El Papa Francisco presidió la Audiencia General desde el Aula Pablo VI este miércoles 25 de agosto y lamentó la existencia de hipocresía dentro de la Iglesia, algo “particularmente detestable”. El Santo Padre explicó en su catequesis en qué consiste la hipocresía y cómo combatirla.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa Francisco:
Hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Carta a los Gálatas informa de un hecho bastante sorprendente. Como
hemos escuchado, Pablo dice que hizo una corrección a Cefas, es decir a Pedro,
ante la comunidad de Antioquía, porque su comportamiento no fue bueno.
¿Qué había sucedido tan grave para obligar a Pablo
a dirigirse en términos duros incluso a Pedro? ¿Quizá Pablo ha exagerado, ha dejado
demasiado espacio a su carácter sin saber contenerse? Veremos que no es así, sino que una vez más está en juego la relación
entre la Ley y la libertad.
Escribiendo a los Gálatas, Pablo menciona a propósito este episodio que
había sucedido en Antioquía años antes. Pretende recordar a los cristianos de
esas comunidades que no deben absolutamente escuchar a los que predican la
necesidad de circuncidarse y por tanto caer “bajo
la Ley” con todas sus prescripciones.
Recordemos que son aquellos predicadores fundamentalistas que llegaron
allí y crearon confusión, quitaron la paz a aquella comunidad.
Objeto de la crítica hacia Pedro era su comportamiento en la
participación en la mesa. A un judío la Ley le prohibía comer con los no
judíos. Pero el mismo Pedro, en otra circunstancia, había ido a Cesárea a la
casa del centurión Cornelio, incluso sabiendo que trasgredía la Ley. Entonces
afirmó: «me ha mostrado Dios que no hay que llamar
profano o impuro a ningún hombre» (Hch 10,28).
Una vez que volvió a Jerusalén, los cristianos circuncisos fieles a la
Ley mosaica reprocharon a Pedro este comportamiento suyo, pero él se justificó
diciendo: «Me acordé entonces de aquellas palabras
que dijo el Señor: Juan bautizó con agua, pero vosotros series bautizados con
el Espíritu Santo. Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a
nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner
obstáculos a Dios?» (Hch 11,16-17).
Recordemos que el Espíritu Santo vino en aquel momento a casa de
Cornelio cuando Pedro acudió allí.
Un hecho similar había sucedido también en Antioquía en presencia de
Pablo. Primero Pedro estaba a la mesa sin ninguna dificultad con los cristianos
venidos del paganismo; pero cuando llegaron a la ciudad algunos cristianos
circuncisos de Jerusalén, es decir, aquellos que procedían del judaísmo,
entonces ya lo no hizo, para no incurrir en sus críticas.
Estemos atentos a esto. El error es que estaba más atento a las
críticas, a quedar bien, que a la realidad de la revelación.
Esto es grave a los ojos de Pablo, también porque Pedro era imitado por
otros discípulos, el primero de todos Bernabé, que junto con Pablo había
evangelizado precisamente a los Gálatas (cfr Gal 2,13). Sin quererlo, Pedro,
con esa forma de actuar, no claro, no transparente, creaba de hecho una
división injusta en la comunidad.
Pablo, en su reproche, utiliza un término que permite entrar en el fondo
de su reacción: hipocresía (cfr Gal 2,13). Esta
es una palabra que regresará varias veces. Hipocresía. Creo que todos nosotros
sabemos lo que significa. La observancia de la Ley por parte de los cristianos
llevaba a este comportamiento hipócrita, que el apóstol pretende combatir con
fuerza y convicción. Pablo era recto. Tenía sus defectos, muchos, su carácter
era terrible. Pero era recto. ¿Qué es la hipocresía? Cuando
decimos: “Atento que ese es un hipócrita”. ¿Qué
queremos decir?
Se puede decir que es miedo por la verdad. El hipócrita tiene miedo a la
verdad. Se prefiere fingir en vez de ser uno mismo. Es como disfrazar el alma,
disfrazar las actitudes, disfrazar el modo de proceder. No es la verdad. Tengo
miedo de proceder como soy y me disfrazo con estas actitudes.
Fingir impide la valentía de decir abiertamente la verdad y así se
escapa fácilmente a la obligación de decirla siempre, sea donde sea y a pesar
de todo. Fingir te lleva a esto: a la media verdad,
y la media verdad es una ficción porque la verdad es verdad o no es verdad, y
la media verdad es ese modo de actuar que no es sincero.
Se prefiere, como he dicho, fingir impide la valentía de decir
abiertamente la verdad y así se escapa fácilmente a la obligación, que es un
Mandamiento, de decirla siempre, sea donde sea y a pesar de todo. En un
ambiente donde las relaciones interpersonales son vividas bajo la bandera del
formalismo, se difunde fácilmente el virus de la hipocresía.
Esa sonrisa que no viene del corazón. Tratar de
estar bien con todos, pero con nadie.
En la Biblia se encuentran diferentes ejemplos en los que se combate la
hipocresía. Un bonito testimonio es el del viejo Eleazar, a quien se le pedía
que fingiera que comía carne sacrificada a las divinidades paganas para salvar
su vida. Hacer como que la comía, pero no la comía. O hacer que comía la carne
del cerdo, pero en realidad comía otra que le habían preparado sus amigos.
Pero ese hombre con temor de Dios respondió: «Porque a nuestra edad no
es digno fingir, no sea que muchos jóvenes creyendo que Eleazar, a sus noventa
años, se ha pasado a las costumbres paganas, también ellos por mi simulación y
por mi apego a este breve resto de vida, se desvíen por mi culpa y yo atraiga
mancha y deshonra a mi vejez» (2 Mac 6,24-25). Es honesto. No entra en el
camino de la hipocresía. ¡Qué bonita página sobre
la que reflexionar para alejarse de la hipocresía!
También los Evangelios narran diferentes situaciones en las que Jesús
reprende fuertemente a aquellos que aparecen justos al externo, pero dentro
están llenos de falsedad y de iniquidad (cfr Mt 23,13-29). Si tenéis hoy un
poco de tiempo tomad el capítulo 23 del Evangelio de San Mateo y vedéis cuántas
veces Jesús dice “hipócritas, hipócritas,
hipócritas”. Desvela qué es la hipocresía.
El hipócrita es una persona que finge, adula y engaña porque vive con
una máscara en el rostro y no tiene el valor de enfrentarse a la verdad. Por
esto, no es capaz de amar verdaderamente. Un hipócrita no sabe amar. Se limita
a vivir de egoísmo y no tiene la fuerza de demostrar con transparencia su
corazón. Hay muchas situaciones en las que se puede verificar la hipocresía.
A menudo se esconde en el lugar de trabajo, donde se trata de aparentar
amigos con los colegas mientras la competición lleva a golpearles a la espalda.
En la política no es inusual encontrar hipócritas que viven un desdoblamiento
entre lo público y lo privado. Particularmente detestable es la hipocresía en
la Iglesia. Por desgracia, existe la hipocresía en la Iglesia y hay muchos
cristianos y muchos ministros hipócritas.
No deberíamos olvidar nunca las palabras del Señor: “Sea vuestro lenguaje: ‘sí, sí’; ‘no, no’; que lo que
pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5,37). Hermanos y hermanas, pensemos
hoy en esto que Pablo condena: la hipocresía.
Y que Jesús condena: la hipocresía. No
tengamos miedo de ser sinceros, de decir la verdad, sentir la verdad,
conformarnos con la verdad. Así podremos amar. Un hipócrita no sabe amar.
Actuar de otra manera significa poner en peligro la unidad en la Iglesia, por
la cual el Señor mismo ha rezado.
Redacción
ACI Prensa
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