Utilizar la caza de brujas contra la Inquisición es ridículo: la Inquisición impidió en la mayoría de los casos episodios contra reales o supuestas brujas que en otros países de Europa produjeron miles de muertos. Imagen: «El aquelarre» (1798, detalle), de Francisco de Goya.
Estos días los periódicos nos han
dado la noticia que el Ministerio de Educación ha
enviado a las comunidades autónomas el currículo de las asignaturas de Primaria
para aplicar la Ley Celaá. Todas las asignaturas, incluidas las Matemáticas,
han de darse de acuerdo con la perspectiva de género,
ideología repetidas veces rechazada y condenada por la Iglesia.
El Gobierno muestra además su
nulo respeto hacia la Constitución, que dice: “Los
poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus
hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus
propias convicciones” (art. 27-3). Nuestras autoridades van a usar los
reales decretos de enseñanzas mínimas para adoctrinar
ideológicamente a los niños y jóvenes españoles,
pisoteando de forma totalitaria el derecho de los padres sobre la educación de
sus hijos
Al plantear el tema de las brujas
a niños de cinco y seis años, está claro que lo que desean es servirse de ellas
para desacreditar a la Inquisición y por supuesto a la
Iglesia con un tema de hace cuatrocientos años. Ahora bien, en
Historia hay un principio que dice que no se debe juzgar una época con los
criterios de otra, y como los tribunales civiles de los demás países también
perseguían la brujería, la pregunta que hay que hacerse es: ¿cuál de las dos jurisdicciones fue más civilizada o, si
se quiere, menos salvaje?
Como riojano que soy, el asunto
me ha interesado siempre y cuento lo siguiente. Estaba un día de 1983 viendo
TVE, cuando me encontré que estaban entrevistando a un protestante danés, Gustav Hennigsen, sobre un libro que acababa de publicar en
Alianza Editorial (en 1983, por eso me sé la fecha) sobre el tema de la
brujería vasca y la Inquisición. Me pareció tan interesante lo que dijo, que de
inmediato compré el libro.
Yo ya conocía el libro La Sorcellerie, de Jean Palou nº 756 de la colección Que sais-je? (nº
756). Palou a España se la liquida con el siguiente párrafo: “España. País donde la brujería corresponde a la
Inquisición, hay que señalar pocos procesos exceptuado el de Logroño, donde
seis brujos fueron quemados en 1610” (pág. 68). En Francia, donde el asunto
era incumbencia de las autoridades civiles, en Burdeos, en la misma época, el
juez De Lancre envió
a la hoguera en el País Vasco francés a quinientas personas, entre ellas
numerosas jovencitas y niños (pág. 67). En Lorena, el juez N.
Rémy (+1612) envió a la hoguera a tres mil personas (pág. 64).
La última ejecución en Francia fue en 1718 (pág. 107). En Suecia, Rusia e
Inglaterra, países no católicos, también hubo numerosas víctimas.
El inquisidor de Logroño, aunque
burgalés de nacimiento, Alonso de Salazar Frías,
que ya había votado en 1610 contra la pena de muerte, fue en 1612 encargado de
la investigación sobre los brujos. Su primera medida fue prohibir hablar de
ello en los sermones “porque no
hubo brujas ni embrujados mientras no se habló de ello”. Sus métodos de investigación fueron muy
adelantados a su tiempo y le convencieron de la inocencia de las brujas. Por
cierto, Hennigsen dedica su libro El abogado de las brujas.
Brujería vasca e Inquisición española “a la memoria de D.
Alonso de Salazar Frías, inquisidor y humanista español”.
Gracias al apoyo
que encontró en la Inquisición de Madrid, en España cesó la persecución de
brujas, aunque todavía se derramó sangre, como las ocho personas quemadas por
las autoridades civiles de Pancorbo (Burgos) en 1621. La Inquisición llegó
tarde a salvarlas. Peor todavía fue lo sucedido en Cataluña entre 1616 y 1619,
donde las autoridades civiles ahorcaron a trescientos brujos y brujas, antes de que la Inquisición lograse imponer su jurisdicción (págs. 341-342 de la primera edición de
Alianza Editorial; pág. 450 de la segunda, subvencionada por el Ayuntamiento de
Logroño).
La Inquisición
española tiene por tanto la gloria de ser la primera que paró en el mundo la
caza de brujas. E incluso antes, su actuación fue desde luego mucho mejor que la de los
tribunales civiles de su época. Como todos somos pecadores, creo que hay otros
puntos donde uno se puede meter con la Iglesia, pero atacar a la Iglesia por la
caza de brujas son ganas de hacer el ridículo y
mostrar una profunda ignorancia.
Por Pedro Trevijano
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