miércoles, 7 de julio de 2021

NO, NO SE PUEDE NADAR Y GUARDAR LA ROPA

Cuando los laicos se quejan de que tal o cual compañero de trabajo se comporta de un modo rastrero, yo me suelo callar; pero lo que nunca hago es enmendarles la plana y decirles que no tienen razón y que todo el mundo es bueno. No, ¡todo el mundo no es bueno! ¿Cómo no les voy a creer cuando en el ámbito clerical nos encontramos con casos sobre los que hay que correr un tupido velo?

Y es que hoy me he desayunado con una noticia eclesiástica que casi me ha indigestado el croissant, en caso de que desayunara croisanes.

No diré de qué país es, pero no me refiero ni a mi obispo (por ir a lo cercano) ni al papa (por ir a lo más lejano). Era... otro. No tiene nada que ver con el sexo ni con el dinero la mala noticia. Pero, de verdad no lo entiendo.

No voy a comentar la noticia, a pesar de que sea bien pública. Lo peor es eso: que al interesado no le importa lo más mínimo tomar nefastas decisiones a plena luz del día. No le importa el escándalo de los buenos católicos. No le importa el desánimo que infunde en tantos sacerdotes que trabajan en el sentido de la ortodoxia y de la unidad entre los pastores. Porque sí, esta es una decisión que va en el sentido objetivamente incorrecto, inexcusablemente incorrecto.

No hay ninguna duda de que a este pastor, dentro de un cuarto de siglo, los historiadores le van a hacer añicos, van a actuar sin compasión. Ahora se le tiene la piedad que se le debe a alguien que ocupa un puesto sagrado: y así debe ser. Pero los historiadores van a ser muy crueles. Me llama la atención que alguien como él piense que la Iglesia va a ir por donde no puede ir. La Iglesia será siempre la misma y creerá siempre lo mismo y los mandamientos de Dios serán siempre iguales. El que jugó a dos bandas, el que no fue sincero, ese va a tener un juicio muy duro.

En una guerra, nunca se puede traicionar a los dos bandos enfrentados a la vez. En cuestiones de ortodoxia, en cuestiones eclesiales, querer estar a bien con Jesús y con Judas es siempre un profundo error. Error en el que algunos caen, recaen y profundizan.

De nuevo, que no esperen de nosotros más que el silencio y la obediencia de sus súbditos. No vamos a sacar el puñal de la palabra como el furioso Pedro. Pero cuántos primeros van a ser últimos en el Reino de los Cielos.

P. FORTEA

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