ayer a mi gente de Braojos que teníamos la suerte de poder fijar los ojos en dos realidades claves. Por un lado, en el retablo de la Asunción, que habla de esperanza del cielo y que anima a desear ardientemente legar un día a la patria celestial. Más aún, la Asunción de la Virgen nos recuerda cada día que el gran objetivo del cristiano, el único objetivo, es llegar un día al cielo, y que todo lo que nos ofrece la Iglesia son medios para conseguirlo. 

Me da miedo que esto se nos pudiera llegar a olvidar, que nos pensemos que lo que son medios, esenciales pero medios, lo convirtamos en fines en sí mismos. Cansado estoy de escuchar a la gente, de fuera, y también muy metida en la Iglesia, que lo importante son los pobres, la comunidad, el compartir, la fraternidad, la sororidad, la alegría y que la misa sea una fiesta muy alegre. Lo importante es llegar al cielo.

Decía que además de mirar al cielo, era bueno mirar a las sepulturas que tenemos en el templo parroquial, algunas de un mérito extraordinario, porque al cielo no se llega si no tenemos una buena muerte. Nuestros mayores, menos leídos y escribidos que nosotros, pero bastante más sabios porque tenían clarísimo dónde se jugaba uno la eterna bienaventuranza, bien se preocupaban de garantizar una buena muerte a los cercanos, y, al llegar el fallecimiento, enterrar sus restos como manda la Iglesia y ofrecer sufragios por la remisión de sus pecados. 

Pues eso decía yo a mis feligreses de Braojos: mirada al retablo de la Asunción para que nos entren  ganas del cielo y mirada a las sepulturas para que comprendamos la necesidad de una buena muerte y de ofrecer sufragios por los difuntos. Catecismos en piedra y madera.

Jorge González

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