domingo, 11 de julio de 2021

UNA SOLA OPORTUNIDAD

Que la lectura de la Sagrada Escritura sea siempre un estímulo nuevo.

Por: Diego Elizalde, LC | Fuente: Catholic.net

Existe un mundo muy diferente al que actualmente conocemos cuando empezamos a soñar. Uno en el que la fantasía se vuelve realidad y los límites de la imaginación desaparecen. Es ahí donde creemos que todo es posible y se dejan atrás los obstáculos que nos frenan en alcanzar nuestros ideales más profundos.

Metas, sueños, anhelos… todo cuanto nos mantiene deseando algo en verdad grande, está a nuestro alcance, tan sólo hace falta que nos decidamos en conseguirlo para así despertar de nuestra comodidad.

Detrás de la complejidad de la naturaleza que nos rodea y las maravillas del universo que vamos descubriendo, hay un Diseñador sublime, un gran Soñador: un Dios. El mismo que desde toda la eternidad te soñó santo.

Los antiguos egipcios deseaban una inmortalidad que se les concedería tras la consecución de buenas obras hechas en esta primera vida. El “más allá” era para ellos una certeza. Tanto así, que la construcción de las pirámides refleja esta creencia. Después de la muerte de sus faraones, debían conservar su cuerpo de la corrupción y dejarle trazado el camino que debía seguir para guiarlos en su camino ascendente.

El deseo del hombre de vivir para siempre no es nada nuevo como vemos. Pero, ¿por qué no comenzar ser plenamente felices desde ahora? ¿Cómo puede suceder esto si la vida está llena de lágrimas y dificultades?

En 1991 nació Carlo Acutis, un adolescente que con sus pocos años «se hizo agradable a Dios» (cf. Sab. 4, 10). Cuando le detectaron una leucemia, decidió afrontarla con alegría y ofrecerla «por el Señor, la Iglesia y el Papa». Antes de su partida al cielo acercó a su familia a Dios y vivía una vida espiritual peculiar para su edad.

Tras haber hecho la primera comunión asistía diariamente a la Eucaristía y solía quedarse más tiempo en adoración, pues decía: «mientras más frecuentemente sea nuestra recepción de la Eucaristía, más seremos como Jesús. Y en esta tierra podremos pregustar el Cielo».

Los videojuegos, el fútbol y la programación eran algunos de sus mejores pasatiempos. Además, viajaba documentando los milagros eucarísticos sucedidos a lo largo de la historia, para luego compartirlos en una página web que él mismo diseñó para este fin.

A sus 15 años «llegó a la perfección en poco tiempo, alcanzó la plenitud de una larga vida» (v. 13) y nos enseñó que la santidad soñada por Dios para cada uno de nosotros se hace realidad cuando buscamos a Cristo ahí en nuestra vida ordinaria, sin alarde y con pureza de intención.

«La gente ve esto y no lo comprende» (v. 14), ¿por qué un muchacho tan bueno muere tan repentinamente? Apenas le informaron de su cáncer ya los días de su vida terminarían pronto. El 12 de octubre de 2006 iría al encuentro con Dios, habiendo dejado una huella de santidad distinta a cualquiera.

Al igual que Carlo, estamos todos llamados a la santidad (cf. Gaudete et exultate n. 10). Ya seas niño o adulto, grande o pequeño, rico o pobre…, Dios te pensó santo y va hacer todo lo posible para lograrlo y convencerte de que el único sueño que Él tiene para ti, es que seas muy feliz (cf. Mt. 5, 48).

Una larga vida, una salud inquebrantable, éxitos inéditos… son cosas que todos deseamos. Nuestro tiempo es limitado y sabemos que no podemos solos. Tenemos en el cielo grandes amigos e intercesores: los santos. Ellos sabrán brindarnos su apoyo en nuestros problemas y estarán siempre dispuestos a arrancar de Dios las gracias que más necesitemos para llegar a la cima del ejercicio de nuestra fe: la santidad.

Con razón decía Santa Teresita: «pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra». Aprendamos, pues, de nuestros hermanos mayores y dediquémonos a lo verdaderamente importante antes de que sea demasiado tarde.

Que la lectura de la Sagrada Escritura sea siempre un estímulo nuevo para desear con ansias este sueño de Dios y pronto nos encontremos con los que se jugaron la vida por lo que sí valía la pena, ser santos.

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Gaudete et exultate, exhortación apostólica del Papa Francisco sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.

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